Dos de Otto Preminger (I): Río sin retorno

A Otto Preminger le suele costar demasiado perfilar bien sus películas. Su, por otro lado, impresionante filmografía, que atesora media docena de obras maestras y de otras películas imprescindibles (Laura, de 1944 o El hombre del brazo de oroThe man with the golden arm-de 1955, o Anatomía de un asesinatoAnatomy of a murder-, de 1959, por citar solo tres), está repleta de producciones imperfectas, de películas mal rematadas, fallidas. Su incuestionable oficio, su reconocible solvencia, su contrastada solidez como narrador se ven comprometidos no pocas veces por una recurrente entrega a lo excesivo, a recrearse erróneamente en instantes demasiado explotados o excesivamente banales, mientras que en otras ocasiones, situaciones y momentos que requerirían o agradecerían mayor atención y desarrollo quedan aparcados incomprensiblemente -daremos una conveniente muestra de ambas cosas en un próximo artículo-. Río sin retorno (River of no return, 1954)  es un ejemplo de tibieza más que de exceso, en el que Preminger mezcla el musical con el western y el cine de aventuras en una historia tratada con superficialidad que quizá hubiera podido dar mucho más de sí.

La presencia de Marilyn Monroe como Kay Weston, una cantante que trabaja en un campamento del Oeste repleto de pioneros, mineros, tramperos, cazadores, pistoleros, jugadores y demás geografía humana propia del western, condiciona en buena parte el tono y la forma de la película, especialmente en los interludios musicales, en los que la Monroe luce cualidades vocales (al menos a ella no la doblaban cuando cantaba, a diferencia de otras grandes sex-symbols como Rita Hayworth, por ejemplo) y una ajustada anatomía con amplios escotes y piernas embutidas en medias de rejilla, pero también en las escenas de acción, que han legado a la posteridad las célebres secuencias de Marilyn embutida en unos apretados vaqueros empapados, todo un hito en la época que hizo mucho por extender entre la población femenina el uso de esa prenda hasta entonces considerada casi en exclusiva como ropa de trabajo o de población carcelaria. Al poblado llega Matt Calder (Robert Mitchum), un granjero que busca a su hijo Mark (Tommy Rettig), tenido ilegítimamente con una mujer que acaba de morir, y del cual va a hacerse cargo. Por otro lado está Harry Weston (Rory Calhoun), un jugador que acaba de ganar una mina de oro en una partida de cartas, se supone que con trampas, y que quiere salir corriendo a la ciudad más cercana para inscribir la propiedad y empezar a explotar un futuro que augura próspero, incluso dejando tras de sí a Kay, a la que no parece querer demasiado a pesar del amor ciego que ella le profesa. La amenaza de los indios, que atacan la granja de Matt, obliga al terceto a perseguir a Harry no a caballo y campo a través, sino en un accidentado y peligroso viaje en balsa siguiendo el curso del río, un tránsito lleno de incertidumbres y de riesgos, los propios de las aguas embravecidas de un río de montaña de las Rocosas y de los indios sedientos de sangre que intentan acabar con ellos.

La película se deja ver con agrado, constituye un entretenimiento apreciable, sin cautivar pero tampoco sin rechinar. Su indefinición temática y narrativa le impide ir más allá:  los oportunos tributos a la figura de Marilyn, con música o no de por medio, no terminan de encajar bien con el periplo aventurero del trío río abajo, y el puzle emocional establecido a varias bandas -el amor de Kay por un hombre que la ha dejado atrás con falsas promesas de reencuentro, el descubrimiento mutuo de Mark y Matt, que ni siquiera se conocían, y que va de la visión heroica de un hijo hacia su padre al escepticismo y al rechazo cuando descubre que cometió un crimen abyecto tiempo atrás, la naciente atracción de Kay y Matt- no acaba de engranar bien con el marco general en el que transcurre la historia. El conflicto con los indios no es más que un telón de fondo, un pretexto narrativo que introduzca a los personajes en la balsa, al que no se dedica apenas tratamiento ni desarrollo. Lo mismo al fenómeno explorador o a la conquista del Oeste, más allá del tramo inicial o de las razones por las que Harry, un personaje excesivamente arquetípico, plano, ha abandonado a Kay prácticamente a su suerte. Los distintos avatares que sufren los protagonistas en su viaje fluvial están recogidos en una estructura episódica, un cúmulo de sucesos -alguno de ellos violento, ya sea con los indios o ya con los tramperos que pronto le echan el ojo encima a la rubia, otros relacionados con la habilidad de Matt como patrón de la balsa en un curso lleno de peligros y trampas, como los rápidos, las pequeñas cascadas y los remansos engañosos- cuya única justificación en la trama viene del hecho de «retrasar» el más que previsible clímax final, éste sí plenamente situado en las coordenadas del western, y que no es otro que el encuentro final de Matt y Harry con Kay y Mark de testigos, y que servirá, por un lado, para aproximar más aún a la rubia con su nuevo machorro, y por otro para que Mark juzgue a su casi recién descubierto padre de un modo distinto, menos severo, más comprensivo.

La película transita por tres géneros simultáneamente: un drama romántico de corte musical, un western híbrido, y una película de aventuras. En los tres aspectos hay secuencias de gran intensidad y atractivo visual, especialmente en la bajada del río con sus bellezas naturales magníficamente fotografiadas por Joseph LaShelle -y no nos referimos solo a los ajustados ropajes de Marilyn-, tramos majestuosos, muy luminosos, a pesar del inevitable, para la época, empleo de las artificiosas transparencias -y aquí seguro que no nos referimos a Marilyn-, aunque se echa de menos mayor elaboración emocional de los personajes, mayor explotación de sus traumas y dramas internos, algo más de reposo en las situaciones dibujadas y menos prisa por enviar a los personajes río abajo. En este caso, la agilidad narrativa, la ligereza y la velocidad de ritmo que Preminger imprime a la narración la despoja de trascendencia, de importancia en cuanto a los temas que apunta, la convierte en un vehículo estético más que narrativo que se asienta solo como punto de partida en la dupla existente entre la rudeza el hombre que vive en un entorno agreste y la delicadeza de una escultural muchacha ubicada en un espacio amenazante, pero que renuncia a llevar toda la galería de temas que apunta a las últimas consecuencias. Le faltan sombras, oscuridad, más proximidad al infierno, por más que las mojadas curvas de Marilyn inviten a pensar más en el cielo.

13 comentarios sobre “Dos de Otto Preminger (I): Río sin retorno

  1. La verdad es que, si lo que pretendemos es un homenaje, Preminger se tiene que estar removiendo en su sepulcro, con la elección de hoy.
    Razón en todo. La peli se deja ver y solo a ratos. Buena fotografía, una Monroe despampanante y un conjunto de cosas por definir; algunas ya vistas y otras apenas esbozadas.

  2. Bueno, no pretende ser precisamente un homenaje. De Preminger ya hablamos en su día de «Laura» y de «El hombre del brazo de oro» en los términos más elogiosos. Conviene, no obstante, recordar los momentos en que los grandes no lo parecen tanto. La segunda de este mini-ciclo va por derroteros similares, aunque como película supera con mucho a esta.

  3. Recuerdo haberla visto, y poco más recuerdo, compa Alfredo (por algo será, y creo que tú ya lo apuntas). Esperar, o pretender, de los grandes que siempre estén a la altura del listón que ellos mismos han situado allá arriba, es tan injusto como ilusorio: son grandes, pero son humanos. Por eso es bueno que también se reivindique esa posibilidad, la de esos baches, o bajadas de nivel, porque así se reivindica no solo su grandeza, sino también su humanidad.

    Un fuerte abrazo y buena semana.

  4. Pues toda la razón, amigo Manuel. Da la impresión de haber sido uno de esos productos impersonales que los directores de estudio debían filmar por contrato. Eficaces, eficientes pero con altibajos según el atractivo de la finalidad. Sin embargo, en el próximo post de Preminger hablaremos de otro proyecto fallido, pero esta vez personal.
    Abrazos

  5. Excelente,amigo.¿He visto bien? Veo un (1),espero que sea un ciclo de Otto Preminger,porque adoro a este tipo como a (casi) todas sus películas.Para mí su seña de identidad está en la mayoría de sus finales,es decir,finales ambiguos.Recuerdo ese final brutal de Cara de ángel.El coche echa para atrás y caen al abismo con champán incluído,pero Otto no tiene suficiente.Después biene el chófer que han pedido y llama al timbre.Recuerdo el final de Anatomía de un asesinato,cuando Stewart llega al final de la película a un camping y solo encuentra el cubo de la basura… Recuerdo esta película que reseñas pero no logro recordar el final,hace mucho tiempo que la vi.

    Un fuerte abrazo,y a la espera.

    PD: Que te recuperes del resfriado,amigo.

  6. No estoy muy seguro que se tratara únicamente de una película de encargo, entre otras razones porque creo que Preminger deseaba dirigir a la Monroe, aunque no a cualquier precio: la inserción de las canciones es perfecta, incardinada en la acción y limitada en número y también creo que afrontar el reto de dirigir a dos intérpretes con una técnica tan distinta, Marilyn tumultuosa y Mitchum tan sobrio, consiguiendo creíble su enamoramiento, debió ser un aliciente más.

    Siempre me ha dado la sensación que en esta película Preminger se dispersa, probablemente por lo que tú apuntas; esa terna le resta concentración y es cierto que el resultado permanece por debajo de las expectativas, pero es porque te sientas a verla esperando un nivel superior, al que te acostumbró Preminger en otras películas.

    No obstante, dime, Alfredo, dónde hay que firmar para poder ver cada dos meses un estreno en mi cine de calidad semejante… 😉

    Un abrazo.

  7. Pues sí, Paco, aunque un ciclo muy corto. Con todo, será el director, Hitchcock aparte, del que más veces hemos hablado aquí en cinco años largos (con esta semana serán 4 veces).
    El final de esta cinta también es doble, aunque demasiado convencional, me temo. De la otra píldora de la semana, que no digo de momento cuál es, estaríamos hablando de un caso similar, pero estropeado.
    Seguimos colgados del pañuelo, y no precisamente para decir adiós ni para pedir la oreja…
    Abrazos

    Totalmente de acuerdo: una película, digamos, del montón de estos tipos era mucho más del montón actual.
    Disculpa, no me he expresado bien; no quería decir que fuera una película de encargo tal cual, sino uno de esos proyectos de estudio, guiones propios, que iban circulando por ahí y que, por contrato, finalmente los directores de la casa tenían que filmar, en este caso, como vehículo para tal o cual intérprete, asimismo del estudio. En todo caso, obviamente, Preminger, con los mimbres que, probablemente, le dieron, hizo lo que pudo. Que es más de lo que habrían hecho -o harían- muchos.
    Otro abrazo

  8. … Pues yo tengo cariño a esta película a pesar de los pesares. Me gustan además las canciones de Marilyn.

    ¿Alguien puede decirme en qué consiste que Robert Mitchum tenga química con absolutamente todas sus compañeras en pantalla? Es increíble.

    Besos
    Hildy

  9. Bueno, ya se sabe que el cariño tiene sus propias razones y argumentos.
    Gran verdad la que apuntas sobre Mitchum. Yo creo que hasta hubiera colado ponerlo de pareja de Dustin Hoffman en «Tootsie»…
    Besos

  10. Bueno, pues reconociendo que todos, Preminger, Mitchum y Marilyn tienen cosas más prioritarias que ver, si te tropiezas con ella por ahí tampoco es para hacerle ascos. Un ratito majo, y ya está.

  11. Muy curioso lo de los pantalones vaqueros. Cómo cambia la imagen que se tiene de una prenda según quién la lleve. Desde luego, no es lo mejor de Preminger. De hecho me dejó bastante frío (salvando a Marilyn) Abrazos

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