La leyenda española de Ava: Pandora y el holandés errante (Pandora and the flying Dutchman, Albert Lewin, 1950)

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De alguna manera, esta película dirigida en 1950 por el británico Albert Lewin (autor asimismo de la célebre traslación a la pantalla del Dorian Gray de Oscar Wilde) supone el pistoletazo de salida al vínculo de Ava Gardner con España, incluye todos los elementos que resumen lo que tradicionalmente se asocia a la relación de la actriz con este país: ambientes sofisticados, compañías elitistas, juergas nocturnas hasta altas horas, tablaos flamencos, poderosas resacas, escarceos amorosos, matadores (en especial Mario Cabré, que actúa en la cinta interpretando a un torero, cómo no), corridas de toros, fiestas populares… Lewin adapta y realiza una fantasía de corte onírico sobre la famosa leyenda del holandés errante y la sitúa en la Costa Brava, caracterizada para la ocasión con los típicos atributos de lo español que se percibían por entonces -y aun hoy- en el extranjero (omnipresencia de la bandera rojigualda, aires andaluces, relevancia del mundo taurino… Qué pensarán hoy los nacionalistas catalanes que vean la película… Aunque también es cierto que Lewin retrata a unos pescadores hablando catalán). La película posee una atmósfera a caballo entre el sueño y la locura, acrecentada por el aire fabulístico de la narración en off y en flashback por uno de los personajes, un escritor amante de las antigüedades, y nos zambulle de lleno en un cuento de tintes romántico-trágicos.

Pandora Reynolds (Ava Gardner) está maldita. Su belleza arrebatadora no le proporciona el éxito con los hombres, la felicidad que tanto ansía. Enloquecidos por su hermosura, pero completamente alejados de lo que constituyen los sueños y anhelos de la mujer, sun ansias de realizarse «románticamente», aspiran a convertirla en su posesión, a satisfacer su obsesivo deseo más que a amarla. Incapaces de lograr saciar sus arrebatos de atracción, todos los hombres que se enamoran de ella terminan por dilapidar su vida, sus matrimonios, sus profesiones, su propia conciencia. Esta capacidad de jugar con los hombres seduce a Pandora hasta el punto de que los maneja a su antojo; solo aprecia a aquellos que quedan a salvo de su influjo (por edad y extracción social, sobre todo), y termina por tratar con desdén a todo aquel que se confiesa su vasallo y se comporta con sumisión, lo cual la convierte en auténtica y cruel dominadora de sus destinos. Lo mismo es capaz de prometerse en matrimonio con un pobre iluso simplemente por torturarle, que conseguir que un famoso piloto de carreras, que ha construido trabajosamente un bólido supersónico con el que pretende batir un récord, lo arroje sin miramientos por un acantilado solo porque ella se lo pide como egoísta demostración de amor, de que la desea por encima de cualquier otra cosa en el mundo. Esto es así hasta que conoce a un hombre misterioso que parece sustraerse a sus encantos, Hendrick Van der Zee (James Mason), que ha fondeado con su velero en la bahía, y que no es otra cosa que un espíritu atormentado, condenado a vagar por los siete mares hasta que consiga que una mujer muera de amor por él…

Tanto el carácter de la narración, como la planificación, la puesta en escena, la música y la fotografía (obra del posteriormente director Jack Cardiff) subrayan desde el comienzo la atmósfera fantástica del relato, su carácter de elegía romántica exacerbada. El hallazgo y estudio por el narrador de un antiguo manuscrito en holandés arcaico que trata de la leyenda del marino maldito abre la puerta a uno de los extractos del film que revelan explícitamente esa condición de fantasía a medio camino de la maldición y del sueño, las secuencias que presentan la caída en desgracia del navegante, su locura, su crimen y su castigo eterno. Paralelamente, el tono general, en particular las escenas que comparten Mason y Gardner a bordo del velero (incluso la forma en que su primer encuentro en él), comparten ese clima onírico e irreal, magníficamente plasmado en el uso del color y en la luz, permanentemente filtrada por una neblina, por una gasa, que confiere a la película de una textura quimérica, imaginaria, fantástica. Al mismo tiempo, esa confusión entre realidad e imaginación, entre cielo y mar, entre noche y pesadilla, tiene su contrapunto en la vida en el pueblo de la costa, sus calles, plazas, tabernas, tradiciones y, sobre todo, en la plaza de toros, en la que el matador dejará clara muestra de su sometimiento a los dictados de la belleza maldita de Pandora. El desenlace de esta lucha de maldiciones, la del holandés y la de Pandora, no tiene otro camino que el amor, un amor trágico, una catarsis liberadora que les conduzca a estar juntos eternamente dejando de hacerlo en la vida real.

Lewin conduce una historia compleja, en la que probablemente lo literario pesa en exceso, con cierta artificiosidad en diálogos y situaciones, y sin que encaje del todo el juego entre fantasía y realidad, completamente entregado a sus dos estrellas protagonistas. Ava parece interpretarse a sí misma, se maneja con soltura y convicción en el personaje de mujer letal por su belleza; Mason se mueve como pez en el agua en un personaje contemplativo que le permite declamar frases solemnes, jugar a los acertijos del lenguaje, dejar puertas abiertas a la interpretación de su significado, al enigma que queda en el aire. El tono trágico general viene complementado con el filtro igualmente trágico que Lewin imprime a algunas tradiciones españolas, desde los toros a las relaciones familiares y la estética del culto católico (esas mujeres de oscuro y con mantilla, casi espectros en un pueblo que descansa en la estrellada bahía entre sombras amenazantes) y, aunque la película se le pasa de duración (125 minutos), logra plasmar instantes de gran belleza, incluso sin Ava presente.

Así, la película se erige casi en un relato premonitorio sobre ciertos aspectos del futuro de su protagonista femenina, aborda temas ya apuntados por Lewin en su aproximación a la obra de Wilde (la corrupción moral, el hundimiento personal, la desesperada búsqueda de una redención y lo implacable de un destino que no es sino una justa condena al irreversible pecado cometido) y proporciona algunos momentos estimables de preciosismo visual y dramatismo desbocado que, si bien por instantes artificiosos y desmedidos, conforman una adecuada atmósfera a lo que exige esta inmortal leyenda romántica.

15 comentarios sobre “La leyenda española de Ava: Pandora y el holandés errante (Pandora and the flying Dutchman, Albert Lewin, 1950)

  1. Onírica, delirante y exacerbadamente romántica. Aunque hay algo que me gusta mucho de tu análisis. En este caso la actriz como ‘creadora’ (¿consciente o inconscientemente?) o mejor dicho que da vida y carácter a una película. Es decir, Pandora y el holandés errante es Ava Gadner y la representación colectiva e imaginaria que se tuvo y se tiene de ella.

    Ya hemos hablado de ello en alguna ocasión pero el documental de Isaki Lacuesta, La noche que no acaba, realiza un estudio cinematográfico muy especial del paso del tiempo en el rostro de Ava. Y parte de su análisis se reconstruye a través de esta película.

    Besos
    Hildy

    1. Yo creo que si unimos esta película y «La condesa descalza» (otra muy española), con algunas pizcas de «Las nieves del Kilimanjaro» (otra que tal) tenemos un retrato muy aproximado de la imagen de Ava que quedó durante y después de su relación con España. Un cine que, por encima de otra cosa, trata de ella.
      Besos

  2. No he visto la película y poco puedo decir al respecto, amigo Alfredo. Pero lo que no me cabe duda es que, después de lo que has escrito, parece más que interesante. ¿Los catalanes? A ellos solo les va el cine puro y duro yanqui, y cuando hablan de folclore les encantan las butifarras a la brasa. El otro día el señor Mas dio unos discursos surrealistas (lo digo por la Costa Brava, tierra de Dalí) al olor y humo de unas buenas butifarras asándose en una parrilla. Después se pusieron todos a comer como desesperados. Cataluña es, sobre todo, tierra de parques temáticos, aquí tenemos ese manicomio llamado Port Aventura y la Generalitat anda con otros proyectos similares tras el fiasco de Eurovegas (a excepción de Torrente, claro). ¿Sabías que el primer parque temático del cine se produjo en España en 1953? Fue en Bienvenido, Mister Marshall, cuando recrean en la profunda meseta castellana lo más tópico de Andalucía. Vemos a aquellas viejas arrugadas y de mal humor con los trajes de lunares y las peinetas y el alcalde soñando que vive en un western… Madre mía, qué país.

    Hay por ahí unas fotos con la Ava y Sinatra veraneando en La Costa Brava. Eran otros tiempos donde la corrupción del ladrillo quedaba tan lejos como el conocimiento que tienen los americanos de la verdadera cultura española.

    Siempre acabo igual. Digo que no tengo nada que añadir y me salen comentarios la mar de gilipollas.

    Abrazos, amigo.

    1. Me encantan estas digresiones tuyas… Pero, si te sirve de consuelo, te digo que el mal gusto a la hora de ir al cine y los discursos gilipuertoides en comidas campestres populacheras no son privativas de Cataluña. En eso, me temo, todos somos más hispánicos de lo que nos gustaría… Y, en efecto, «Mr. Marshall», que es nuestro Quijote en el cine, cada día está más vigente. Aquí tuvimos Gran Scala, que era un proyecto de tropecientos casinos en medio de los Monegros, y al final nada. Así que, supongo, lo de allí tampoco se verá nunca.

      Entonces la amenaza para la Costa Brava eran las broncas de Frank y Ava…

      Abrazos

  3. Un director muy singular fue, al parecer, Albert Lewin. Un intelectual que podría emparentarse con el gran Mankiewicz (y con una filmografía, por lo que he podido comprobar, bastante corta). Sólo he visto, de él, esta película y «El retrato de Dorian Gray» (ésta hace muchísimo tiempo).

    El exquisito uso del color de este film me recuerda, ligeramente, al de Senso (que es un verdadero primor, como todo lo que hacía Visconti). De cualquier forma, «Pandora y el holandés errante» comienza de manera inmejorable, decae su ritmo en su parte central (como bien dices, por una excesiva carga literaria) y sube, de nuevo, en su parte final. Pero, sobre todas las cosas, la película es un monumento a su estrella principal: Ava Gardner. Mujer fatal donde las haya. Ava hecha fatalidad en color en esta película, y fatal en el blanco y negro de «Forajidos». Hasta que la redención le llega en forma de sacrificio por amor.

    James Mason es un grandísimo actor pero, personalmente, no me pega como pareja de Ava (me lo creo mucho más con Joan Bennett en «Almas desnudas», por poner un ejemplo). Aún así, la película es de una gran belleza y posee una textura, como apuntas, más cercana al sueño que a la realidad. O, mejor aún, al mito hecho celuloide. De fundir dos mitos para crear uno nuevo y que lleva el nombre del «animal más bello del mundo».

    Besos.

    1. Lo que ocurre con Mason es que es un actor especializado en la doblez, y su personaje aquí carece de ella. Le ha ocurrido más veces en su filmografía, pero quizá en una edad más madura, pero en su filmografía, en todas las etapas, predominan esa clase de personajes, que son los que hizo realmente bien.

      Pocas veces se puede decir que una película ha fabricado a una estrella -en su vida y en su carrera- como en este caso. Luego vino Mankiewicz, precisamente, a certificar el mito de Ava en La condesa descalza.

      Besos

  4. Muy cierto lo que dices. Los papeles que borda Mason son los de personajes viscosos y oscuros. Aquí, desde luego, carece de matices y eso hace que resulte un personaje romo y falto de verdadero interés para el público ávido de sustancia y emociones fuertes. Ello me lleva, de nuevo, a centrar el interés en el personaje de Ava y su vena destructiva. Es la verdadera sal de la película.

    Una buena sesión doble para comprender el mito de esta mujer: este film y «La condesa descalza». Yo añadiría, a título personal, una tercera, «Mogambo», no tanto por el mito como porque ella solita se merienda a sus dos compañeros de reparto. Me hace mucha gracia aquella gente que tachaba de misógino (y unas cuantas cosas más) a Ford, está claro que no han visto esta peli o «Siete mujeres».

    Besos!!

    1. En Mogambo Ava está inmensa. Tiene el mejor personaje y los mejores diálogos, y los pronuncia a la perfección. Hasta cuando canta lo hace de primera, no con una gran voz, ni siquiera es una gran canción, pero lo hace justamente como pide el personaje y la situación. Y está divertidísima, como en la secuencia del elefante que mueve las orejas como Dumbo y ella dice eso de que le recuerda a alguien antes de mirar a Clark Gable.

      Besos

  5. Jajaja, ese diálogo es buenísimo. Cómo sintetizar en una frase la seña de identidad masculina de Clark Gable, y la malicia con la que ella lo dice no tiene precio, jejeje. Por cosas como ésta me encanta su personaje. Es que les da cien mil vueltas a los sosainas de Gable y la estatua de marfil níveo que era Grace Kelly (jo!, cada vez que la veo conducir el coche en «Atrapa un ladrón» me recorre un escalofrío por la espina dorsal); una actriz, Kelly, que en «Mogambo» me recuerda – en cierto modo – a la gelidez de Catherine Deneuve (pienso que Hitchcock le hubiese sacado bastante partido a esta actriz… cada vez que la veo en «Belle de jour», me pregunto qué le habría parecido al director al ver la peli… o en «Tristana», ay esa pierna…). Una actriz cuya digna sucesora es, para mí, Isabelle Huppert (frialdad en estado puro). Mira, otro mito Grace Kelly…

    ¿Y qué me dices de la censura española con Mogambo? Infidelidad por incesto… tela.

    Besos!!

    1. Hombre, son tipos de mujer diferentes, con presencias diferentes… Huppert se ha especializado, ciertamente, a partir de cierta edad, y suele estar perfecta. Deneuve hubiera sido, a buen seguro, muy hitchcockiana, pero no termino de ver lo del mito de Grace Kelly. Me parece, más bien, un mito fabricado cuya realidad era bastante menos mítica…

      Hay episodios de censura española realmente memorables. Este es uno de los más conocidos, pero hay otros a la par. Por ejemplo, Esmeralda la zíngara (1939), que no es más que El jorobado de Notre Dame, no pudo llamarse así porque tanto Victor Hugo como sus obras estaban incluidos (no sé si lo siguen estando) en el Índice de Libros Prohibidos de la Congregación para la Doctrina de la Fe (en cristiano, je: Santa Inquisición). Como resultado, la censura franquista intentaba que ni Hugo ni sus obras llegaran a las carteleras, o que si lo hacían aparentaran ser otra cosa. Aquí cambiaron el título, eliminaron la mención a Hugo de los créditos e impusieron que el pobre Quasimodo en el doblaje se llamara Antruejo, como un oscuro y remoto personaje del primitivo carnaval castellano. Toma ya.

      Besos

  6. Bueno, respecto al mito de fabricación propia de Grace Kelly, a eso me refería precisamente.

    Caramba con la historia de Victor Hugo. Una buena pregunta ésa, ¿seguirá siendo un libro prohibido? Tiene narices… La única versión fílmica que yo he visto, hasta el momento, es la peli de Dieterle, que me parece fabulosa.

    Besos!!

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