La tienda de los horrores – El templo del oro

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Alimentar esta sección exige enormes sacrificios, pero pocos de tal calado como exponerse al visionado de los ciento cuatro minutos que dura este calvario perpetrado por J. Lee Thompson, el director (se supone, aunque algunos consideramos favorablemente la leyenda urbana que dice que se las filmó un mandril) de cintas estimables como Los cañones de Navarone, El cabo del terror o El oro de MacKenna y que, tras enrolarse en el descabellado propósito de alargar sin sentido alguno el filón de la saga de El planeta de los simios con rotundo fracaso por cierto, se especializó en vulgares thrillers de pacotilla factoría Menahem Golam – Globus Productions y en orgías balísticas marca Charles Bronson, con lo que tiró por la borda la escasa buena reputación que algún día disfrutó.

Este bodrio está protagonizado por Chuck Norris. Por sí solo, este dato bastaría para justificar la inclusión de esta cinta en esta sección y además para volver pedir a la ONU el quemado en público de los negativos de toda su filmografía, pero aunque parezca mentira, ahí no termina la cosa. Chuck Norris es, seguramente junto a Chevy Chase, el individuo más patético que se ha paseado por esto de la farándula cinépata, tanto por su carrera profesional, que va de sparring de Bruce Lee a texano con sombrero metido a rosca en una serie televisiva cuyo mayor legado para la Humanidad ha sido servir de banco de imágenes para los vídeos de chufla que montan en el programa de Wyoming, como por sus posturas políticas sostenidas con declaraciones ridículas, que van desde su ofrecimiento a erigirse en guardián del muro de la vergüenza que separa México de Estados Unidos a su postulado como presidente de una futurible Texas independiente, ahora que dicen que mandan los demócratas y que América ha cambiado y se han perdido las esencias. Sin embargo en este caso su participación en un film contiene una virtud reseñable: utiliza la película para reírse de sí mismo y de su fama de héroe de acción. Claro, que a veces en la película nos reímos de su autoparodia cuando él quiere y otras nos reímos simplemente de él, como siempre, quiera o no. En esta ocasión, como agravante, se hace acompañar de Louis Gossett Jr. (lo cual hace pensar que había un senior), otro que tal baila y que reparte su carrera igualmente entre intrigas de mamporros y cine de aventuras con poca chicha. Completan el elenco la papanatas de Melody Anderson, niña pija capaz de ir por la selva con tacones, y el indianajonesizado John-Rhys Davies, único vínculo de esta cinta con la saga de Spielberg por más que pretendidamente pertenezca a ese subgénero de imitadoras con que nos dieron la chapa la segunda mitad de los ochenta y cuyos subproductos valdrían para aumentar sine die los fondos de esta sección. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – El templo del oro»

La tienda de los horrores – Los tres amigos

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En Estados Unidos existe un club de fans de esta película, por llamarla de alguna forma, de John Landis, clásico director de comedias americanas, a veces con resultados más que notables como The blues brothers, Desmadre a la americana o Un hombre lobo americano en Londres, y que por lo general suele ofrecer subproductos de humor de trazo grueso, poca inteligencia y chabacanería a mansalva. En este caso, situado más o menos en mitad de su escalafón de calidad, Landis sirvió más bien a los intereses de uno de los protagonistas, el más que dudoso cómico Steve Martin (cuyas mejores interpretaciones, al igual que sucede con Billy Crystal , suelen ser presentado las ceremonias de los premios de la Academia), ya que el proyecto fue producido por él y colaboró en el guión. Así que no es de extrañar el resultado final.
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