Elemental, querido Holmes: Sin pistas (1988)

Acostumbrados estamos a que el cine, especialmente cuando proviene de Hollywood, adapte torpemente grandes obras literarias hasta el punto incluso de desvirtuar personajes inmortales introduciéndolos en situaciones estúpidas, sembrándolos de inconsistencias, incoherencias o características chapuceras de las que carecen en el original literario o, simplemente, alterando las tramas y situaciones hasta desnaturalizar las historias, sus claves, sus valores y sus protagonistas. Esto, que antaño era terreno exclusivo para la parodia, con el tiempo y el mal proceder de algunas producciones se ha convertido en moneda corriente; tal es así, que directamente hay obras literarias, cuanto más famosas en mayor grado, de las que no existe ni una sola adaptación potable. Pero, afortunadamente, también se da la situación contraria, la capacidad de unos pocos genios para, partiendo de personajes inmortales, ser capaces de innovar, de introducir matices, cambios, de atreverse a ir más allá con otras tramas, situaciones y vivencias alejadas de los libros de ficción o de las crónicas históricas, y resultar magníficas. Un caso palmario es la excelente Robin y Marian de Richard Lester (1976). Sherlock Holmes y el doctor John Watson, los eternos personajes de sir Arthur Conan-Doyle (contrariamente a lo que se piensa no obtuvo el título de caballero por su obra literaria detectivesca, sino por sus ensayos literarios sobre la guerra contra los bóers en África del Sur), han sufrido las dos caras de la moneda: reducidos a mera idiotez estrambótica por las películas de Guy Ritchie pero también elevados y santificados por la genial -aunque incompleta, mutilada- La vida privada de Sherlock Holmes (Billy Wilder, 1970). Entre una y otra se encuentra esta Sin pistas (Without a clue), dirigida en 1988 por el televisivo Thom Eberhardt, que se atreve a mutar las personalidades, comportamientos y esencias de las clásicas novelas y relatos de Holmes sin por ello contradecir las notas que les son características, ofreciendo una historia amena, entretenida, divertida y plena de humor inglés.

John Watson (Ben Kingsley, de nombre real Krishna Bhanji) es un médico militar, veterano de las campañas de Afganistán (desastrosas para el Imperio Británico, por cierto), que vive en Londres ya retirado y gracias a su pensión. Como en los clubes y círculos sociales que frecuenta y de los que no desea ser excluido su afición en este tiempo, la investigación y resolución de casos policiales, está muy mal vista, como todo lo que suene a plebeyo o mundano, tiene que desempeñarla digamos «de tapadillo», y por eso ha inventado una figura admirable, íntegra, infalible, un prodigio de mentalidad deductiva y un tesoro de habilidades de lo más útiles pero infrecuentes, un detective consultor llamado Sherlock Holmes. Mientras podía asesorar a distancia a incompetentes de Scotland Yard como el inspector Lestrade (Jeffrey Jones) desde el 221 B de Baker Street, todo iba bien: obtenía crédito público para su personaje, su otro yo, mientras que ganaba cuantiosos beneficios gracias a la impresión de sus historias en el Strand Magazine (una de las revistas que en la realidad publicó los relatos de Conan-Doyle, y que ya aparecía también en la película de Wilder como lugar en el que Watson publicaba sus diarios de las investigaciones). Pero, a medida que la cantidad y la entidad de los casos a resolver se hacía más compleja y la expectación hacia Holmes crecía entre el gran público, Watson necesitaba encontrar una solución al hecho de no poder presentarse personalmente como detective, bajo riesgo de que sus conocidos y amigos de la alta sociedad renegaran de él. La suerte, la casualidad y la inspiración de su genio le trajeron la vía de escape: contratar a un mal actor, acabado y patán, Reginald Kincaid (Michael Caine, de nombre real Maurice Joseph Micklewhite Jr.) para dar vida a su detective, Sherlock Holmes (Kincaid es tan pésimo como actor que la única crítica «positiva» que es capaz de recordar dicha de él alaba su capacidad para despertar risas… en un drama). Lo que en principio es una fructífera asociación (Kincaid aprende las lecciones que Watson le repite sin cesar y no hace sino exponer los casos resueltos en público siguiendo las instrucciones que su jefe le transmite) empieza a estropearse cuando «Holmes» se ve crecido, absorbe el protagonismo público, y da la impresión de sentirse autosuficiente, de pretender volar solo. La incompetencia de Kincaid y sus malas maneras con Watson en privado -aparte de su carácter borrachín, mujeriego, vividor, informal- hacen que la sociedad se rompa. Watson crea un nuevo personaje, «El Doctor del Crimen», pero no tiene éxito y nadie le hace caso fuera de Baker Street. Por lo que, cuando el responsable del Banco de Inglaterra se presenta una noche junto con Lestrade en las habitaciones del famoso detective para comunicar el robo de las planchas auténticas que sirven para fabricar los billetes de cinco libras, a Watson, que sospecha que su viejo enemigo, el profesor Moriarty (Paul Freeman), anda en el ajo, no le queda más remedio que volver a contratar a Kincaid, porque sin Holmes no hay caso…

Con modos y maneras televisivos, Eberhardt nos conduce con pulso firme, tono ligero y gran fidelidad a los esquemas de las historias canónicas de Holmes y Watson (excepto, como se ha dicho, en la verdadera naturaleza y relación entre ambos) por un misterio de robo, secuestro e investigación minuciosa en los típicos ambientes manejados por Conan-Doyle, las tabernas de los barrios bajos, el puerto de Londres, la campiña, los despachos de la capital del Imperio, los subterráneos de la ciudad, los canales del Támesis, los teatros, los salones y las plazoletas y callejones por los que se mueven los personajes habituales de sus historias, los golfillos que investigan para el detective (estupendo gag el del reloj de oro robado a Holmes por uno de los chavales en cada ocasión que se ven), para Watson en este caso, los policías de uniforme paseando entre la niebla o vigilando en las esquinas, las torpezas y precipitaciones de Lestrade, la damisela en apuros (Lisette Anthony) cuyo padre ha sido raptado, los cocheros, los criados, las doncellas, los esbirros de la noche, los borrachos y los carteristas, los matones de Moriarty y, por supuesto, él mismo como encarnación de la diabólica mente criminal antagonista de Holmes -mejor dicho, de Watson). A eso hay que añadir el famoso 221 B de Baker Street recreado minuciosamente, así como los amorosos cuidados de la señora Hudson (Pat Keen), aunque con una gran diferencia: ella también está al corriente de que Holmes no es más que un actor aficionado a las faldas y a la bebida, y bastante más que incompetente, necio y torpe como detective (su forma de hacerse cargo del caso antes del clímax final resulta de lo más desternillante).

La gran virtud de la película, una pequeña delicia de 105 minutos, está en que Eberhardt consigue contar una historia diferente atreviéndose incluso a mutar la naturaleza de sus inmortales protagonistas para dotarla de mucho humor e ironía -algunos diálogos y réplicas resultan de lo más ingeniosos y divertidos-, pero, y esto es lo más importante, sin alterar la esencia de la relación entre ambos -sus notas características siguen estando presentes; lo que hace la película es repartirlas de diferente modo entre ellos, además de introducir el humor gracias a la excepcional labor de Michael Caine, que está espléndido tanto de Holmes como de Kincaid- y sin pervertir de ningún modo los elementos y la combinación de los mismos que se encuentran en las historias de Sherlock Holmes: el misterio, la deducción, la persecución de los sospechosos, las secuencias de acción (tanto en el puerto de Londres como en los sótanos del teatro, con Kincaid haciendo de sí mismo florete en mano en un delirante duelo con Moriarty). Además de eso, la puesta en escena resulta tan sobresaliente como el cine y la televisión británicos nos tienen acostumbrados en sus productos de época, y la partitura de Henry Mancini contribuye decisivamente a acredentar esa personalidad doble de la película, el misterio y la acción trepidante cuando es menester, y la ironía y el sarcasmo del choque de personalidades entre Kincaid y Watson y el humor derivado de las torpezas del falso Holmes.

En resumen, una comedia nada irreverente con los personajes y las historias de Conan-Doyle, que puede satisfacer a los holmesianos más intransigentes gracias a la inteligente introducción de innovaciones cómicas para ir más allá de una mera adaptación tradicional, y un misterio en toda regla en el que Holmes y Watson vuelven a callejear por las noches londinenses siguiendo el rastro del ladrón, del asesino, del criminal, aunque esta vez es Watson el que va primero.

Una vez más: ¡¡empieza el juego!!

17 comentarios sobre “Elemental, querido Holmes: Sin pistas (1988)

  1. Ya ves, compa Alfredo, con tanto repaso como se ha dado a la filmografía ‘holmesiana’ en los medios con motivo del estreno de la peli de Garci, no había visto por ningún sitio referencia alguna a esta simpática propuesta. Recuerdo que la ví hace muchísimos años, en mis inicios de abono al por entonces CSD (no el de Adolfo Suárez, sino el de Polanco…), y apenas tengo memoria de detalle alguno sobre ella (algo que bien ha hecho tu excelente reseña), más allá del fastuoso trabajo interpretativo (¿y qué cabría esperar de dos monstruos de este calibre…?) de su pareja protagonista. Sería cuestión de volver a echarle ojo, claro…

    Un fuerte abrazo y buen día.

  2. No he prestado mucha atencíón al repaso holmesiano con Garci como pretexto (película abominable, por cierto, la de Garci; vergonzosa, holmesianamente hablando), pero imagino que iría por las coordenadas habituales, Basil Rathbone y Peter Cushing, amén de otros como el propio Caine, las teleseries conocidas (la de los ochenta y la moderna de la BBC, y quizá una rusa que emula perfectamente el Londres del XIX) y demás.
    La mayor virtud de la cinta es que no traiciona la esencia de los personajes: juega con ella, la altera, la hace bailar entre uno y otro, pero sigue ahí. Holmes, el literario, es un experto actor, con gran experiencia en Shakespeare; aquí es un actor mediocre el que hace de Holmes en el papel de su vida. Los elementos están; varía solamente el orden, y ahí, en esa variación, es donde entra el matiz cómico.
    Por cierto, ha sido sin querer, pero acabo de fijarme en que cierto canal de «Todo cine» la emite hoy mismo a las 12:00 h. del mediodía.
    Un abrazo

  3. … me parece un giro de trama genial (ese intercambio de personalidades). ¡Últimamente me estás añadiendo muchas obras cinematográficas a mi bául de películas pendientes que ya es un arca! pero son tan interesantes los análisis y las películas elegidas… lástima que hoy a las 12.00 me es imposible descubrir esta película que comentas.

    Por cierto nombras ROBIN y MARIAN una película que me apasiona y que contiene una de las más hermosas declaraciones de amor eterno…

    Besos
    Hildy

  4. Lo hago adrede, mi querida Hildy, para que el baúl se convierta en arca, el arca en habitación, la habitación en casa y la casa en otra casa más grande para estimular el mercado inmobiliario…
    Besos

  5. Junto a don Quijote es el personaje más grande creado por la literatura universal y el abuso de meterle mano o modernizarlo ha llegado hasta la exasperación.Puedo tolerar ciertas licencias por parte de un director o un escritor,pero siempre dentro del universo al cual fue creado.No voy a mencionar aquí todas las películas y novelas pastiches del detective más famoso de todos los tiempos,pero el Holmes de Wilder o de Bob Clark en Asesinato por decreto podrían dar las pautas a seguir.Esta que reseñas tan estupendamente no me gustó mucho porque mira que llega a ser fácil tomarse de coña un personaje tan carismático.La prueba de todo esto sería escribir o realizar una película inteligente sobre Holmes.Creo,a mi juicio,que nuestro personaje que tanto queremos,hoy se les hace demasiado grande a nuestros realizadores por eso matan al personaje (en sus películas)porque Holmes está ahí,entre la niebla victoriana retando al guapo de turno.El último vencido ha sido Garci.

    Un fuerte abrazo

  6. Bueno, es que habría mucho que decir de los paralelismos Quijote/Sancho-Holmes/Watson.
    Es posible que tengas razón en una cosa importante: muchas veces las visiones y versiones particulares de un personaje en concreto vienen como resultante de una incapacidad; esto es, como no me considero cualificado para entender o adaptar la esencia de un personaje porque se me escapa intelectual, técnica o culturalmente hablando, lo refrito, lo paso por el pasapurés, lo cambio de chaqueta y lo sirvo calentito. Es bastante probable que este sea el caso; desde luego lo es el de todos los que han fracasado con él, Garci incluido.
    Abrazos

  7. Sabía de la existencia de ese telefilme pero nunca tuve la oportunidad de verlo y la verdad es que ya ni me acordaba.

    Procuraré encontrarlo por ahí para poder sacarme un poco el mal gusto de los subproductos de Ritchie. Además espero poder disfrutarla en v.o.s.e., teniendo en cuenta esa pareja protagonista que deben hacer diabluras muy interesantes: me encantan los dos, motivo añadido pues a la curiosidad despertada por tu reseña.

    Un abrazo.

    p.d.: la de Garci ni siquiera la he visto en los tráilers en «mi cine»: igual pasa de largo y la tengo que buscar en plan doméstico…

  8. Es una película, como dice alguien por ahí arriba, sobre todo simpática. No es un Holmes para disfrutar de Holmes, sino una película ligera con humor y misterio. Y un pelín de irreverencia.
    Saludos

  9. Algo de guasa ya se les presiente… La fotografía corresponde a la primera secuencia de la película, cuando Holmes y Watson impiden el robo de unas obras de arte en un museo. Esta introducción sirve ya, por un lado, para situar al espectador ante lo que será la trama principal y, por otro, en el sorprendente prisma de la relación entre ambos, con Holmes de actor metepatas y con Watson de cerebro en la sombra.

  10. No estoy seguro pero creo que la vi hace bastante tiempo. Pero qué buena la introducción al texto. «La vida privada de Sherlock Holmes» o «Robin y Marian» son dos películas inolvidables.

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