«1984» en los trópicos: Brazil, de Terry Gilliam

Mientras Michael Radford filmaba la versión cinematográfica de 1984, la famosa novela de George Orwell, precisamente en 1984, el ex Monthy Python Terry Gilliam elaboraba su propia parábola futurista en el marco de un estado totalitario con Brazil (1985), su mejor película, un filme de culto tan conocido por sus memorables secuencias como por la polémica que provocó entre el director y la Universal, un enfrentamiento feroz que finalizó con victoria del cineasta que se relata a su vez en el documental The battle for Brazil. Disparatada, imaginativa, impresionante e irregular mezcla temática de las tesis orwellianas, las películas japonesas de monstruos emergentes del océano, el humor de los Monthy Python y la pura fantasía proveniente del mundo del cómic, y sintesis visual de las puestas en escena, los objetos y las modas de décadas tan diferentes como los cuarenta, los cincuenta y los ochenta, Brazil es una puerta abierta a una fábula futurista que hace «realidad» nuestras peores pesadillas de alienación y disolución en una vida gobernada por la despersonalizada dictadura de las máquinas.

Este gobierno absoluto, a diferencia de la maquinaria burocrática estalinista que refleja Orwell, puede equivocarse: una inocente mosca que revolotea por un lugar indebido es el desencadenante de la acción. La mosca aplastada cae dentro de la impresora que está emitiendo una orden de arresto contra el conocido terrorista revolucionario y técnico reparador de calderas Archibald ‘Harry’ Tuttle (estupendo, divertidísimo Robert De Niro), y como resultado de la mancha emborronada que el cadáver del insecto deja en el papel, las fuerzas especiales asaltan el hogar del tranquilo y pacífico señor Buttle (Brian Miller), el cual es detenido, torturado y ejecutado en las catacumbas del estado policial en lugar del peligroso y perverso guerrillero y conspirador. El oscuro Sam Lowry (Jonathan Pryce), un olvidado funcionario de escala media del aparato burocrático del estado, es encargado de visitar a los Buttle para entregarles un cheque. Lo que parece una misión fácil de cumplir e inofensiva para el empleado público, le reporta la ocasión de conocer a la mujer de su vida, Jill (Kim Griest), a comprometerse gracias a ella con la rebelión que encabeza Tuttle, a conocer y hacerse amigo de éste y, finalmente, a ser capturado y torturado por un antiguo camarada y compañero de trabajo, todo ello a través de una interminable, impresionante y agotadora puesta en escena repleta de decorados fantásticos, escenarios inabarcables, criaturas fabulosas, un buen puñado de freaks y unas amplias dosis críticas.

Situada en algún momento del siglo XX en un estado ficticio pero cuyas notas características lo acercan no sólo a las construcciones totalitarias fascistas y comunistas, sino también a la interminable burocracia asociada al parlamentarismo británico y a las paranoias de superpotencia de una sociedad invadida por el miedo como la norteamericana, Gilliam, merced al guión de Tom Stoppard, que controla adecuadamente el equilibrio entre acción, drama, crítica y humor, ofrece una parábola de una fantasía arrolladora pero, no obstante, verosímil, creíble. Como el Winston Smith de Orwell, el Sam Lowry de Gilliam se compromete con la resistencia cuando va en busca del amor, como gesto redentor de su pasado apático y acomodaticio y a la vez también como forma de llamar la atención de la mujer que ama. Sin embargo, a diferencia de Orwell, Gilliam carga las tintas con las delirantes notas distintivas del país que inventa, en el que tienen cabida interminables salas llenas de monitores, tuberías, cables, conductos, tubos, rampas, puertas, criaturas monstruosas, peligros constantes, una oscuridad total y luces artificiales, en el que no hay sol ni estrellas ni mundo exterior fuera de las cuatro enormes y fabulosas paredes en las que se enmarca la acción entre escenario y escenario. Al mismo tiempo, Gilliam critica algunos vicios de la falsa modernidad (por ejemplo, la pasión de algunas personas por la cirugía estética o las trampas del culto al diseño convertido en mera excentricidad, como ocurre con los sombreros en forma de zapato) y subraya, a través de los personajes de Ian Holm y Michael Palin, la paradoja vigente consistente en el hecho de que son los ciudadanos los que costean con sus impuestos un aparato represor destinado a su autodestrucción (como resalta el hecho, inspirado en la realidad, de que las propias víctimas paguen la factura resultante de aplicarles las torturas que puedan corresponderles, incluida la mano de obra o el uso de agua o energía eléctrica).

El horror totalitarista, la fantasía desbocada y el humor más negro se dan la mano en este clásico de dos horas y cuarto de (excesiva) duración en cuya escena final se compendia buena parte del discontinuo y un tanto inconcreto mensaje que se expone en el metraje, antes de dar paso al epílogo en el que ensoñación y pesadilla, fantasía y realidad, libertad y dolor se mezclan de forma confusa hasta revelar una realidad pesimista, descarnada, cruel. Esto precisamente motivó la pelea entre Gilliam, partidario de estrenar tal cual la película en Estados Unidos, y la Universal, que pretendía retocar el material para incluir más pasajes de fantasía, eliminar sordideces, descargarlo de solemnidades y proporcionarle un final feliz; en una palabra, para infantilizarlo. Gilliam, victorioso, logró no obstante un éxito parcial. La versión edulcorada de la película suele programarse en determinados canales de televisión e incluso es ofrecida como auténtica en no pocas copias de DVD de la película. Con todo, más que cualquier contenido político, lo que cautiva de la película es el inmenso derroche de imaginación visual y narrativa de Gilliam, un registro que no ha logrado igualar hasta la fecha, que se ha diluido en la parte más abstracta y cómicamente reiterativa de su imaginación, y que va acompañado por los suaves acordes, completamente incoherentes respecto al universo de terror, oscuridad y dolor que nos ofrece, de esa canción, Brazil, que nos remite a la utopía de un mundo diferente que quizá no sea nada más que el delirio de un hombre que sucumbe a los golpes, a las heridas y al agotamiento psicológico de las torturas que un poder frío, aséptico, demoledor, le inflige y cuyos gastos, para más inri, ha de costear.

26 comentarios sobre “«1984» en los trópicos: Brazil, de Terry Gilliam

  1. Me ha gustado mucho esta reseña, Alfredo: tanto, que procuraré ver otra vez esta película de Gillian y además, ya puestos, procuraré comprobar que sea la versión del autor.

    Pero me lo tomaré con calma, porque cuando la ví -en la tele- me pareció agobiante y desasosegante; supongo que su densidad hace que uno deba tener todas las neuronas bien despiertas y el ánimo predispuesto.

    Gracias por recordármela y diseccionarla de ese modo.

    Saludos.

  2. Gracias, Josep. Merece la pena verla una vez que se ha desbrozado parte de ese forraje críptico con que visualmente se recurre una buena idea. Pero haces bien en tomarlo con calma, como todo el cine de Gilliam. Puede apabullar, impresionar, pero también irritar y enervar.
    Saludos.

  3. Buena reseña. No he visto ese documental. Se nota que aprecias la película y es curioso porque al mismo tiempo no dejas de notar que es irregular, excesivamente larga (esta peli es excesiva en tantas cosas).
    La vi de crío varias veces y prefiero no recuperarla porque me temo que bajaría mi apreciación por ella (de hecho, de crío la cogí pensando que iba a ser una maravilla y no quedé del todo satisfecho).
    Recuerdo la maravillosa melodía de Brasil, que Palin está genial como ese compañero torturador también, el guiño a aquel cartel publicitario del American Way of life (había una foto de enorme contraste en mi libro de COU), y especialmente ese «doble final».
    Un saludo.

  4. Gracias, David, es que, como a los hijos, a algunas películas se las quiere aunque sean algo tontas… El documental es muy interesante (en cierto modo, más que la propia película).
    Comparto tu prudencia; hay cosas que es mejor no volver a ver, un buen recuerdo es a veces más importante que el desengaño de la realidad.
    Saludos

    Pero Roberto, es que es tan tan excesiva, como dice David, y depende tanto tanto de la desbordante imaginación de una sola persona, que, aunque es imposible que no despierte admiración, es un poco hastiante, ¿no? Bueno, igual no…

    El sustrato está ahí, Marcos, pero Gilliam en solitario va mucho más allá, se adentra en otros planos más trascendentes y ambiciosos, y aunque no siempre (de hecho casi nunca) sale airoso, su valentía es digna de reconocimiento. Y sí, con De Niro te tronchas, sobre todo si te lo imaginabas en comparación con el tipo de papeles que hacía entonces. Ahora ya no tanto.

  5. El día que salí del cine de ver «las vidas posibles de Mr Nobody», me acordé de esta película. No tienen nada que ver, ni argumentalmente, ni en la puesta en escena ni en el tono. Quizás la idea del «efecto mariposa» que subraya ambas.
    Excelente reseña, se lee con gusto.
    Un saludo.

  6. Recuerdo perfectamente que no pude verla porque tenía examen de Tecnología allá por el 93, me dio mucha rabia porque el trozo que pude ver era fascinante y recuerdo la canción…Lo que no sé ahora si era en ésta ó en 1984, me entusiasmaron los mensajes neumáticos (los rollitos de papel que llegaban por una instalación de aire comprimido) Molaban un montón.

  7. Creo que te entiendo, Babel. Efectivamente, es una sensación difícil de explicar, pero que está ahí. Algo de esa mezcla de imaginación desbordante rodeando una historia pequeña y humana, no sé.
    Gracias.
    Saludos.

    Vaya, pero del 93 al 11 has tenido tiempo, ¿no? Ya tienes deberes pendientes, hala.

  8. Esta película creo escuela,fue efímera y con resultados catastróficos.Me gusta Gilliam en tres o cuatro películas,su puesta en escena y también su elegancia con la cámara.´¿Está loco? Claro,y quien no.
    Excelente reseña Alfredo.

  9. Pero hay locuras y locuras… A mí esta película me gusta mucho, pero creo que Gilliam, excepto quizá en «Doce monos», que me encanta, ha abusado un poco de sus abigarradas escenografías y su desatada imaginación. Con todo, en todas sus películas hay un buen puñado de momentos recomendables.
    Abrazos

  10. Le contaré mi estimado 39 escalones. Esta película inuguró la edición del 85 del desaparecido IMAGFIC, festival de cine de ciencia ficción y terror de la villa de Madrid. El desaparecido cine Albéniz abarrotado. Con más de media hora de retraso arrancó el cortometraje «Quest» de Saul Bass, nos flipó a todos los presentes en la sala. Pero, el presentador de turno presentó al realizador británico, que se disculpó por el retraso y nos dijo: no se preocupen porque no se dormirán. He puesto un par de bombas a lo largo del film para que se despierten» La abarrotada platea y anfiteatro arrancó a aplaudir y dió comienzo el largometraje, que nos dejó a todos noqueados. Maravilloso me pareció. Me quedé tirado en la butaca. Me flipó ver a De Niro engullido por la burocracia. La gente salió totalmente pluff, pocos fuimos los visionarios que salimos de allí diciendo que aquello era una joya. hasta el punto que el film duró en su momento una semana en cartel, porque se estrenó al viernes siguiente. Fue un fracaso comercial tan sonado o más que el de «Blade Runner». Mis amigos con el tiempo han reconocido que yo estaba en lo cierto y que era unamaravillosa parábola futurista. No se peude imaginar como guardo ese momento en mi memoria cinéfila. Sólo comparable a mi salida de ver «Koyanitsquatsi» o «Videodrome» en el mencionado festival. ME encanta sobre todo la mala leche que encierra.

  11. Mi querido Alfie, lo que más me gusta de todas estas cosas es compartir la memoria cinéfila del personal que pasa por aquí.
    Eso de Twiter es nuevo para mí; compartir emociones, ¿qué es el cine sino eso mismo?

  12. Si Orwell hubiese vivido en 1984 le habría gustado más BRAZIL que el alegato anticomunista del filme de Radford basado en «1984». Creo que Orwell tenía bastante sentido del humor y además habría apreciado (como yo hice en su día) la sátira del mundo occidental que se propone en semejante paranoia visual.

  13. Yo, Ohete, creo que le hubiera gustado muy poco del cine de 1984. El libro de Orwell es un alegato anticomunista, así que, en todo caso, ése no habría sido el motivo de su disgusto con el filme de Radford. Su sentido del humor tenía límites, y el comunismo estaba mucho más allá de ellos.

  14. Un fantástico post querido escalones para una fantástica peli, al menos para mí, exagerada, mágica, loca…, claro por eso será que es una de mis favoritas, abrazos.

  15. Sí, claro, Carlos, tienes razón. Más bien una cosa le llevó a la otra desde que el estalinismo se convirtió en corriente mayoritaria, incluso entre los intelectuales occidentales que coqueteaban con el socialismo. Y Orwell murió demasiado pronto como para encontrar consuelo en otras izquierdas.

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