La tienda de los horrores – La vida es bella

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He de reconocer que cuando vi esta película en el cine, me encantó. Pues sí, no sé qué me dio aquel día, incluso la defendí en animada discusión con mis amistades, que desde el principio tuvieron más vista que yo y la rechazaron de plano. Pero el primer visionado por televisión no lo soporté, como la Cenicienta cuando le presentaron a un príncipe feísimo, me fui a la cama a las diez.
Porque si al referirme a Matrix anteriormente la taché de que era seguramente la película más pretenciosa de todos los tiempos, ésta no le va mucho más atrás.

La película consta de dos partes diferenciadas. La primera de ellas trata de ser una comedia romántica del estilo de aquellas de corte popular que se han rodado a lo largo del tiempo en la cinematografía italiana y en la cual Benigni, supuesto cómico que no es de mi agrado sin excepción alguna, nos obsequia con toda una gama de gags fusilados a Chaplin y Buster Keaton sin cortarse un pelo, efectivos dependiendo del ánimo del espectador, pero que no llegan a la calidad y frescura de los originales. Además convierte el planteamiento romántico de la historia en una cosa almibarada y caramelizada en la que la cursilería gobierna por encima de la profundidad de los sentimientos, de su definición, de su expresión con lenguajes estrictamente cinematográficos aparte de su guionización en las frases del personaje, y ello se plasma tanto en la deficiente caracterización de los personajes, reducido uno al bufón más ridículo y la otra (la esposa del director, que aparece en casi todas sus películas y en muy pocas de los demás, fácil es imaginar por qué) a un papel pasivo, insulso y pavisoso, como en la inexistente originalidad del enfoque, que es el mismo que tienen los cuentos para niños de cinco años, con príncipes, princesas y toneladas de algodón de azúcar (como nuestra Monarquía, ¡qué curioso!).
La segunda parte, aunque casi sería imposible, lo empeora. Aquí el drama radica en el intento por parte del padre de que el niño no capte la desoladora realidad que les rodea una vez han sido trasladados al campo de concentración y separados de la madre. Aquí el amigo Benigni vuelve a fusilar una escena sin más ni más (la del disco por la megafonía del campo), y nos regala otra serie de payasadas, algunas gratuitas, con las que se supone que engaña al niño (que debe ser bobo) y le hace creer que se hallan participando en un concurso al final del cual les esperan importantes premios y recompensas, entre ellos, el reencuentro con la madre. De tal manera, que se supone que mantiene viva en el niño su inocencia, su mirada cándida ante los desmanes que están sucediendo a su alrededor. Algo que no se sostiene desde el punto de vista de la verosimilitud, por supuesto, aunque sólo éste no es motivo para criticarlo (si no, adiós al género de la ciencia ficción). Pero, ¿este planteamiento es en realidad positivo? ¿Cuáles son sus virtudes? ¿Qué mensaje pretende darnos? ¿Que es mejor vivir en la ignorancia? ¿Que hay que proteger la inocencia de los niños por encima de todo? Pensemos por un momento en el retrato de este niño y vamos a retrotraernos al niño que aparece en Alemania, año cero de Roberto Rossellini, igualmente sufridor, más si cabe, del conflicto mundial. Uno es «protegido» por el padre para que no vea la realidad. El otro no tiene protección alguna, ya no tiene inocencia, ni pasado ni futuro. El primero rebosa de moralina y mermelada, tendrá el premio del reencuentro con su madre y la pena de la muerte del padre; el otro no tiene ya a nadie, y su final es la desesperación más absoluta, es real, lo podemos ver cada día en los ojos de los niños-soldado de África, por ejemplo. Por eso la película de Benigni es una alegoría, una fábula, para gustos, y la de Rossellini es una obra maestra, porque no utiliza mensajes morales ni edulcorados para crear estados de ánimo; lo hace con la realidad, y lo que es más importante, no disimulándola ni escondiéndola, sino tomando partido por el que sufre, de modo que todo el sobrecogimiento, la preocupación, la tensión que siente uno por el niño de la película de Rossellini, es indiferencia, simple observación cuando no antipatía por el niño de Benigni. Quizá un planteamiento en el que los dilemas del padre por la supervivencia del hijo se tratasen desde una perspectiva más realista y menos fantasiosa, irritante e inverosímil, hubiese sido más apropiado para el conjunto.
Por otro lado, el problema es que «el jueguecito» del campo se repite hasta el hartazgo, una y otra vez, hasta el punto de que no sabe uno si es más tonto el niño, el padre, los otros presos o los alemanes que los custodian y que consienten las chorradas de un preso sin decir ni mú.
Dentro de lo positivo, la muerte del padre. No, no lo digo porque se lo carguen después de haber dicho tantas cosas malas de él, sino porque seguramente un guión de este tipo caído en manos de determinados productores norteamericanos hubiera culminado en un happyend de reencuentro y continuación de la felicidad interrumpida por la guerra para vomitar. Dentro de lo malo, de eso nos libramos. Es la gota rosselliniana que Benigni incluye a modo de contrapeso a los muchos minutos de cuento de hadas que nos ha colado, pero ya es tarde.

Acusado: Roberto Benigni
Atenuantes: ninguno
Agravantes: el resto de su filmografía
Sentencia: culpable
Condena: empollarse la filmografía de Rossellini hasta que le salga por las orejas.

9 comentarios sobre “La tienda de los horrores – La vida es bella

  1. Lo que más me gusta de tu post de hoy es la condena: Encerrarse para ver a Rossellini. !Qué placer! Y eso que hay tantas cosas de este hombre que me descolocan, pero le tengo pasión.

    Bueno, has sido muy, muy atrevido. Esta película encandiló a todo el mundo, a mí no. Me sonrojé un poco con algunas escenas. Tanta dulzura me hizo sentir incomoda. No sé si tanto como para llevarla a la sección de los horrores. Es verdad que ella es bastante floja como actriz. El amor a veces no deja ver las cosas. Con Roberto Benigni me pasa algo raro. Él como persona (yo veo la RAI en casa), me gusta. Aún recuerdo la famoso burla que realizó de Berlusconi durante más de una hora, él solito. Fue alucinante. Como persona, me gusta, le tengo en estima. Pero como creador me disgusta. Sólo una cosa a su favor.
    Me fascina el título de su última película.
    «El tigre en la nieve», cuando lo leí me cautivo.
    Muy atrevido, y coincido contigo.
    Bachi, bachi

    PD: El final de la peli lo peor, en todos los aspectos. Hecha para ganar el Oscar y para que la gente llorasé sin parar. Una amiga mía se cabreo tanto que se marcho de golpe.

  2. Uffff, qué alivio recibir un comentario así. Tengo asumido que voy a llevarme muchos palos con el post de hoy, pero aunque quizá mis argumentos son probablemente muy subjetivos, no creo que nadie pueda darme motivos meramente cinematográficos, que no tengan nada que ver con la emotividad o el sentimentalismo, para apreciar esta película como una cinta con valor fílmico. Eso sí, lo que haya hecho sentir a cada uno es de lo más respetable, ahí no puedo entrar.
    A mí, la segunda vez que la vi, me hizo sentirme como alguien a quien tomaran por el crío de la película.
    Gracias por tu apoyo, me da ánimos para aguantar lo que venga.
    Besos.

  3. Gracias Lucía, por tus comentarios. Lo cierto es que hoy esperaba que me llovieran piedras por meterme con una peli tan ‘popular’. Pero a estas horas conservo la integridad física.
    Lo de Johnny Palillo lo intenté, pero sucumbí a mitad de los títulos de crédito iniciales. Tienes razón, ahora que lo recuerdo creo que he sido muy suave con la condena.
    Saludos

  4. En la disección sin anestesia que merece esta película defiendes como único acierto, o como punto menos negativo, hacer que el personaje de Benigni tenga el detalle de morir (¡posibilidad casi impensable en un campo de concentración de caramelo!)…

    Pero… ¡vamos a machacar también ese momento de la película!

    ¿No te parece que es una de las secuencias más cobardes jamás filmadas?

    ¿Son imaginaciones mías o Benigni no tuvo valor para mostrar el momento en el que el padre muere?
    En esa escena (creo recordar, pues la he visto una vez y no más), Benigni y el soldado desaparecen entre dos barracones, se oye un disparo y el soldado reaparece…
    ¿Quizá el vil nazi se avergüenza de ejecutar al preso y por eso busca un lugar escondido de miradas reprobadoras?
    ¿O es el «rincón oficial donde matamos a los padres para que no lo vean sus inocentes hijos»?

    Cuando el soldado reaparece, su forma de moverse, su actitud, hacen pensar (a mi me lo sugirió) siguiendo la línea de fábula de la película, que es Benigni disfrazado con el uniforme del soldado y que vamos a ir derechitos a ese «happyend» que todos temíamos…
    ¡Yo estaba convencido!
    Si a ti no te lo pareció, atibórrate de «Almax» y vuelve a visionar al menos esa escena…

    De propina casi me esperaba un discursito a lo «Unforgiven» sobre lo duro que es matar a un hombre (aunque sea un nazi y de ello dependa tu vida y la de tu hijo)…

    Yo francamente al verlo, pensé: si, Benigni ha muerto (por fin), pero nos ha engañado y manejado de una forma ruin y cobarde…

    Por cierto: de acuerdo con la condena, pero añadele un repaso a la interpretación de Peter Sellers , para que este estomagante Chaplin de patocilla se lo piense otra vez antes de autoerigirse en descendiente del Inspector Clouseau.

    ¡¡Salud y rock and Roll!!

  5. ¡¡¡¡Dios!!!! Más bien lo que yo aprobaba de la película era que al final el padre muriera. En efecto, yo sentí el mismo peligro de que este tirillas se hubiera convertido en un Rambo ocasional que acabara con el guardián y lograra la liberación del campo él solito… Y confieso que, igualmente que tú, temí que esa posibilidad remota cobrara vida al ver al guardia en cuestión. Pero por suerte no era así.
    Creo que Benigni quiso eliminar la única escena de violencia explícita que podría contener la película tal y como está tratada, y que seguramente rompería su particular y azucarada visión del asunto: un padre que hace todas esas gilipolleces por su hijo y que luego aparece con la cabeza reventada y los sesos por los suelos quizá no mantuviera el ritmo dramático ni el discurso, vomitivo para mí, que Benigni mantiene todo el tiempo. No me parece un acto de cobardía en sí; la película es una narración edulcorada en la que esa escena es el colofón perfecto, perfecto para cagarla del todo, claro.
    Ah, por cierto, ‘Dogville’ está al caer. Nos hablamos pronto.
    Salud

  6. ¡qué análisis, Alfredo! Yo desconfiaba de un planteamiento tan simplón, parece un poco eso del pensamiento positivo o la ley de la atracción, pero en un día de esos flojos y nada críticos puede colársete por la escuadra… Pero es verdad, el mensaje es tremendamente absurdo, viva la ignoarancia, que el niño no pierda la inocencia, mejor todo lo contrario, la inocencia esa que es simplemente ignorancia de cómo puede ser de cruel e injusto el mundo hay que perderla cuanto antes. El propio título ya es una ofensa a la propia vitalida, no señor Benigni, la vida no es bella, pero como dice el locutor deportivo puede ser maravillosa. Benigni no me gusta especialmente como cómico, pero con Jarmusch está algo mejor, y es Jarmusch es otra cosa. Un saludo.

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