Las memorias de Frederica Sagor Maas

Se reproduce a continuación el artículo de Gregorio Belinchón publicado en la web de El País el pasado 30 de enero.

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Cuando uno empieza a leer La escandalosa señorita Pilgrim (editorial Seix Barral), cree abrir otro libro de memorias con revelaciones chispeantes, cotorreos asombrosos y anécdotas con las que derrotar a los amigos cinéfilos. Cuando acaba, queda el regusto amargo de haber conocido a una mujer derrotada por una panda de inútiles sin criterio ni talento, una mujer que incluso declarando su amor por su esposo no dejaba de reconocer cómo se supeditó a él. “En conjunto, esta historia habla de la frustración, la desilusión y la pena: momentos que quizá es mejor dejar en el barbecho o en el olvido. Sin duda, así es como me sentía en 1950, cuando me despedí por fin, sin lágrimas, de la industria hollywoodiense que me había envuelto y atrapado en su red de promesas. Había decidido olvidar y continuar con otras búsquedas. Lo hice, y nunca miré hacia atrás. Hasta ahora”, dice su autora en el prólogo de las memorias, que publicó en 1999, a los 99 años.

Porque Hollywood llevó a la guionista Frederica Sagor Maas al borde del suicidio. Y por suerte, superó las tentaciones y vivió hasta el 5 de enero de 2012, cuando había cumplido 111 años y 183 días. Era la última de una estirpe, la de las mujeres –muchas, muchísimas, a las que la historia no ha reconocido y cuyos nombres se pierden deglutidos por las fauces de la industria– que levantaron el séptimo arte en los inicios de las majors en Hollywood. Sagor Maas era más lista que sus colegas de profesión, y se sintió ninguneada, acosada sexual y profesionalmente, plagiada en un mundo loco, que se regodeaba en sus excesos. A todos los dejó atrás: “Todos vosotros, panda de sinvergüenzas, estáis ya bajo tierra, mientras que yo sigo aquí, vivita y coleando”.

Sagor Maas nació en Nueva York, la hija pequeña, la cuarta, de una familia de inmigrantes judíos: fue la primera en nacer en la tierra prometida. No acabó sus estudios de periodismo porque se enganchó al cine. Solo la gran pantalla le salvaba de la frustración de su paso por la Universidad de Columbia y dos veranos de trabajo en sendos periódicos.

“Un anuncio en la sección de oportunidades comerciales de The New York Times me llamó la atención. Lo que se ofrecía era “ayudante de coordinador de desarrollo” en las oficinas que Universal Pictures poseía en Nueva York. El anuncio tenía un tono intrigante de promesa, importancia y novedad. Al día siguiente me salté las clases en Columbia”. Frederica Sagor subió hasta el cuarto piso del número 1.600 de Broadway y su vida cambió por completo. Rodeada de borrachos, tipos de vuelta de todo, gente sin ningún interés por su trabajo, Sagor comenzó a escalar en la oficina, hasta que llegó a dirigir la delegación de Universal Pictures. Iba al teatro casi cada noche, leía galeradas de novelas una tras otra, a la búsqueda de esa joya oculta que mereciera la pena llegar al cine. Y las encontró… Otra cosa es que sus jefes le hicieran caso.

Y a pesar de todo, Sagor viajó a Holly­wood, con la intención de ser guionista, con fe en su talento y su olfato para las historias. Encontró muy pocas personas a su altura. Por ejemplo, Ben Schulberg, expresidente de Paramount y padre de Budd, gran guionista y uno de los chivatos en la caza de brujas, que ya estaba en el declinar de su carrera. Poco más. Sagor picoteó en varios estudios, y en ninguno encontró un amor limpio al cine. Por ejemplo, entra a saco contra la major más potente de la época: la Metro-Goldwyn-Mayer: “Es necesario decir algo sobre el despilfarro que existía en Metro-Goldwyn, a diferencia de lo que ocurría en todos los demás estudios, donde había que adherirse estrictamente a un presupuesto y una previsión general. Siempre he pensado que la apelación de genio se ha concedido de forma un tanto inexacta a Irving Thalberg, a quien considero el peor perpetrador de derroches de la industria. Su credo era: ‘Si no tienes éxito a la primera, inténtalo, inténtalo de nuevo’. El dinero y el tiempo nunca eran algo a tener en cuenta; solo importaba la perfección. Con esa flexibilidad era casi imposible no obtener una buena película”.

A Sagor pocas veces le reconocieron su labor en títulos de crédito o respetaron su escritura original. Sus libretos sirvieron de rampa de lanzamiento a estrellas del cine mudo como Louise Dresser, Constance Bennett o Clara Bow. Para Bow adaptó la novela de Percy Mark The plastic age, mientras que Greta Garbo hacía suyo el libreto de El demonio y la carne. Para Bow, Sagor reserva estas palabras: “Era una cría, hambrienta de amor y obsesionada con el sexo”; a Joan Crawford la despacha con “era una tipa que mascaba chicle, muy maquillada, con la falda hasta el ombligo, el pelo rizado y en desorden. Un putón”. Solo siente cierta empatía con la actriz Norma Shearer… que acaba casándose con Thalberg. Sufrió la misoginia, la discriminación por ser guapa y lista, sufrió los locos años veinte hollywoodienses, estuvo en fiestas con más prostitutas que artistas. Ganó dinero, lo repartió y lo perdió. Vio cómo llegaba el sonoro. Tuvo diversos amoríos. Conoció los restaurantes de moda, el ascenso y caída de distintos locales solo porque iban (o no) las estrellas. Y entre tanta basura, se enamoró de Ernest Maas, otro escritor con talento devenido en ejecutivo, con quien se casó en 1927.

El matrimonio Maas Sagor intentó hacer carrera por su cuenta, escribiendo guiones a cuatro manos o vendiendo sus historias de forma individual. Rozaron la miseria, y en el último momento decidieron volcar su habilidad en sendas historias cercanas a sus corazones: Photo by Brady, sobre uno de los pioneros de la fotografía en EE UU, y Miss Pilgrim’s progress, una historia feminista sobre el trabajo femenino que en 1947 Darryl F. Zanuck destrozó y convirtió en un musical, La escandalosa señorita Pilgrim, para lucimiento de Betty Grable, y que por cierto fue la primera aparición en la pantalla de Norma Jean, más conocida como Marilyn Monroe. Contra estas manipulaciones, Sagor Maas protestó y se ganó fama de buscapleitos, de comunista, calificativos surgidos de una industria que ella misma calificó de “sin sustancia”.

Todo esto, o su labor como crítica teatral en The Hollywood Reporter, se perdió en el viento. En 1950, el matrimonio, completamente arruinado, dirige su Plymouth a las colinas de Hollywood con intención de suicidarse. “Arreglamos nuestras cosas, escribimos cartas adecuadas y escogimos el sitio. Era en lo alto de una colina aislada de Eagle Rock donde no había casa, uno de nuestros lugares favoritos, donde íbamos a menudo a trabajar y a ver espectaculares atardeceres (…). El último paso era encender el motor. Lo siguiente que supimos era que estábamos abrazados, asustados y sollozando. ¡¿Qué estábamos haciendo?! (…) Nos teníamos el uno al otro y estábamos vivos. Pero sabíamos, sin la sombra de una duda, que nuestros días en Hollywood habían terminado”.

Y ahí empezó la segunda vida del matrimonio. Trabajó en compañías de seguros, con lo que así pagó sus facturas; Ernest escribió como negro de otros. Solo tras su muerte en 1986, a los 94 años, de párkinson, Frederica se decidió a escribir sobre lo vivido. Y cómo habló.

11 comentarios sobre “Las memorias de Frederica Sagor Maas

  1. Sí, llamó mi atención La escandalosa señorita Pilgrim… queda como libro pendiente. Ya andaba yo detrás de él. Qué vida, qué vida. Interesante lectura el artículo que proporcionas.

    Besos
    Hildy

  2. Me interesa ese Hollywood paralelo, esas mujeres que quedaron en el olvido (directoras y guionistas sobre todo) o cuyas carreras fueron despojadas de la repercusión que merecían simplemente por cuestión de sexo. Del Hollywood dorado nos quedan sobre todo actrices, como si no hubiera habido nada más. Y lo hubo, ya lo creo que sí.
    Besos

  3. Magnífico recordatorio para otra de las miles de personas con talento y que mueren en el absoluto anonimato.Ya sé que no tiene nada que ver pero me ha hecho recordar el caso de Helene Hanffl que vivió sola en una modesta planta baja sin calefacción en Nueva York, repleta de los tesoros bibliográficos de su mítica librería. En la última etapa de su vida subsistió muy apurada con tan solo los derechos de autora como ingreso. Dijo que un escritor no puede prever, de un mes para otro, como pagará el alquiler.
    Murió sin un céntimo a los ochenta años en una residencia de ancianos; sola y olvidada, sin herederos directos.

    Abrazos

  4. Es verdad, la buena de Helene Hanff; su «84 Charing Cross Road», es una maravilla que releo de vez en cuando. Una cascarrabias de las de verdad, pero con una bondad y una agudeza impagables.
    Abrazos

  5. Hola, Alfredo, buenas noches; leí el artículo hace unos días, en EPS, y lo cierto es que me llamó la atención por las connotaciones extraordinarias del caso (especialmente, esa longevidad tan tremebunda…), y por la coincidencia que venía a plantear con otro caso de ‘mujer en la sombra’ que ha estado en el ‘candelabro’ recientemente, con motivo del estreno de ‘Hitchcock’, y que no es otra que la media naranja de ese medio limón que debió ser sir Alfred, Alma Reville. Cuánto, cuánto queda aún por trabajar en materia de igualdad; cuántas Sagor Mass por tan poquitas Bigelows…

    Un fuerte abrazo y hasta pronto.

  6. Pues sí, a mí también me impresionó la vitalidad de esta señora. Debo decir, no obstante, que la película «Hitchcock» fantasea en demasía con la importancia de Alma Reville. Ojo, no digo que no fuera importante, que lo fue, y mucho, ya desde la etapa inglesa y hasta el final, pero no de la forma y con el grado que cuenta la película, que, la verdad, no es excesivamente rigurosa. La figura de Alma, por sí misma y sin añadidos de ficción, es importante sola.
    Eso sí, Hitchcock, de medio limon, nada. Más bien una pedazo de sandía. Y enterita.
    ¿Y qué me cuentas de Ida Lupino? Actriz y directora de un puñado de películas estupendas que nadie ha visto ni recuerda.
    Abrazos

    1. Pues sí, Ida Lupino, palabras mayores; aunque lo cierto es que, pese a lo mucho que la admiro, no he visto apenas nada de su filmografía, ni delante ni detrás de la cámara. Eso sí, hace no mucho tuve ocasión de ver (y reseñar en ese blog que tan abandonadito tengo….) una de las pelis que dirigió, El bígamo: pieza curiosa, vaya que sí. Habrá que seguir hurgando en su obra, cómo no…

      Un abrazo.

  7. Afortunadamente, el papel de la mujer en la historia del cine como motor indispensable, delante y detrás de las cámaras, en todas y cada una de las facetas posibles, es indiscutible. Pero hay ámbitos en los que su ausencia masiva se resiente: uno, la dirección durante el periodo clásico; otro, la producción durante el mismo periodo. Eso nos ha privado, en Hollywood o fuera de él, de esa otra historia del cine que hubiera podido ser. Con la modernidad ya ha sido distinto; la mujer ha tenido participación activa en lo mejor y lo peor, pero, como el hombre, más en lo peor…

  8. Como alguien apunta por ahí arriba, yo también andaba detrás de la aparición de este libro en español, porque en inglés me daba algo de pereza. Así que me alegro mucho. Ahora solo espero tener unas horitas para leerlo. Besos.

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