Cielo amarillo: de la ambición a la ruina

William A. Wellman es uno de los grandes directores del Hollywood dorado. En su haber, Alas, la primera película oscarizada como la mejor del año (en 1927, junto a esa obra maestra titulada Amanecer, de F. W. Murnau, en un tiempo en que se diferenciaba entre la mejor obra artística y la mejor película «industrial»), y grandes títulos como El enemigo público (1931), Ha nacido una estrella (1937), La reina de Nueva York (1937), Beau Geste (1939) o los excepcionales westerns Incidente en Ox-Bow (1943) y Caravana de mujeres (1951). A ellos, para completar una estupenda tripleta, cabe añadir Cielo amarillo (Yellow sky, 1948), excepcional western que cuenta con el protagonismo de Gregory Peck, Anne Baxter y Richard Widmark.

1867. Una banda de forajidos integrada por siete antiguos soldados del ejército de la Unión durante la Guerra de Secesión, llega a un pequeño pueblo de Texas cuyo banco no tardan en desvalijar. La mala suerte quiere que en las proximidades se encuentre un escuadrón de caballería que sale en su persecución hasta que el grupo de ladrones se interna en el desierto, una llanura cuarteada, una auténtica sartén de tierra dura y sedienta de más de setenta millas de extensión que es la única oportunidad que tienen los delincuentes para huir de la persecución de la ley con su botín a cuestas. Las primeras disensiones en el grupo por las distintas direcciones a tomar son rápidamente mitigadas por el jefe, Strecht Dawson (Gregory Peck), que insiste en seguir adelante y atravesar el desierto a pesar del agotamiento de los caballos y de la falta de agua y de puntos de referencia en su triste y cansino caminar. Cuando están a punto de sucumbir a los rigores del insoportable calor, descubren a lo lejos lo que parece un espejismo, una ciudad en la falda de un montículo rocoso y árido. Cuando llegan a ella, sin embargo, descubren la triste realidad: es la abandonada Yellow sky, antaño floreciente población producto de las ricas minas de plata de la zona cuya historia se consumió en apenas quince años de explotación minera que agotaron los filones encontrados. O casi, porque la joven Constance Mae, apodada Mike (Anne Baxter) y su abuelo (James Barton) viven allí, y Dude, el lugarteniente de Strecht (Richard Widmark) inmediatamente sospecha que su presencia allí, en un pueblo fantasma situado en el centro de una caldera infernal rodeada de territorio apache, tiene que ver con algún descubrimiento aurífero en las proximidades, y junto a algunos de los demás miembros de la partida, empieza a maniobrar para hacerse con ese oro.

Este extraordinario western escrito por Lamar Trotti como adaptación de uno de los escritores más llevados a la pantalla por Hollywood, W. R. Burnett, con toques de nada menos que La tempestad de William Shakespeare, reúne en un entorno limitado, casi una cárcel, a un grupo de personajes más preocupados por satisfacer sus ambiciones que por su propia supervivencia. La película cuenta con un prólogo y una introducción antes del desencadenamiento del drama propiamente dicho. En primer lugar, el prólogo, la llegada al pueblo de Texas y el atraco, está narrado con ligereza en un tono amable e incluso casi podría decirse que socarrón (los siete bandidos que, embobados, miran la pintura del saloon con la mujer desnuda sobre el caballo). De inmediato, con la persecución de los ladrones por parte del ejército, la película adquiere un ritmo vibrante, una eclosión de acción y tensión, con la muerte de uno de los atracadores y la terrible decisión de internarse en el desierto, lugar al que los soldados no les siguen por estar convencidos de que les espera una muerte segura. La cinta gana así un tono más cadencioso, reflexivo, contemplativo, íntimo, que ya no abandonará hasta la conclusión de sus 93 minutos de metraje.

Varios son los temas apuntados según van sucediéndose las distintas acciones que condicionan la trama. Al inicial planteamiento, el bandidaje y las dificultades de inserción en una sociedad pacífica de los combatientes armados tras cuatro largos año de conflicto, le sucede la permanente rivalidad en busca de la primacía en un grupo por entero masculino, casi se diría la lucha animal y salvaje de los miembros de una manada, con continuas bravatas y discusiones, con constantes retos y desafíos entre unos y otros, a veces cortados de raíz por Stecht, el cabecilla, a golpes o a punta de revólver, y a veces concluidos tras una breve pelea o al entrar en razón ante el riesgo de aniquilación al que se expone el grupo. Con la llegada al pueblo y el descubrimiento de Mike y de su abuelo, la situación se vuelve más compleja si cabe. A la difícil relación entre los hombres de un grupo hay que añadir el componente sexual: todos ellos, en mayor o menor medida, manifiestan de forma más o menos velada un deseo súbito e inmediato por hacerse con los encantos de Mike; de forma sutil, como Strecht, como intermediación para conseguir el oro, como Dude, o como vehículo de placer sexual del que deshacerse cuando llegue el momento, como el resto del grupo. A ello hay que añadir un sentimiento de naturaleza erótica casi idéntica, la desmedida ambición por conseguir el oro de Mike y su abuelo. Conseguir el cuerpo de Mike (una Anne Baxter apretada en una estrecha blusa y enfundada en ajustados vaqueros) y lograr el oro serán los campos de batalla en los que la continua lucha de cada uno de los bandidos (cuya permanencia juntos se entiende por pura razón de conveniencia y supervivencia, sin que se perciba amistad o vínculo afectivo alguno entre ellos) por hacerse con el mando y por demostrar su superioridad al resto alcanzará su máxima expresión. Todo ello unido al juego de astucias, silencios y maniobras que, como en el juego del ratón y el gato, Mike, su abuelo, Strecht y Dude se verán envueltos a fin de, unos, hacer que los forajidos se larguen de allí de una vez sin que descubran su secreto, y, los otros, quedarse con la chica, el oro, el agua y marcharse de allí mucho más ricos de lo que llegaron, con 50.000 dólares en oro más, para ser exactos.

Ante estos hechos, la verdadera naturaleza de cada uno de los personajes irá aflorando. Para algunos, el dinero empezará a perder importancia y la ganará en su lugar el amor y el deseo de una vida más tranquila, pacífica y asentada. Para otros, la crueldad, el odio y el egoísmo les hará provocar una lucha armada que enfrentará a los bandidos entre sí, con Mike y su abuelo teniendo que tomar partido para conservar al menos parte de su fortuna subterránea. Como siempre, la ambición de amor, de sexo, de dinero, de éxito, cubre de tierra y plomo los sueños o las bajas pasiones de unos personajes ambiciosos, sin escrúpulos, al menos en apariencia.

La música de Alfred Newman acompaña adecuadamente los distintos tonos que maneja el filme, pausados, de acción o de tensión creciente, y la fotografía de Joseph MacDonald, uno de los grandes maestros del blanco y negro clásico, realza las texturas asfixiantes del desierto con imágenes densas y granulosas, y exprime los claroscuros cercanos al cine negro cuando de deambular por las calles y los edificios derruidos de la ciudad se trata. Especialmente notable es el clímax violento final, con el duelo a tres bandas entre Strecht, Dude y Lengthy (John Russell) en un todo o nada en el antiguo saloon del pueblo. Wellman escoge no mostrar el tiroteo: se ve el saloon desde el exterior y se escuchan tanto los disparos como el caer de los cuerpos heridos o muertos, pero no es hasta que Mike penetra en la estancia para averiguar lo que ha pasado que el espectador no descubre el resultado de la acción, con los cadáveres encontrados entre los restos destruidos del antiguo local, primero un brazo, o unas piernas, antes de mostrar el rostro que saque de dudas a Mike y al público de cuál ha sido el final de la historia.

Un western más que interesante con un Gregory Peck barbado (al comienzo) y un Richard Widmark majestuoso que es lo mejor de la película en cuanto a interpretaciones y que, como era habitual en aquellos tiempos, incorpora un personaje ambicioso que no oculta cierta vena psicópata, excepcionalmente secundado por John Russell o Henry Morgan, y cuyo acelerado y complaciente final es quizá el único inconveniente para calificarlo como obra redonda, con esa súbita redención de algunos personajes (se evita el maniqueísmo, pero se abusa del buenrollismo) que cambia su destino y su naturaleza de una forma algo arbitraria, acomodaticia y anticlimática. Con todo, una obra más que recomendable.

6 comentarios sobre “Cielo amarillo: de la ambición a la ruina

  1. … Ahhh, mi querido Alfredo, aquí la que prometías de Widmark.

    William A. Wellman es de mis directores pendientes. Esta de Cielo Amarillo estuve empezando a verla pero en un dvd de pésima calidad y me estaba pareciendo tan fantástica que me prometí conseguir una edición más decente. No quise verla entera en esas pésimas condiciones.

    Con Cielo Amarillo me pasa como con otras películas, que antes de verlas he leído tanto sobre ellas que ya somos viejas amigas. Pero estoy esperando con deleite el día que me ponga frente la pantalla.

    Igual me pasa con el otro mítico western de Wellman, Incidente en Ox Bow. Que seguro que me impresiona.

    Caravana de mujeres forma parte de los recuerdos de mi infancia y es uno de mis westerns mágicos que guardo en mi memoria con cariño.

    Pero como te digo Wellman es de esos directores pioneros y buenos narradores cinematográficos de extensa, variada e interesante obra que todavía no he descubierto en su plenitud. Y apetece. Su filmografía la voy descubriendo con cuentagotas. Ya sabes lo que me gusta su versión de Ha nacido una estrella y tengo especial cariño a LA REINA DE NUEVA YORK. Sin embargo me interesa muchísimo una del periodo silente que nunca he conseguido ver, ni siquiera sé si está editada en España, Beggars of Life.

    Beso
    Hildy

  2. Es que lo que prometo, lo cumplo, mi querida Hildy… Por eso prometo tan poquitas cosas…

    Una película muy muy recomendable, exceptuando quizá algunas cosas del final. De esos clásicos semiocultos que merecerían mejor suerte.

    Besos

  3. Bienvenida sea Su Señoría, y espero que por mucho tiempo.
    (lo de la letra es uno de los temas recurrentes…)
    Ni que decir tiene que aquí hace días que juramos fidelidad a Lily Langtry (dicho sea por si acaso).
    Saludos

  4. Este western, como su propio director, pertenece a la esfera propia de la cinefilia galopante, porque suelen pasar -ambos, autor y obra- desapercibidos salvo notas a pie de página, una verdadera injusticia.

    Cuando descubrí la película, he de confesar de casualidad, la pesqué por su director, siempre una sorpresa agradable, y por esa dupla de actores entonces en sus inicios que ya demuestran sus valores.

    Pero al verla, no me quedó otra que reconocer que Wellman con toda seguridad debió de ser repasado mil veces por Sergio Leone, porque usa perfectamente el primerísimo primer plano -casi, casi, plano detalle- mostrándose innovador y efectivo a un tiempo. Y con un B/N casi que más propio del cine negro que de un western…

    Un abrazo.

  5. Galopante, sí, como buen western…
    Yo he visto la película dos veces y, en efecto, te quedas con la sensación de que has descubierto una joya de la que casi nadie habla y que ha caído en tus manos -en tus ojos, casi por casualidad. Y me ha pasado con otras de Wellman. Pero es algo común; fíjate lo olvidado que está Mitchell Leisen, por ejemplo, y lo bueno que es.
    Un abrazo

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