La noche y Paul Schrader: Posibilidad de escape

En la ya extensa y muy irregular trayectoria de Paul Schrader como guionista y director de cine si algo ha quedado claro es que domina plenamente la noche, su fauna, su flora y sus escenarios y ambientes, sus reglas y sus peajes. En Light sleeper (mucho más hermoso y evocador su título original que su traducción española) Paul Schrader se recrea de nuevo en los ecosistemas que domina a través de la figura de John Le Tour (espléndido, como casi siempre, Willem Dafoe), un camello que trabaja para Ann (Susan Sarandon), una traficante de lujo cuyo entorno de trabajo no son los descampados, los sucios callejones y los tugurios de mala muerte de los suburbios, sino los apartamentos de los barrios buenos, los hoteles caros y las discotecas y restaurantes de prestigio donde se cita su clientela habitual, profesionales liberales, abogados, periodistas, músicos y artistas con dinero fácil de obtener a cambio de una dosis que les permita continuar siendo clientes preferentes. John ya no es el joven enganchado de años atrás; es un hombre prudente y reflexivo hecho a imagen y semejanza de su jefa, nada que ver con una ostentosa e irracional drogadicta, sino una mujer cerebral, consciente de su lugar en el mundo y de cómo y por qué ha llegado a él, y también del momento de retirarse. Por eso John debe pensar en su futuro, porque Ann cierra el negocio y ha de buscarse una nueva ocupación. Sin embargo, esas preocupaciones quedan en segundo plano cuando, por casualidad, John se reencuentra con Marianne (Dana Delany), su ex esposa, con la que vivió una etapa de largos años de extrema adicción, quemando su dinero y su salud, destrozando su vida. John se encuentra plenamente rehabilitado y, una vez que deje su oficio, no tendrá más remedio que incorporarse a una vida normal, alejado del tráfico. Marianne aparentemente está desenganchada, pero siempre fue más débil de carácter y de ánimo. Quizá el reencuentro suponga una nueva oportunidad para ellos…

Schrader construye un espléndido guión sobre un expendedor de muerte con crisis de conciencia. Plenamente sabedor de cuáles son los efectos de sus acciones, eso no le impide en determinados momentos erigirse en guardián protector o en consejero paciente de aquellos de sus clientes que se encuentran en horas más bajas. Recuerda de dónde vino y a los extremos a los que llegó, y le horroriza pensar en que él pueda estar proporcionando el mismo destino a un número incontable de personas. Sin embargo, es su modo de vida, trabajar para Ann le ha generado estabilidad, seguridad, un presente cómodo y tranquilo y un futuro lleno de posibilidades, siempre y cuando se mantenga alejado de esas drogas que con la aparición de Marianne han vuelto a adquirir protagonismo para él en lo personal. Marianne se convierte en la clave de ese nuevo futuro que debe encarar, en la posibilidad de retornar al estado previo al que les condujo al desastre diez años atrás, ese favor de vuelta a empezar que la vida concede muy pocas veces, pero por el que tendrá que luchar mucho más de lo que cree.

La película refleja tanto la esclavitud de la adicción como examina la relación de fidelidad y lealtad personal entre Ann y John. Resulta complicado en el Hollywood moderno encontrar en la pantalla una relación madura e inteligente entre un hombre y una mujer a la que se dedique un mínimo de atención y que no sea de parentesco, sentimental o sexual. En el caso de Ann y John, se trata de amistad sincera, de agradecimiento y sostenimiento mutuos, de complicidad, de identificación el uno en el otro, de confianza absoluta. Quizá también de atracción, de un amor que no ha llegado a nacer, a consolidarse, que se ha quedado encerrado en los cánones de lo platónico. Como revela la última secuencia de la película, en la que ambos conversan en la sala de visitas de una prisión, ni siquiera se han acostado juntos una sola vez, y sin embargo, la intimidad de que disfrutan es mucho mayor, más sólida, más auténtica, que parejas o matrimonios que llevan durmiendo juntos décadas. Tras Ann se adivina un pasado duro, difícil, y en su nueva vida, producto de los miles de dólares que ha ganado con la droga, se vislumbra una especie de recompensa o más bien de compensación por una época mucho más larga y menos feliz para ella que debió atravesar en algún momento. A John todavía va a costarle mucho más llegar a ese estado, y en su camino sólo Ann estará allí para acompañarle, aunque sea a distancia.

La noche, reflejando sus luces en el parabrisas de los coches o introduciéndose por los amplios ventanales de los lujosos apartamentos, es igualmente protagonista. Es el adecuado escenario para toda una serie de personajes sombríos, lúgubres, consumidos por una voluntad ajena, la de las drogas, que puede más que la suya, que acentúa su egoísmo, su terquedad, sus obsesiones, la caída en la tentación, vampiros de la noche que se chupan la sangre a sí mismos. Marianne es uno de ellos, y John encontrará en la venganza la fuerza para romper con su pasado y renacer de sus propias cenizas. La secuencia del clímax, que no deja de ser una asunción de la apoteosis violenta de un western clásico llevada a un entorno urbano y nocturno, es casi casi un homenaje a Peckinpah en sus planos de detalle retratados con meticulosa lentitud, una catarsis violenta, como la explosión inmediata y total de una muerte que los personajes iban viviendo de manera pausada, en un escaparse la vida con un goteo constante pero incesante.

Además del uso simbólico de la noche y de la luz del día para reflejar el estado de ánimo de los personajes y las fases de autodestrucción por las que atraviesan, destaca, como se ha dicho, el guión como elemento primordial de una historia extraordinariamente contada, huyendo de morbos gratuitos y de sensacionalismos hirientes. Se trata principalmente de una película de personajes, ya en su plenitud, ya una sombra de ellos mismos, que desemboca en un estallido de violencia que marca un nuevo nacimiento, el retorno a la vida a través de la muerte.

12 comentarios sobre “La noche y Paul Schrader: Posibilidad de escape

  1. Recuerdo esta estupenda película,amigo.Paul Schrader tuvo unos aciertos memorables.Como guionista me gustan mucho Yakuza,Taxi Driver y La costa de los mosquitos.Como director,desde luego,la que reseñas de una manera admirable;American Gigolo,una película que volví a verla hace poco y la sigo considerando un excelente filme,y,su magnífica Aflicción con un Nick Nolte y un James Coburn de vértigo.
    Creo que deberíamos escribir algo más sobre Scharader; un tipo curioso,sí señor.

    Un fuerte abrazo,amigo.

  2. Extraña la carrera cinematográfica de Schrader, extraño él.

    Extraña también la carrera de Willem Dafoe. Extraño él.

    Quizá sea la noche…

    Me costó muchísimo soportar, por oscura (aunque era de esperar), otro trabajo que hicieron juntos: DESENFOCADO sobre un actor de los años 60 y 70, Bob Crane.

    Por cierto… ¡no he visto LA NOCHE! Comparto con Francisco su elogio hacia American Gigolo.

    Besos
    Hildy

  3. Es verdad, «Aflicción», gran película con un extraordinario contenido autobiográfico del propio Schrader; escuchas historias suyas de la infancia y lo flipas.
    Abrazos

    Raritos todos, sí, mi querida Hildy. Por eso me gustan, je,je…
    Besos

  4. Ver a la Sarandon y a Defoe juntos ya es una llamada de atención y si además el guión es de Schrader, miel sobre hojuelas. Esta no la he visto, así que al saco; digo, a la lista de pendientes… 😉

    Un abrazo.

  5. Siempre hay tiempo para remediarlo, amigo Dante. Entiendo muy bien eso de la distracción, je,je.
    Abrazos varios.

    Pues creo, Josep, que no te defraudará. La explosión final, en plan western a cámara lenta, es fabulosa.
    Abrazos.

  6. Una película muy amarga. Él, Dafoe, rellena cuadernos de reflexiones, pensamientos y sentimientos, extractos de su alma. Cuando se acaban, con toda la entereza del mundo, lo tira a la basura y continúa en uno nuevo. Obvio paralelismo con su vida, su existencia. Nadie parece importarle y a nadie le importa. Pero lo tuviera asumido. No hay concesiones al drama sentimentaloide; frente al morbo de lo explícito la narración es sutil y tiene estilo.

    Pero si hablamos de estilo al carisma de Dafoe (el frío y corrosivo sarcasmo que desprende en algúnas escenas es toda una declaración de intenciones) interpretando a este personaje atormentado y contenido es, sin duda, una de las claves del magnetismo que me inspira este filme, pero la ambientación es un personaje más (la música, la pausada direccion…) Muy acorde se hace el fatalismo de Dafoe (¿el sufrimiento implica la necesidad de la creencia de que elementos externos han de condicionar nuestra ventura?) en un filme tan melancólico y desesperado («tengo un mal presentimiento»).

    Sí, recuerda algo a la contenida rabia de Peckinpah, especialmente me refiero a ‘Quiero la cabeza de Alfredo García’, el airado clímax que se cuece en un desarrollo sosegado hasta la inevitable explosión se ve venir, desde ese paseo inicial en coche de Dafoe vemos que su tormento lo provoca algo que le bulle por dentro tiempo atrás (o esa es la impresión que me da a mí).

    El final… hasta le da sentido a lo visto. ¿Posibilidad de escape? Siempre parece haber alguna… O eso es lo que me parece a mí que me quiere decir con ese cierre, en el que la tía Susan, va a visitarle a la cárcel y tras mantener con el una conversación tan intima como no la tuvieron en doce años, le hace ver que no está solo. Y entonces tú piensas, «Claro que todo tiene solución», como si te lo hubiera susurrado al oído tu ángel de la guarda.

    1. Un lujo de comentario, Moore, muchas gracias. Schrader, justamente, siempre tiende a analizar cuestiones como la culpa y la redención, a cierta idea de trascendencia a partir de la pequeña experiencia particular. Supongo que debido a su formación calvinista.

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