Holmes y Watson en el Canadá francés: La garra escarlata (Sherlock Holmes and the scarlet claw, Roy Willian Neill, 1944)

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Esta película pasa por ser una de las mejores, si no la mejor, de la larga saga detectivesca (casi docena y media de títulos en apenas algo más de un lustro) de Sherlock Holmes y el doctor Watson protagonizada por Basil Rathbone y Nigel Bruce, la mayor parte de las cuales están dirigidas por el director irlandés (aunque nacido en un barco en alta mar) Roy William Neill. En esta ocasión, los investigadores se desplazan al Canadá francófono para toparse con un misterio de tintes fantásticos y ocultistas que resulta ser mucho más mundano de lo que parece, aunque igualmente fascinante y escurridizo.

La extraña muerte de lady Penrose tiene lugar durante la visita que Holmes y Watson realizan a una sociedad ocultista de Québec, presidida precisamente por lord Penrose. Ambos se desplazan al lugar de los hechos, un tranquilo pueblecito donde pesa demasiado el recuerdo de una vieja leyenda que trata de un espectro de los páramos que años atrás acabó con la muerte de tres personas al mismo tiempo que sonaba la campana de la iglesia. Se da la circunstancia de que la muerte de lady Penrose ha tenido lugar al pie del campanario, que esa noche la campana no dejó de sonar. Así, Holmes y Watson se dan de bruces con un pueblo supersticioso, temeroso de espíritus y espectros, en especial de una especie de ánima fosforescente que se rumorea que pasea por los nebulosos páramos de los alrededores en las noches en que se producen muertes inexplicables.

Como siempre ocurre con los títulos de esta serie, los puntos fuertes de la cinta son las interpretaciones de la pareja protagonista, así como la relación entre sus personajes, el continuo contrapunto que mezcla lo humorístico y lo bufonesco con el choque de caracteres, temperamentos y actitudes racionales ante los hechos a los que se enfrentan. A esto hay que añadir el sello personal del director, Roy William Neill, su inmensa capacidad para narrar argumentos complejos en metrajes muy breves (en este caso apenas 74 minutos) y a un ritmo endiablado aunque meticuloso y muy preciso, además del trabajo de fotografía y de puesta en escena para la construcción de atmósferas turbias, intrigantes, amenazantes, misteriosas, que en esta película alternan los interiores urbanos y las localizaciones callejeras de un pequeño núcleo urbano rural con los entornos campestres, de pantanos y marismas cubiertos de sepiternas nieblas. Para conformar ese entorno, resulta decisivo igualmente el paisaje humano. La zona es un patriarcado (apenas aparecen mujeres, excepto como camareras o personal de servicio), la taberna del pueblo es territorio exclusivamente masculino, allí se difunden las noticias, se discuten los asuntos y se toman las decisiones, sin que las mujeres tengan nada que ver. Y, como guinda del pastel, la progresiva transformación de un misterio de índole sobrenatural en una serie de crímenes que tienen como objeto una despiadada venganza a cargo de un ser excepcional: un antiguo actor dotado de increíbles dotes de camuflaje y que es capaz de encarnar distintos personajes que con los años han sido asimilados por los vecinos del pueblo como conciudadanos pacíficos, y que no son más que la fachada que oculta la intención de cometer sus asesinatos.

La enrevesada historia de venganza y muerte funciona en su combinación de intriga, suspense, humor y misterio, sin que lleguen a chirriar las apelaciones a lo fantástico (los destellos luminosos del supuesto espectro que pasea por las marismas son uno de los momentos más conseguidos del filme, su silueta de luz moviéndose por el fondo oscuro de la pantalla), y el desenlace de la película está a la altura de lo que se espera del ingenio de Sherlock Holmes. Con todo, la película adolece de los mismos vicios y carencias que el resto de títulos de la saga, a saber, la falta de carisma del villano (aquí su camuflaje en distintos personajes no permite conocer su identidad y por tanto situarlo y empatizar con él o rechazarlo hasta prácticamente el final, aunque en la descuidada versión doblada al castellano la identificación resulta casi inmediata), en especial en comparación con la atención y el mimo con que el guión y el director tratan a los protagonistas, y, en segundo lugar, las continuas referencias ideológicas al contexto bélico del rodaje (estamos en 1944), panegíricos patriótico-guerreros que Holmes suele soltar en los últimos instantes del metraje, en los que glorifica el espíritu de lucha de los británicos y sus circunstanciales aliados o, como en este caso, el pacto atlántico entre su país, los Estados Unidos y Canadá como bisagra entre ambos.

En cualquier caso, como de costumbre, un fenomenal producto de entretenimiento protagonizado por una de las más acertadas encarnaciones de la más célebre pareja de detectives de la literatura, que contiene acción, una fina ironía, misterio, secretos y muchísimo ingenio, contado en un prodigio de economía narrativa y con una eficacia muy difícil de igualar. Una gozada.

2 comentarios sobre “Holmes y Watson en el Canadá francés: La garra escarlata (Sherlock Holmes and the scarlet claw, Roy Willian Neill, 1944)

  1. Me gusta mucho esta película, amigo Alfredo y tu análisis también. No sé si has visto ese maravilloso documental titulado La morte rouge de Víctor Erice, me parece uno de los mejores testimonios más bellos de un niño a través de una película, en este caso La garra escarlata. Sherlock y Watson, la pareja más perfecta para enterder la época victoriana, y puede que también, para leer a Conan Doyle un día como hoy: lluvioso, frío e ingrato. Lo mejor: un sillón de orejeras, un buen fuego, unas pantuflas, un libro y una buena copa de coñac. Con todas estas cosas al mundo le pueden dar por …

    Abrazos mil.

    1. Efectivamente, este es un primer paso (espero) para hablar más adelante de Erice y sus cosillas…
      Aquí nos hemos librado de las lluvias por el momento, pero hace un precioso y luminoso día de cierzo salvaje, de ese que te gusta tanto…
      Abrazos

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