El mundo en sus manos: Syriana

Esta compleja y un tanto fría película escrita y dirigida por Steven Gaghan en 2005 impresiona por su laberíntica estructura, por la riqueza y versatilidad de su alto contenido crítico y por su acertado acercamiento a los entresijos del poder económico y a sus difíciles relaciones de compatibilidad con un sistema democrático puro. Por otro lado, su tratamiento desapasionado de la historia, casi periodístico y documental, su falta de implicación emocional con los personajes más allá de algún giro un tanto efectista y de ciertas complicaciones sentimentales ya muy trilladas hace que, no obstante el gran mérito que supone su tejido narrativo y visual, el espectador la contemple desde lejos, como algo ajeno, más como una construcción mental destinada a la ficción que como el toque de advertencia que se supone que es, como el acicate para nuestras reflexiones acerca de la posición real que ocupamos dentro del organigrama de poder del mundo.

Basada en la historia real de Robert Baer, un antiguo agente de la CIA destacado en Oriente Medio, que él mismo publicó en forma de libro, la película gira en torno a dos premisas complementarias: cómo los particulares juegos de poder y los negocios particulares de determinadas personas y corporaciones influyen en el rumbo político, económico, cultural, social y militar del planeta y a su vez cómo se plasman esos cambios de dirección debidos a los caprichos interesados de unas pocas personas en las vidas particulares de millones de individuos en todo el mundo, desde los más ligados a esos acontecimientos en la sombra, hasta aquellos que, como nosotros, ni siquiera tienen idea de que están ocurriendo porque transcurren en un plano al que nunca han tenido ni tendrán acceso alguno. Y quizá radica ahí el inconveniente de Syriana: en que, si bien refleja con ambición y conocimiento las relaciones entre geopolítica e intereses macroeconómicos, flojea al pretender presentar la forma en que esos movimientos afectan a la vida de los particulares.

La película parte de una estructura coral en la que se presentan determinados fenómenos que poco a poco van confluyendo hasta convertirse en una única tela de araña: en Estados Unidos, una empresa petrolera que acaba de ser privada de los derechos de explotación de un pequeño país del Golfo Pérsico se fusiona con una compañía más pequeña que ha conseguido concesiones de un gobierno de Asia Central para explotar su petróleo. El Gobierno americano investiga si estos tratos son producto de maniobras ilegales, contratos encubiertos o incluso sobornos y, por tanto, han violado la ley, con lo que habría de intervenir en la operación de fusión desautorizándola; por su parte, la empresa intenta cubrirse las espaldas encargando a un abogado su propia investigación al respecto. Por otro lado, un experimentado agente de la CIA con un magnífico historial en el Beirut de los ochenta opera en Teherán como un supuesto traficante de armas infiltrado, un analista económico que vive en Suiza se erige en asesor del Emir, que está pensando ya en su sucesión en el trono mientras que en los propios pozos unos inmigrantes pakistaníes son despedidos por culpa del cambio de dueños de la compañía y deben preocuparse de regularizar su situación en el país. Esta trama poliédrica va poco a poco confluyendo en una única relación causa-efecto mientras se nos van presentando algunos condicionantes personales de los intervinientes que compensen con carga dramática el enorme contenido de abstracciones políticas y económicas que se exponen en dos horas de metraje. Continuar leyendo «El mundo en sus manos: Syriana»

La tienda de los horrores – Robin Hood

Si es que no hay manera: Ridley Scott es sin duda el director que más veces ha aparecido en esta escalera; si no nos falla la memoria, en total, esta es la quinta vez, y sólo en una ocasión ha sido para bien. En el resto, sus trabajos tan correctos en lo formal (a veces) como vacíos y planos en cuanto a contenido han ido a engrosar las filas de esta gloriosa sección, y su Robin Hood, película de este mismo año (primera excepción a la tradición de este blog, que jamás habla de estrenos) ocupa un puesto de honor en ella por méritos propios. Vaya por delante que Robin Hood es un personaje de leyenda producto de la noche oscura de los tiempos y que, nacido al calor de las tradiciones populares de primavera del campo medieval inglés (como dejaremos bien constatado cuando hablemos de esa joya titulada Robin y Marian), diversos expertos, en un ejercicio más voluntarioso que eficaz, han pretendido colocar encajes históricos con personajes y contextos reales y comprobados históricamente, generalmente sin conseguir otra cosa que conjeturas e hipótesis imposibles de aseverar. Scott, por el contrario, huye de la leyenda y pretende presentar a Robin como un personaje de su tiempo inmerso en los acontecimientos políticos y militares, convenientemente tergiversados, de un pedacito de la Edad Media, en concreto, el paso del siglo XII al XIII, y lo consigue, es un decir, a través de una acumulación de absurdos y tonterías difícilmente igualable.

Robin (Russell Crowe) es un arquero cualquiera del ejército del rey Ricardo que asalta el castillo de un noble francés que se resiste a su autoridad. El hombre, que ejerce de trilero en sus ratos libres, se mete en una pelea con un gañán que por casualidad termina con el rey Ricardo por los suelos. Éste, admirado por el coraje de ambos, les invita a soltar un speech de lo más guay sobre las bondades y maldades de la campaña militar en marcha, y acaban en un cepo de prisioneros del que se evaden para darse con la noticia de la muerte del rey y con una emboscada en la que los malos, franceses por supuesto, matan a quienes llevan la corona inglesa a Londres para que se la ciña su sucesor, Juan. Los fugitivos se hacen pasar por la escolta y llegan a Inglaterra, pero Robin, tan bueno él, va a cumplir la promesa del jefe de escolta de llevar su espada a su padre (Von Sydow) y, una vez en su casa, llega a un pacto por el cual él se hará pasar por su hijo y por esposo de Marian (Cate Blanchett, demasiado crecidita para su papel, aquí de viuda y no de doncella) para que el nuevo rey no les quite sus tierras. Que mola un pegote.

Para que nadie piense que es que tenemos manía al bueno de Ridley, repasaremos sucintamente las virtudes más sobresalientes del filme: estupenda puesta en escena, enorme trabajo de producción para conseguir una ambientación magnífica, una excelente partitura musical que no huye de los modos y maneras de la propia época, un par de escenas bien construidas y mejor resueltas (porque Scott, a diferencia de su hermano Tony, no es un incompetente audiovisual), la belleza de algunas de las localizaciones escogidas para el rodaje, y dos personajes que por solidez e interpretación (Max Von Sydow y Eillen Atkins) dan algo de empaque a este desbarajuste. Además, cabe citar el mérito de director y guionistas que, a pesar de rebajar notablemente el contenido violento y peyorativo del protagonista, inicialmente presentado como forajido despiadado y cruel y con cada pase de vista, endulzado, edulcorado y metasexualizado, intenta dar un aire nuevo (que resulta ser viejo, como ya se dirá) al personaje de Ricardo Corazón de León, ni tan bueno, ni tan león, más bien tirando a hijoputa (senda abierta por Richard Lester y Richard Harris en el clásico mencionado anteriormente de 1976 y resuelto de manera más coherente y acertada). Y por último, y no es poco en los tiempos que corren, mucho menos si de Scott hablamos (defecto que sepulta Gladiator en la nada absoluta pese a su pretenciosidad formal), la borrachera de ordenador y efectos digitales esta vez es bastante discreta y no estropea los fotogramas. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Robin Hood»