Glorioso y atlético momento de uno de los más célebres musicales clásicos, con música de Saul Chaplin y Adolph Deutsch (nótese la chusca coincidencia del nombre) y el gran Stanley Donen a los mandos de este colorista western de cartón piedra.
Reflexiones desde un rollo de celuloide
Glorioso y atlético momento de uno de los más célebres musicales clásicos, con música de Saul Chaplin y Adolph Deutsch (nótese la chusca coincidencia del nombre) y el gran Stanley Donen a los mandos de este colorista western de cartón piedra.
Esta película la vi en el cine de niño y me encantó, amigo Alfredo, igual que Cantando bajo la lluvia y West Side Story, sí, todas ellas en la gran pantalla. Es de lo más espectacular que he visto nunca. Aquellas pesadas cortinas deslizándose poco a poco y las luces apagándose muy discretamente, como subordinadas a la otra luz que imperaría durante dos horas; esa luz celestial, artificiosa como los decorados pero con más verdad que todo lo que nos rodeaba en aquel tiempo. El musical, te guste o no, es el único género que no se le puede meter mano hoy en día. Se hacen estupendos western, ciencia ficción, terror, bélica (la última de Mel Gibson), etc., pero el musical requiere lo que hoy ha dejado de existir. Fíjate tú, por ejemplo, en el actor Russ Tamblyn, que también intervino en West Side Story cómo se mueve además de ser un actor estupendo. Había brío en esas películas, se te pegaba al cuerpo una sensación de bienestar tal que cuando salías a aquellas oscuras calles iluminadas tristemente por aquellas farolas municipales, no tenían nada que hacer. Cuando vi Cantando bajo la lluvia en un domingo frío de enero (arrastré a un amigo que no le gustaba el cine), pues bien, cuando salimos eufóricos al instante se puso a llover y nos pusimos a bailar con la cara enfrentada a las gotas frías del tardofranquismo, que diría Francisco Umbral. En fin, viendo hoy estas imágenes que nos has puesto aquí me ha hecho recordar todo esto y mucho más. Sí, estos rústicos barbudos con camisas a cuadro y botas a lo Daniel Boone, y esas mujeres, ay, esa mujeres guapas y alegres que además te hacían un pastel de manzana y después se ponían a bailar contigo alegremente… sí ya sé, si estuviera leyendo todo lo que llevo escrito mi amigo Bukowski me dejaría de hablar, pero a mí me gustan muchas cosas. Soy caprichoso por naturaleza y leo y veo a mi antojo, ¿por qué no? Hoy estoy con el musical, mañana leeré La senda del perdedor, y pasado leeré la novela Fat City de Leonard Gardner que acaba de publicarse en una estupenda edición y que ya la tengo en mi mesita de noche…
Abrazos, amigo mío
Bueno, Paco. No tiene nada de malo, al contrario, disfrutar de cosas antagónicas, incluso contradictorias. Benditas contradicciones. Eso sí, al menos para nosotros el disfrute es mayor si ponemos un poco de medida y buen ojo en el objeto de disfrute y, sobre todo, nos remontamos a algún tiempo atrás. Esa magia del cine que tanto se invoca va sobre todo asociada a mucho de lo que cuentas, y muy poco a lo que supone ir al cine hoy. El otro día, por ejemplo, al salir de Los últimos de Filipinas, parecía que la batalla había transcurrido en la sala de cine. La gente, en general, es guarra con ganas: todo estaba lleno de palomitas pisadas, cartones, latas y envases vacíos. La magia de ir al cine va camino de convertirse en la mierda de ir al cine.
Abrazos
Ni que lo digas, amigo. El domingo fui a ver Hasta el último hombre, de Mel Gibson. Ya se ha vuelto una rutina natural el hablar durante toda la película y uno en insistir que callen. Lo peor de todo es que se trata de gente de más de treinta años. Primero avisas diciendo con mucha educación que si hacen el favor de callar. Se lo toman como una ofensa y hablan en un tono más elevado. Nadie dice nada y es entonces cuando vuelves a insistir, pero diciendo que uno no ha pagado una entrada para escucharlos a ellos. Resultado: que te han acondicionado el estado de ánimo en toda la película. Se acaba la peli. Toda la gente ponen en marcha sus móviles como si de una mascarilla de oxígeno se tratara. Cosa curiosa; siempre se levantan antes de que enciendan las luces, cuando todavía están los títulos de crédito. Prisa y urgencia de móvil. Yo siempre me espero a que todo el mundo esté fuera. Luego viene la odisea de ir pisando el suelo con la punta de los pies para evitar en lo posible pisar la mierda que han dejado todos, como los soldados en el campo de batalla para no pisar los cadáveres o lo que quedan de ellos. Sí, amigo mío, como bien dices: «la mierda de ir al cine». Jamás me hubiera pensado que diría semejante atrocidad, cuando para mí, ir al cine era el momento más maravilloso del mundo. El que no lo entienda o no quiera entenderlo que le den.
Más abrazos.
Bueno, voy a ser malvado: el público objetivo de Mel Gibson es así… Jajaja…
En fin, mezclar las palabras mierda y sala de cine siempre me ha sonado a sacrilegio. Y sin embargo, así estamos.
Abrazos
Este es mi musical de la infancia favorito. Cómo me gustaba, no me cansaba de verlo. Y mis padres nos despertaban muchos domingos a todos mis hermanos y a mí con el disco de vinilo de la banda original de Siete novias para siete hermanos… mientras nos venía un delicioso olor de desayuno, tortillita francesa (con queso o con bonito), con un delicioso pan. Y un colacao con leche o café los que podían.
Beso
Hildy
No te hacía yo tan mayor… 😉
Ay, cómo el buen cine nos abre la ventanita de la memoria…
Besos