Terror con trenzas: La mala semilla (The bad seed, Mervyn LeRoy, 1956)

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Si Narciso Ibáñez Serrador se preguntaba en los años setenta ¿Quién puede matar a un niño?, la respuesta previa a esta cuestión puede ser este clásico dirigido por Mervyn LeRoy, toda una leyenda de la etapa dorada del sistema de estudios del Hollywood, que, en la línea de cierto cine de terror, escoge a una niña como inquietante vehículo para la intriga, el suspense, el misterio y el horror. Como no puede ser de otra manera, el tono elegido ya desde los créditos iniciales (el apacible perfil sereno y tranquilo de una pequeña localidad norteamericana contrasta con la turbulenta lobreguez del embarcadero agitado por las olas en una noche de temporal) oscila continuamente entre la atmósfera plácida, soleada e inocente de los cuentos infantiles y los escenarios góticos, tenebrosos, tormentosos y lúgubres asimismo propios de esos mismos cuentos.

LeRoy utiliza así el clima para acentuar simbólicamente la aparente doble personalidad de la dulce y tierna Rhoda (Patty McCormack, candidata al Óscar), una niña sensible, buena y muy espabilada (demasiado, superando con creces la delgada línea de la repelencia repipí) que, a medida que van transcurriendo los 129 minutos de metraje, se va revelando como una mente cínica, obsesiva, calculadora y especialmente retorcida y perversa. Tal es así que, cuando, precisamente en el embarcadero, un niño pierde la vida ahogado durante un feria escolar, su propia madre, Christine (Nancy Kelly, también nominada al Óscar), empieza a sospechar que su hijita tiene algo que ver, y no precisamente para bien: la víctima del «accidente» acababa de vencer a Rhoda en el concurso escolar de redacción, y la niñita no lo había encajado bien. Como, además, Christine descubre en el joyero de Rhoda la medalla al premio de redacción, ata cabos, y esas ataduras la llevan a otros sucesos del pasado, muertes sobrevenidas y «misteriosos accidentes» de personas cercanas pero no especialmente receptivas a los deseos de Rhoda que, de repente, habían desaparecido violentamente de sus vidas… El terror que esto le infunde a Christine, y la necesidad de torear la situación sola, dado que su marido, coronel del ejército (William Hopper) está en su base, la llenarán de angustia e incertidumbre, y también poco a poco de un miedo a convertirse en una pieza prescindible del rompecabezas de la mente de su hija… El puzle se completa con Leroy (Henry Jones), el peón que hace trabajos manuales en el edificio de apartamentos donde vive la familia, y que desarrolla una turbia atracción por la pequeña Rhoda que, aun así, no le impide leer su verdadera naturaleza, la señora Breedlove (Evelyn Varden), la propietaria, que ejerce como abuela ‘de facto’ de la niña, y con Hortense (Eileen Heckart, tercera de las seleccionadas para el Óscar de entre el reparto), la madre del pequeño fallecido que, desesperada y alcoholizada, frecuenta la casa para intentar sonsacar -y luego acusar- a Rhoda por su intervención en la muerte de su hijo.

La película se construye con una estructura y un formato que se muestran direcamente deudores de la raíz teatral (una obra de Maxwell Anderson) y literaria (una novela de William March) del guión de John Lee Mahin. Excepto en escasos momentos (la merienda campestre, los aledaños de la casa), toda la acción transcurre en interiores, y en la mayor parte de los casos (excepto los despachos de la base y las dependencias del hospital) dentro del edificio y la propia casa de la familia. Igualmente, la carga dramática de la cinta descansa en especial sobre el texto, en algunos aspectos extremadamente valiente para la época (el insinuado interés inicial de Leroy por la niña, las consecuencias de la patológica obsesión de Christine con la patología criminal de su hija), aunque en otros puramente superficial y barato (la coartada psicológica de lo que ocurre, la parte más débil y menos interesante, por forzada e inverosímil, del guión), Continuar leyendo «Terror con trenzas: La mala semilla (The bad seed, Mervyn LeRoy, 1956)»