Prensa noir: Trágica información (Scandal sheet, Phil Karlson, 1952)

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Basada en una novela del gran cineasta Sam Fuller, Trágica información (Phil Karlson, 1952) camufla en su estructura y en su estética de melodrama noir toda una reflexión sobre el periodismo. El hecho criminal, la deriva homicida que contempla la trama, en el fondo no supone más que la constatación moral de la distinta perspectiva con que los personajes principales afrontan el ejercicio de su profesión. En consonancia con las directrices de lo políticamente correcto, amparadas bajo el paraguas autocensor del Código Hays, aquellos que conservan un punto de referencia ético, los que todavía atesoran un resquicio de dignidad y profesionalidad, son finalmente recompensados o recuperados para la causa del cuarto poder, que no es otra que el sostenimiento de una sociedad libre y diversa, mientras que aquellos que lo han traicionado, que lo han utilizado, que se han aprovechado de él para ascender social y económicamente a costa de lo que sea, pasando por encima de límites, valores y derechos (en especial el derecho a la libertad de información, pero también de la consiguiente obligación de ofrecer una información veraz), se ven ineludiblemente penalizados con el mayor de los castigos, no sin antes -cosas de la era del Código- reconocer su error e inmolarse voluntariamente provocando su autodestrucción (recuérdese que la censura no veía con buenos ojos el suicidio en la pantalla, por lo que muchos finales de este tipo solían disfrazarse de muertes violentas «justamente autoinducidas»).

O lo que es lo mismo, como es propio del film noir, la película trata de la corrupción, en este caso en su vertiente periodística, a través del personaje de Mark Chapman (excepcional, marca de la casa, Broderick Crawford), editor responsable del New York Express, un periódico que recurrió a él en un delicado momento financiero y que ha convertido, a base de ambición, prácticas ambiguas y pocos escrúpulos, en el tabloide más sensacionalista de la ciudad explotando hasta la última gota del amarillismo los reportajes sobre casos criminales y ofreciendo informaciones populares de dudoso crédito y peor gusto, amañando noticias, manipulando portadas, deformando titulares. Esta deriva, que provoca el rechazo y las quejas de buena parte del consejo de administración, choca con los cuantiosos beneficios con que la nueva política del diario llena los bolsillos de los accionistas y de los responsables económicos de la compañía, y cuenta como aliado con el redactor más brillante del periódico, Steve McCleary (John Derek), un tipo ágil y despierto que, con una radio policial instalada en su vehículo de prensa, y acompañado de un veterano reportero gráfico (Henry -o Harry- Morgan, secundario de lujo con breves pero estupendas apariciones), se presenta en los escenarios más escabrosos antes que las patrullas, toma fotografías morbosas, logra con engaños y malas artes los testimonios de los protagonistas y nutre cada día de carnaza lo peor del New York Express. A su vez, sin embargo, el trabajo de Steve no tiene el beneplácito de su novia, Julie (Donna Reed), una de las pocas redactoras en plantilla anteriores al desembarco de Chapman, que reprueba la nueva línea editorial, si bien no con el ahínco suficiente como para enfrentarse a su novio o a su jefe. Este precario equilibrio de afinidades y rechazos cambia cuando, por azar, en uno de las actividades montadas por el periódico con idea de aprovecharse de ellas fabricando noticias, Chapman se encuentra con un personaje de su pasado que amenaza con descubrir un secreto que puede acabar con un flamante carrera. El editor pone fin a la amenaza de manera accidental, pero cuando a McCleary le llega la noticia y comienza a investigar, de repente Chapman se ve convertido en objetivo de las oscuras maniobras que él mismo ha inoculado en sus subalternos. De este modo, y en la línea de El reloj asesino (John Farrow, 1948), un culpable se ve abocado a un desastre que intenta eludir a manos de uno de sus empleados.

Karlson toma así el hecho criminal como puente para hacer un retrato ácido de cierto periodismo. Con buen pulso narrativo y gran economía de medios (la película supera por poco la hora y cuarto de metraje), la película dibuja unos personajes cínicos y desencantados que pronuncian unos diálogos agudos y llenos de amargo sarcasmo y denuncia el tipo de prensa que hace espectáculo del dolor y las miserias ajenas, así como de los profesionales que hacen de él su medio de vida y ascenso social. En este punto es importante el personaje de Charlie Barnes (Henry O’Neill), el viejo periodista alcoholizado, antaño ganador del Pulitzer, que se ha visto arrinconado y arruinado a causa de la excesiva proliferación de ese periodismo que no respeta las reglas, que aparta a los veteranos cronistas curtidos en el trabajo de calle, a los expertos en los artículos de fondo bien trabajados y resueltos, y busca a toda costa el impacto rápido y el olvido vertiginoso a golpe de titular. El hecho trascendental, el azaroso hallazgo por Charlie de las pruebas que pueden desenmascarar a Champan, y su trágico final, responde igualmente a esa imagen de una prensa responsable, pilar de la democracia y de los derechos y libertades de los ciudadanos, que ha sucumbido a manos del sensacionalismo y la improvisación, de la ganancia fácil y del desprestigio de la profesión.

Pero Phil Karlson no se limita a ser un artesano eficaz. Justo antes de su afamada dupla noir con el protagonismo de John Payne, El cuarto hombre (Kansas City Confidential, 1952) y Calle River 99 (99 River Street, 1953), el director aprovecha la historia que tiene entre manos para dar muestra de su buen oficio tras la cámara y dejar unos cuantos alardes de estilo más que estimables. En su buen hacer destacan dos tomas de mérito: en la primera, la que abre la película, un plano panorámico de los cielos de Nueva York se va cerrando sobre un coche patrulla que se aproxima ruidoso al bloque de una barriada en cuyo rellano ya John Derek se encuentra sonsacando a la testigo de un crimen tras haberse hecho pasar como policía; en la segunda, en uno de los momentos esenciales del filme, Karlson realiza un hermoso, y canónico, retrato de la noche en el cine negro, una ciudad de calles vacías y silencios amenazantes, en la que una sombra oscura se materializa en el claroscuro de un rincón para cobrarse su tributo de sangre en una víctima inocente.

No obstante, lo vibrante de la narración y los puntuales virtuosismos técnicos de Karlson no fueron suficientes para que el maestro Sam Fuller, habituado en sus historias y en sus películas a plasmar recovecos morales, a invertir los puntos de vista y desarrollar tramas poliédricamente complejas, manifestara su satisfacción con la película. Sin duda en su opinión no demasiado entusiasta pesó mucho apresurado final, con el trío protagonista reunido en el despacho de Chapman con el testigo crucial que desvela toda la historia, con la súbita y oportuna llegada de la policía y con el repentino ataque de integridad del editor, que llega a aceptar y provocar su castigo siguiendo las pautas del código censor. Con todo, se trata de una obra disfrutable, de un producto puramente noir, realizado con brío e interpretado solventemente, con un nuevo recital de Crawford componiendo uno de esos tipos toscos, prácticos, directos, ambiciosos y tan carentes de tacto como de escrúpulos que le conceden un lugar propio, personal e intransferible en el universo del film noir.

 

9 comentarios sobre “Prensa noir: Trágica información (Scandal sheet, Phil Karlson, 1952)

  1. Jo, qué ganas de ver esta película. Tiene muchísimos ingredientes para que me enganche. Además de que el binomio cine y periodismo siempre me ha atraído mucho. Como siempre tu exhaustivo análisis me da claves y muchos más motivos para querer verla…

    Beso
    Hildy

  2. Gran texto para una película más que estimable. A mí siempre me gustó Broderick Crawford; actor borrachuzo con cara que da pena. En Almas sin conciencia de Fellini está que se sale porque estaba siempre borracho, qué digo, alcoholizado en todo momento. Murió poco después dentro del sueño de Baco. Phil Karlson fue y es poco conocido y valorado, un cineasta especializado en la serie B, que tiene unas cuantas películas estupendas que tú mencionas aquí. Como bien dices está basada en una novela del gran cineasta Samuel Fuller, extraída de su experiencia como reportero The Dark Page (La página oscura) título más afortunado que el de la película, algo sensacionalista Scandal sheet. Es cierto, y creo que respetable, que el viejo Sam se sintiera decepcionado por la adaptación que, en su opinión, vaciaba de contenido, el auténtico fin de su historia que consistía en denunciar y desenmascarar, los métodos deleznables de la prensa amarilla. Y tenía mucha razón, porque aunque queda patente la bajeza profesional para conseguir vender más ejemplares, la película se decanta más por las premisas y ambientes del cine negro. De esta forma el filme se convierte en una trama criminal, desviándose del objetivo primordial para lo que había escrito Fuller su novela.

    Abrazos

    1. Efectivamente, tira más por lo noir que por lo periodístico, y además está muy condicionada por las necesarias conclusiones morales obligadas por la situación. Pero es una película muy digna, muy interesante.

      Por cierto, no sé si alguna vez habrás visto (qué preguntas tengo…) la foto en la que Broderick Crawford saluda a Fernando Fernán-Gómez en un tablao flamenco de Madrid. Bueno, en realidad supongo que es Fernán-Gomez el que lo saluda a él… Pero vamos, que muy fino no se le ve. O precisamente eso, fino. De fino hasta las cejas.

      Abrazos

  3. Me gustan mucho los borrachos americanos en España, de verdad. Sí, lo sabía… ¡Al rico helado de Tutti Frutti! También me gustan mucho las anécdotas de Papá Hemingway por España (a excepción de los toros y los sanfermines de los cojones, claro). Cuenta García Márquez (nada de Gabo), que una vez iba por las calles de París y vio a Hemingway con su mujer. García Márquez no pudo resistir la tentación de decirle algo. Le gritó a lo lejos haciendo bocina con las manos: «¡Hemingwayyyyyyyy!» y el maestro del estilo iceberg se volvió y le respondió con aquel vozarrón adquirido en Las nieves del Kilimanjaro y en todo los cocteles mamados en el Chicote de Madrid: «¡Holaaaaaaa!», le respondió el tío. En fin, son cosas mías, no me hagas demasiado caso, amigo.

    Más abrazos.

    1. Sólo faltaba Groucho en la misma calle, entre los dos… Digno de verse. Con lo sosos que son los franceses, un colombiano y un yanqui gritándose por la calle como si fueran maños… En fin.

      Abrazos

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