La tienda de los horrores – Sahara

Bodrios como éste hay muy pocos. Construida como una sucesión de entretenidas escenas de acción en competencia por erigirse en la más estúpida, absurda, superflua y ridícula, esta cinta del intrascendente Breck Eisner (alguien debería aprobar una ley para abolir determinados nombres anglosajones… ¿qué demonios quiere decir «Breck»?), rodada en 2005 es candidata en firme al título de Petardo Fílmico del Siglo XXI, y cuenta como protagonistas con Matthew McConaughey, Matiumaconajiú en cristiano, y la ínclita Penélope Cruz, en su momentánea preocupación por abrirse paso en Hollywood rodando mierda entre amante y amante de la farándula (y repito, ya hicimos este mismo comentario una vez, que no debe tildarse de sexista; hay que tener en cuenta que sus intrascendentes papeles en América hasta su trabajo con Almodóvar en «Volver» no le proporcionaron la fama que sus múltiples devaneos amorosos sí le dieron; negar eso es negar la realidad), en una curiosa forma de hacerse un nombre por cualquier camino que no sea elegir proyectos en condiciones.

En fin, que este pestiño de campeonato tiene trama y todo. O eso pretendían. Porque la historia es una memez inigualable. Un experto en arquelogía submarina busca en Níger (todo el mundo sabe la cantidad de agua que hay en ese desértico país del África Occidental, exactamente un dedal), siguiendo una vieja leyenda popular, el rastro de un barco que se refugió en el cauce del famoso río del mismo nombre y que contenía un tesoro. Hasta ahí podría dudarse de su verosimilitud o su lógica, pero si tenemos en cuenta que el barquito del tesoro es un barco ¡¡¡¡¡ DE LOS ESTADOS CONFEDERADOS !!!!, es decir, ¡¡¡¡¡ QUE LLEGÓ ALLÍ HUYENDO DE LA VICTORIA DE LINCOLN EN LA GUERRA DE SECESIÓN AMERICANA DE 1861-1865 !!!! (vamos, ahí mismo, al ladico, según se sale al Atlántico por Nigeria, a la derecha y luego todo recto durante un mes) ya es el colmo. En ningún momento le choca a nadie que los confederados, esclavistas, buscaran refugio en Níger, aunque quizá lo hicieran para asegurarse materia prima con la que traficar. El ridículo espantoso de la bobísima trama se completa con la científica Eva Rojas (precisamente Penélope destila una apariencia científica que ni Punset o Sánchez Ocaña), que investiga un extraño virus que está acabando con decenas de personas y que podría suponer un contagio mundial. La unión de sus dos historias (mejor no preguntarse sobre la base de qué) les hace colaborar, porque creen que esas muertes estás relacionadas con las investigaciones de ambos (¿¿¡¡¡Eeeeh!!!!??).

Vamos, que no cabe perder más tiempo comentando esta soplapollez, monumento a las mentes más estúpidas que pueblan los estudios (Paramount, en este caso), donde siempre hay alguien que parece discurrir los nuevos proyectos en pleno peregrinaje al W.C. a causa de una diarrea galopante. Si no, no se explica. Es absurda, estúpida, zafia, demasiado «inspirada» en escenas ya vistas, ruidosa, molesta… Dan ganas de someter a los actores a castigos físicos para que se callen de una vez. Nunca uno deseó tanto la victoria de los malos y la tortura de la pareja de buenos. Y sobre todo, para una vez que un rincón olvidado como Níger es objeto de interés por el cine, en vez de filmar esta porquería hubiese sido mucho más conveniente una película de denuncia sobre lo que occidente está haciendo y provocando en aquellas latitudes, o un documental antropológico sobre la vida en el desierto que no se limitara a un marco de acción exótico para que un par de mendrugos que no saben hacer la O con un canuto luzcan bronceado de máquina y ropa de aventura de centro comercial. Un asco.

Acusados: el amigo Breck, Pé Cruz y Maconajiú
Atenuantes: ni con lupa
Agravantes: el peor de todos, tomar al público por gilipollas
Sentencia: culpables
Condena: fregar el desierto de rodillas, desde Smara a Djibouti, desde Lagos a El-Alamein, con factor de protección solar -50.