Cine en fotos: James Cagney

«Cagney era mi paradigma de estrella de cine. Podía coger una película mala y hacerla buena. Nunca olvidaré la violencia de El enemigo público. ¡Me encantó! No importa cuánta gente muriese. Cagney interpretaba a un hombre al que no querías ver morir. Fue el ídolo de mi infancia, el más responsable, supongo, de que me metiera a hacer cine; lo adoraba. Siempre interpretaba a un tipo común y corriente que de algún modo podía derribar a gigantes. Era casi un salvador para todos los hombres bajitos del mundo, entre los cuales me incluyo».

(John Cassavetes)

4 comentarios sobre “Cine en fotos: James Cagney


  1. Estoy con Cassavetes; el Jack Kerouac del cine. Además, se parecían físicamente. Mis favoritos siempre fueron James Cagney y Edward G. Robinson; dos tipos que si lo hubiéramos puestos uno encima del otro para medirlos juntos no hubiera llegado al metro sesenta. Vaya par de actorazos. El primero no era muy guapo y el segundo, de joven, era igual que un batracio, pero cómo molaban, tío. No recuerdo a nadie más que me haya puesto tan en tensión como ellos. ¿Cómo olvidar a Cagney cuando le aplasta a Jean Harlow un pomelo en la cara? Es tan inolvidable como cuando vimos a Lee Marvin arrojar café hirviendo al rostro de la Grahame en “Los sobornados”. Además, tanto Cagney como Robinson envejecieron muy bien. Ahí tenemos a Cagney en “Un, dos, tres” y “Ragtime”. Es curioso, fue también bailarín como el viejo zorro de Billy. Ay, qué tiempos. Y Robinson, no sé, “El rey del juego” o en su última película “Cuando el destino nos alcance», con una actuación soberbia.

    “Al rojo vivo” es una de mis películas preferidas del género de gánsteres por ser la más elíptica, la de mayor tragedia y la que entraña las mejores metáforas de un mundo, una época, un país y una cultura y ya no solo en materia cinematográfica. En la cima de la composición de villanos y canallas memorables, se suele colocar a Cagney junto a Bogart y a Edward G. Robinson. La irradiación maligna que se desprende de los bandidos que encarnó Cagney, no encuentra alivio alguno a lo largo de su permanencia en pantalla, cosa que sí ocurre con era mirada tristona en Bogart que nos predispone a su favor o el lado zoológico de Robinson, pero no el que correspondería a una hiena sino a un batracio, animal que nos produce una mezcla de repugnancia y de reacción divertida ante lo grotesco de su diseño. Vi siempre a Cagney más cerca que de esos dos otros grandes, en línea con George Raft o Paul Muni – más con éste -, para no establecer paragones con estrellas o actores, a partir de los cincuenta. 

    La brutalidad de Cagney siempre es afilada y contundente, a lo cual contribuyen su pequeña estatura, su incansable motilidad, el estado de tensión muscular con que se mueve y esa conjugación de mirada de hielo y rictus de boca, sin apenas labios, que recuerdan la mejor y más cortante hoja de afeitar. La trepidación y agilidad de las secuencias lleva, por otra parte, a una extraña vivencia, que se me reproduce cada vez que veo “Al rojo vivo”: el estar ante una película muda, de persecuciones y peligros evitados en el último momento usualmente dentro del género cómico (Keaton, Keystone Cops, etc.)

    Abrazos mil.

    PD: Tom Cruise solo tiene tres centímetros más de altura que Cagney. No añado más.

    1. Te ha traicionado la memoria: no es Jean Harlow, sino Mae Clarke.

      Han reeditado las memorias de Edward G. Robinson, bajo el título «Todos mis ayeres». No sé si ya las has leído (aunque intuyo que sí), y qué opinas. A mí este actor, por todo sobresaliente, siempre me ha recordado a las ranas de las cajas de esa marca de cereales. Siempre que paso por la estantería de los cereales en el supermercado (no paso casi nunca, por cierto) veo la rana y pienso en Edward G. Robinson. La gracia añadida de Edward G. Robinson, que además de importante coleccionista de arte era un conservador de aúpa, está en la G. Qué bien queda un nombre artístico con una G.

      Me cuesta encontrar un papel de Cagney con esa mirada de carnero degollado que a veces tiene Bogart, y también Robinson, por ejemplo en «La mujer del cuadro» o en «Perversidad». En sus películas apartadas del cine de temática criminal, tal vez, sus musicales o sus comedias, pero creo que le puede su vitalismo. Eso de ir con piel de cordero no es lo suyo.

      Abrazos

  2. Ya estoy como Garci en esto de la memoria. La edad, querido amigo, la edad.

    Pues sí he leído esas memorias o ayeres. La cubierta es magnífica. El viejo batracio parece uno de esos personajes millonarios de las películas del viejo zorro, donde pasan el aburrimiento en hoteles bañados por el mar. El libro me ha encantado por eso mismo que dices. Era otra época, otra vida, otro mundo, otra dimensión, otra galaxia. Desde luego no son unas memorias para esos que juzgan con mentalidad de hoy los hechos del pasado. Unas memorias la mar de interesantes.

    Y te lo dice un tipo que solo lee las viejas novelas de Simenon, de Maugham… que solo ve viejas películas y escucha la música de Cole Porter cuando anda de bajón y que acaba de comprar una nueva y preciosa edición de «Adam Blake» de José Luis Garci en la editorial «Reino de Cordelia» con prólogo de Narciso Ibáñez Serrador y Luis Alberto de Cuenca.Y que ya me gustaría a mí ser un viejo millonario en uno de esos maravillosos hoteles aunque tuviera que echarle los tejos a Jack Lemmon. Ay, la vida es tan aburrida.

    Abrazos mil.

    1. Apuntados, como siempre. Imagina la vida sin libros o sin películas. O, peor, imagina la vida solo con los libros que se escriben hoy, y con las películas que se estrenan hoy.

      Abrazos

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