Un paseo por Australia: Walkabout (Nicolas Roeg, 1971)

El virtuosismo cinematográfico no suele estar allí donde, especialmente en estos tiempos, creen encontrarlo tantos «autores» (además de críticos y espectadores), es decir, en el intento de narrar perfectas simplezas de manera retorcida, enrevesada, engañosamente complicada y supuestamente profunda, intelectual y poética, sino en el extremo contrario, en la capacidad de contar con sencillez, claridad, belleza y precisión técnica y narrativa cuestiones complejas, a priori inabordables, inaccesibles a través de la imagen. A este último grupo de películas, las obras mayores (a veces maestras), pertenece el segundo trabajo de Nicolas Roeg como director, emancipado ya de la compañía de Donald Cammell en su debut, la controvertida y fascinante Performance (1970). Acreditado director de fotografía -en su haber títulos como La máscara de la muerte roja (The Masque of the Red Death, Roger Corman, 1964), Doctor Zhivago (David Lean, 1965), Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966), Golfus de Roma (A Funny Thing Happened on the Way to the Forum, Richard Lester, 1966), Lejos del mundanal ruido (Far From the Madding Crowd, John Schlesinger, 1967) o Petulia (Richard Lester, 1968), además de sus propias películas-, este trabajo de Roeg combina diferentes texturas y formatos con esporádicos insertos colocados como apostillas o notas al pie para construir una historia al mismo tiempo profunda e intensa, pero también extrañamente volátil y esquiva.

La premisa argumental es sencilla: un oscuro oficinista de algo parecido a un gabinete de arquitectura (John Meillon) se desplaza en coche junto a sus hijos, una joven de 16 años (Jenny Agutter) y su hermano, mucho más joven (Lucien John, entonces Luc Roeg, hijo del director), a una remota y árida llanura semidesértica del centro de Australia en la que se dedica a hacer esbozos de planos y dibujos de futuras construcciones mientras la muchacha prepara la merienda y el niño juega y corretea. En un momento dado, por motivos que se ignoran, el hombre esgrime un arma y empieza a disparar desde la distancia, para, finalmente, suicidarse. Con escasos víveres y mal vestidos y preparados para una larga travesía por el desierto, los jóvenes empiezan a andar en busca de algún vestigio de civilización al que poder acogerse. En su costoso y accidentado deambular recalan en un pequeño oasis al que también llega un joven aborigen (David Gulpilil) que está en pleno «paseo» (walkabout, que da título al filme), un periodo de tiempo de varios meses durante los que, alejado de su pueblo, debe apañárselas en solitario para sobrevivir, consiguiendo alimento y buscando lugares de cobijo y descanso, como ceremonia iniciática, proceso de conjunción con la naturaleza y paso de la infancia a la edad adulta. Incorporados a la expedición unipersonal del joven cazador, la cruda experiencia de abandono y desolación de la chica y su hermano se funde con el ritual de crecimiento del muchacho nativo, asumiendo involuntariamente ellos también su propia liturgia de tránsito entre la dependencia paterna y la plena autonomía personal.

Lejos de limitarse a retratar una aventura repleta de avatares y peligros, torpemente aderezada con una historia de atracción y amor entre el musculado y apolíneo nativo y la apetecible y sexy adolescente rubia tipo El lago azul (The Blue Lagoon, Randal Kleiser, 1980), Roeg, con guion de Edward Bond a partir de la novela de James Vance Marshall, dibuja un panorama bastante más complejo de drama de transformación que desemboca en tragedia (el detonante y el cierre de la trama son episodios espejo: dos suicidios), confeccionado mediante el selectivo uso de la elipsis y un enfoque hipnótico y enigmático que busca multiplicar la sensación de preguntas sin respuesta y un estado de aceptación hacia aquellas implicaciones imposibles de desentrañar, pero cuyas consecuencias deben ser igualmente asumidas. Así, los paralelismos visuales entre la vida urbana y las estampas de la naturaleza como contraste entre la llamada «civilización» y el estado «salvaje», o los planos detalle que muestran con estilo documental las evoluciones de determinados insectos y reptiles, pero, sobre todo, la escena de la caza del canguro combinada con la destreza de un carnicero que despelleja y trocea la carne de su establecimiento. Un lenguaje destinado a componer un puzle, primordialmente anímico y sensorial, más que visual o intelectual, que define ese «algo» secreto que queda como poso en los dos hermanos, habitualmente silenciado, siempre latente, pero que saldrá al exterior en instantes puntuales como una enseñanza adquirida e imperecedera, imborrable y, al mismo tiempo, tan enriquecedora y edificante como traumática. En este punto, la escena postrera de la película en la que una joven ya convertida en mujer casada recibe a su marido mientras prepara la comida y este le cuenta las novedades de su trabajo y sus posibilidades de ascenso profesional inminente, revela ese aspecto oculto, esa combinación de aprendizaje, horror, nostalgia y desencanto ante un presente que, bajo la apariencia de confort y armonía, se asemeja a los muros de una prisión vital. Un sentimiento de conexión con el pasado y con ese tiempo de vida en naturaleza que únicamente su hermano y su amigo aborigen es probable que puedan comprender.

Protagonizada por intérpretes principales no profesionales (aunque todos harían carrera posteriormente, en especial Jenny Agutter, pero también Gulpilil, en películas como La última ola (The Last Wave, Peter Weir, (1977) o Cocodrilo Dundee (Crocodile Dundee, Peter Faiman, 1986), en la que coincidió con John Meillon), convirtió a la actriz en mito erótico para una generación (en particular merced a la escena en la que nada desnuda), y aunque su papel (como el del resto del reparto) no requería de especiales habilidades interpretativas, destaca en una composición en la que conviven la fragilidad y el miedo, y que es capaz de concentrar en un solo gesto, en una mirada, la añoranza por una vida no vivida, promesa de felicidad perdida frente a una cotidianidad decepcionante. Algo similar a la postrera carrera de Roeg como director, que atesora un par de títulos importantes –Amenaza en la sombra (Don’t Look Back, 1973) y El hombre que cayó a la Tierra (The Man Who Fell to Earth, 1976) antes de diluirse entre películas fallidas y auténticas naderías, en un walkabout errabundo e igualmente decadente.

11 comentarios sobre “Un paseo por Australia: Walkabout (Nicolas Roeg, 1971)

  1. Interesante. A primera vista, los temas de “Performance” y “Walkabout” no pueden parecer más diferentes. “Performance” se desarrolla en los sofisticados ambientes de Londres, tiene como prota a una gran estrella de la música pop y no tiene aparentemente nada que ver con el peregrinaje a través del desierto que narra “Walkabout”. Pero también Performance versa sobre la colisión fortuita entre opuestos, sobre su posible interacción y sobre su incompatibilidad final. Estos mismos elementos temáticos se encuentran todos en Walkabout, en donde la colisión es tanto humana (la muchacha blanca, el aborigen de color) como cultural (la ciudad contra las grandes extensiones desiertas); la interacción es al mismo tiempo una necesidad geográfica y biológica (la muchacha se encuentra indefensa en el medio ambiente del aborigen, al igual que él lo estaría en el de ella); mientras que la incompatibilidad y la separación final son la consecuencia inevitable de unos orígenes tan distintos.

    Nicholas Roeg establece el contraste desde los primeros planos de la película, en los que la ajetreada ciudad se va viendo poco a poco invadida por vistas del desierto, hasta que, con un espléndido travelling hacia atrás, desde una pared de ladrillo hasta una gran extensión de tierra vacía, permite que el segundo se apodere completamente de la primera. Al final de Walkabout el modelo se invierte con la invasión de las grandes extensiones desiertas por edificios a medio construir, máquinas semiabandonadas y, finalmente, las propias multitudes de la gran ciudad y el desierto parecen encontrarse en perfecta simbiosis, desarrollándose en uno a partir del otro. Mientras que los habitantes de la ciudad se asemejan desconcertadamente a simples granos de arena, el desierto, con su exótica vida salvaje, parece poseer también una compleja estructura social, en la que la experiencia es esencial para la supervivencia. La Naturaleza y la Civilización pueden ser cosas opuestas, pero tienen las mismas raíces, las mismas necesidades, y el examen que efectúa Roeg de las mismas revela poco a poco el precio especial, e incluso letal, que hay que pagar para satisfacerlas.

    Todas estas películas sobre la naturaleza y su brutalidad o lo que desata en el ser humano pude verlas en el cine unos años después de sus estrenos pero dentro del marco de los setenta. Recuerdo el impacto que me causó “Deliverance” (1974) de John Boorman. Eran películas duras, interesantes, nada de ñoñerías ecológicas. Cuando llegaron los 80 se inauguró con “El lago azul” y “A la sombra de los cocoteros en flor”, bueno, esta última acabo de inventármela. Menos mal que en ese mismo año, o sea, 1980 vi “Los dioses deben estar locos” de Jamie Uys y ese falso documental que todos creímos en ese momento real “Holocausto caníbal” de Ruggero Deodato.  Y ya en 1985 “La selva esmeralda” de John Boorman.

    Abrazos mil.

    1. Performance y Walkabout coinciden en la premisa de fondo: la identidad. Pero sus soluciones son diferentes. En Performance se llega a la identificación total entre dos personajes; en Walkabout, es la imposibilidad de esta fusión total. Lo que resalta también Roeg es la ruina en la que tarde o temprano se convierte todo lo humano, frente al esplendor imperturbable, y letal, de la naturaleza. Deliverance (1972) también va por ahí, pero con un registro diferente, que es (más o menos) el folk-horror. Ay, y recuerdo una anécdota de Deodato, y es que, empeñado en estrenar su película en Colombia, donde se rodó, las cosas se le pusieron tan mal a nivel de opinión pública que tuvo que pasar a Venezuela escondido en el maletero de un coche, como un Puigdemont cualquiera.

      Abrazos

  2. Jajaja. ¿Recuerdas cuando se inventó el maldito muñequito de Elvis Presley que movía las caderas en el salpicadero del coche? Mucho antes mi padre se compró un Renault 6 y le regalaron un perrito que se pegaba en el salpicadero y movía la cabeza. No hay nada nuevo bajo el sol, pero… ahora Puigdemont i Casamajó va a patentar un muñeco de él mismo para que se pueda colocar en todos los maleteros de los coches de Cataluña. Según él, servirá como cojín para proteger las cosas que quieras cargar en el maletero. Hay que tener cara. Y lo peor de todo es que se venderán como rosquillas. Ni Roeg, ni Booman, ni Uys, ni Deodato; solo Puigdemont i Casamajó es capaz de semejante delirio. Se me olvidaba; del interior del muñeco de Puig, según él, saldrá una canción de Lluís Llach como alarma si el objeto que sujeta del maletero está en peligro, o si el sujeto que necesite fugarse se acerca a un puesto de control tocando una frontera.

    Abrazos mil.

    1. No sé si con esa cara dura algo puede hacer de cojín… Quizá el peinado haga de colchoneta protectora. Mejor música, en todo caso, sería la de «La gran evasión».

      Abrazos

  3. No hombre, no desperdiciemos esa gran banda sonora por una cosa así. Mejor una sardana. Y si desafinan, mejor.

    Abrazos mil.

  4. Pues muchas gracias por el descubrimiento de una película que, por lo que cuentas, quizás no llegó a estrenarse por estos lares por la decidida intervención de la censura y puede que no tan sólo por la escena natatoria, porque no descubrí a Jenny Aguter hasta que se erigió en lo único admirable de La fuga de Logan en 1976, ya con la censura debilitada.

    Queda apuntada como pendiente pues observo que hay ahí más cine del que a priori uno podría suponer.

    Un abrazo.

    Josep

    1. Y tanto. Toda una sorpresa, este Roeg, competente director de fotografía al que luego se le fue mucho la pinza en la dirección, aunque es justo reconocer que conservó la mano para las cosas de la iluminación.

      Un abrazo

  5. El cine de Nicolas Roeg a mí siempre me remueve. Es un director que nunca lo nombraría entre mis favoritos, pero sus películas según las voy viendo no solo me sorprenden, sino que siempre me hacen pensar y reflexionar. Y, sí, tiene una trayectoria errática y extraña.

    Tanto la película que tan brillantemente analizas (que haría una sesión doble de esta de Roeg junto a «Despertar en el infierno» de Ted Kotcheff), como «Amenaza en la sombra» (inquietante), «El hombre que cayó en la tierra» (rayada), «Insignificancia» (qué curiosa me ha resultado siempre) o «La maldición de las brujas» (Dalh en potencia)… nunca deja indiferente y muestra una mirada especial, con la que conectas o no…

    Otra cosa que me llama la atención de la peli que analizas y, por eso, la sesión doble expuesta: walkabout, es sin duda la representación de Australia como sitio peculiar, distinto, con otras maneras…

    Beso

    Hildy

    1. Desde luego, no es, ni puede ser, un director favorito, teniendo en cuenta lo que hizo más allá de tres o cuatro títulos del comienzo de su carrera. Pero tiene mano para los estados hipnóticos, de eso no hay duda, y para el montaje que construye atmósferas extrañas y enrarecidas.

      Qué buena es «Despertar en el infierno». La verdad es que Australia da para ciclo, olvidando la tontería esa de Baz Luhrmann, se puede hacer un buen ciclo de «cosas raras australianas», desde la película que comentas a «Wolf Creek».

      Besos

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