Mitos en technicolor – Orfeo negro (Orfeu Negro, Marcel Camus, 1959)

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En Brasil, Orfeo negro (Orfeu Negro, Marcel Camus, 1959) no despertó muchas simpatías en un primer momento. Como ha ocurrido tantas veces en el cine occidental situado en países en vías de desarrollo (en ocasiones, como sucede con Brasil, futuras economías emergentes de cinematografías más que estimables), se acusaba a la película de fomentar, desde una perspectiva neocolonialista, una visión folclórica y pintoresquista de los tópicos más extendidos sobre el país, en especial el carnaval, la música, el gusto por la fiesta y, en un par de pinceladas, incluso la religión del fútbol, dejando de lado otras realidades más o menos controvertidas y, desde luego, huyendo de cualquier publirreportaje a la medida de los deseos del gobierno (en la época del rodaje, Brasil todavía no se había sumido en la dictadura militar que se instauró cinco años después) o de las apetencias turísticas. Sin embargo, como ha sucedido no pocas veces, el triunfo internacional de la película (tanto en Cannes, donde obtuvo la Palma de Oro, como en Hollywood, con la consecución del Óscar a la mejor película de habla no inglesa) hizo que los brasileños la reivindicaran como propia a pesar de que su participación en la producción es minoritaria en comparación con los inversores italianos y franceses (estos últimos son quienes atribuyen la nacionalidad a la película). Recepciones y repercusiones aparte (que incluyen la extraordinaria difusión por todo el mundo, sobre todo en Estados Unidos, de la bossa nova y otros estilos musicales brasileños a partir de la comercialización del filme), la gran maestría de esta película descansa en la ingeniosa y colorista trasposición del famoso mito griego de Orfeo y Eurídice al Brasil contemporáneo, y su situación en pleno carnaval de Río de Janeiro.

La joven Eurídice (Marpessa Dawn) llega a Río invitada por su prima, Serafina (Léa Garcia). Nada más llegar conoce a Orfeo (Breno Mello), un conductor de tranvía, cantante y guitarrista (en este caso, a diferencia del mito, no toca la lira), que está a punto de casarse con su prometida, Mira (Lourdes de Oliveira), aunque el bueno de Orfeo es muy dado a tontear con toda chica que pasa a su alrededor y no destaca por su fidelidad a la pareja. La casualidad quiere que Serafina y Orfeo sean vecinos en la barriada Babilonia, un promontorio rocoso sobre el mar abierto a la bahía de Río, y también que la llegada de Eurídice coincida con la víspera del carnaval, con las distintas agrupaciones, como la de Babilonia, ultimando preparativos, vestidos, ensayos y canciones para la competición entre los distintos grupos. El espectador, no obstante, no tarda en saber que el viaje de Eurídice no se debe tanto al deseo de zambullirse en la famosa fiesta como a la necesidad de huir de un hombre misterioso que quiere matarla, aunque en ningún momento se conoce su identidad ni los motivos que puedan impulsarle a cometer el crimen. Como obliga el mito, Orfeo y Eurídice se enamoran apasionadamente, aunque la Muerte triunfa sobre el Amor y Orfeo, descendido a los infiernos para rescatar a su amada, terminará pagando la osadía con su vida.

La tragedia del mito órfico contrasta con el lenguaje visual, luminoso y vivamente colorista, y el tratamiento musical del filme, propios de su traducción a Brasil. Basada en una obra teatral de Vinicius de Moraes, destaca la habilidad de Camus para congeniar la atmósfera fatalista de la historia (desde el primer instante, cuando Eurídice se topa con el vendedor ciego, hasta las inquietantes y logradas apariciones de la Muerte enmascarada, pasando por la evocación del mito que hace el funcionario del registro civil) con los aspectos más lúdicos de la vida en carnaval. La música está presente prácticamente en cada fotograma Continuar leyendo «Mitos en technicolor – Orfeo negro (Orfeu Negro, Marcel Camus, 1959)»