Esta película británica de casi tres horas de duración, dirigida por Richard Attenborough, supone un ejemplo tardío en la moda de las grandes superproducciones de la década de los sesenta que, con el gran atractivo de reunir importantes repartos repletos de caras conocidas, a veces en papeles meramente testimoniales, ofrecían la recreación de episodios cruciales de la Segunda Guerra Mundial, ya fuera el desembarco de Normandía, la batalla de las Ardenas, la liberación de París, el desembarco de Anzio, Midway o la batalla de El-Alamein. En este caso, el elenco artístico supone el mayor aliciente previo para el visionado de Un puente lejano; no en vano en su nómina de intérpretes figuran nombres tan importantes del cine europeo y norteamericano de la época como Sean Connery, Edward Fox, James Caan, Dirk Bogarde, Michael Caine, Robert Redford, Anthony Hopkins, Maximilian Schell, Liv Ullmann, Gene Hackman, Ryan O’Neal, Laurence Olivier, Elliott Gould o Hardy Krüger.
La acción nos traslada a septiembre de 1944. El Alto Mando aliado, espoleado por el éxito de Normandía y la liberación de más de media Francia en tan poco tiempo, concibe una ambiciosa operación para poner fin rápidamente a la guerra. Esta consiste en una combinación de audaces golpes de mano tras las líneas alemanas, una cadena de tres ataques simultáneos en la ruta que va del noreste de Francia al centro de Holanda para, desde allí, una vez despejado el panorama de enemigos, cruzar la frontera alemana directamente hacia el corazón industrial del Reich, y así ocuparlo y destruirlo y obligar a Hitler a rendirse. El punto decisivo: el puente que las tropas blindadas angloamericanas han de cruzar para cumplir con los objetivos, en la ciudad holandesa de Arnhem. La toma de este puente se convierte en el hecho central de la operación, pero las deficiencias estratégicas, producto de la ansiedad y la precipitación, las condiciones climáticas, la enconada resistencia alemana, subestimada por culpa de los errores de los servicios de inteligencia, y unas buenas dosis de mala suerte, se conjugarán para dar un buen revés a los Aliados.
Junto con la dura contraofensiva de las Ardenas, Arnhem y la operación Market Garden constituyen los cantos del cisne de la resistencia de la Wehrmacht, y en particular, el episodio del puente se erige en el principal fracaso de los Aliados occidentales en Europa después de Normandía. El desastre operacional y la gran cantidad de bajas sufridas y de prisioneros capturados por los alemanes, aumenta el efecto emocional que este capítulo de la guerra tiene entre los países combatientes. Attenborough filma la previsible cronología de los hechos, con importantísimas figuras dando vida a los oficiales involucrados en uno y otro bando, con algún que otro interludio de carácter intimista (el punto de vista de la resistencia holandesa, los ciudadanos que deben contribuir al cuidado de los heridos, el efecto de los combates en las calles y las casas de los civiles). Lo más destacable, además del reparto, el enorme esfuerzo de producción, el gran despliegue de medios en una película británica, y algunas muy buenas secuencias de acción y combate no exentas de belleza y humor (ese oficial inglés caminando hacia las defensas alemanas del puente apoyándose en su paraguas, como un Lord, transitando por Picadilly, justo antes de que todo estalle en fuego y plomo). En su debe, la película tiene baches de fluidez, resulta excesivamente larga, y también demasiado aséptica, sin llegar a ser marcadamente antibelicista, más bien tributaria del eco que aquellos hechos tuvieron especialmente en Gran Bretaña, país al que pertenecían la mayor parte de los caídos aliados, y Holanda, el escenario de la derrota. La mayor baza dramática, el antagonismo entre los altos mandos que deciden sobre la guerra en sus cómodos despachos de Londres, y los soldados a pie de campo, que sufren y mueren a causa del enemigo, de los propios errores y de las malas previsiones y la penosa ejecución de los planes por parte de sus superiores.
Ahí radica, precisamente, la carga crítica del film: los soldados son valerosos, ven la guerra como una tarea «profesional» que encarar y resolver con eficacia y conservando la vida, algo que tienen que hacer pero que les disgusta profundamente. Los oficiales del Alto Mando, en cambio, trabajan en ella calculadora en mano, mezclando violencia y política, moviendo los regimientos como piezas de ajedrez. Su pretenciosidad cuesta vidas, y Attenborough, con guión de William Goldman a partir de una novela de Cornelius Ryan, levanta la película como monumento a estos soldados, y sobre todo a su inútil sacrificio. Por otro lado, vacía al enemigo de cualquier connotación nazi, y lo representa como un ejército adversario que vive las mismas penurias y que ejerce sus obligaciones lo mismo que las tropas aliadas, con tanto o mayor celo y capacidad. De este modo, Attenborough realiza algo poco frecuente en el carácter británico, rescatar una derrota del pasado para conmemorarla con honor y misericordia hacia las otras víctimas inocentes, éstas de uniforme, de un conflicto que les superaba y que condicionó sus vidas para siempre, si no algo más.
Tal es la huella que estos hechos dejaron en británicos y holandeses, en menor medida en alemanes y estadounidenses, que el 8 de mayo de 1995, para conmemorar el cincuentenario del fin de la guerra en Europa, se celebró en Arnhem, junto al puente, un concierto conmemorativo con importantes figuras de la música. Rescatamos dos momentos como emotivo recuerdo de lo que nunca debió volver a pasar, como homenaje a los que siempre pagan el pato en todas las guerras. El concierto, editado en vídeo y comentado por el periodista Walter Cronkite, dirigido por Alan Parsons, cuenta con la participación de gente como Art Garfunkel, Joe Cocker, Cyndi Lauper, Wet Wet Wet, entre muchos otros.
Esta película la vi con sumo placer en el cine cuando, como bien dices, las superproducciones a la antigua usanza estaban ya en declive, sobre todo por sus enormes dividendos, y, lo que más me gustaba, el elenco de actores, que no veía desde La gran evasión. Me hace mucha gracia lo que ha hecho George Clooney en The Monuments Men. Aquel cine era, no sé como expresarlo en pocas palabras, como mucho más físico. En el cine clásico los actores interactuaban juntos a la perfección por muy diferentes que fueran en todos los aspectos. No sé, como por ejemplo, Steve McQueen y Frank Sinatra. Recuerdo de niño que me encantaba ver películas donde intervenían muchos actores de renombre. Un puente lejano no tuvo buena crítica, sobre todo por el exceso de metraje, pero a mí me gustó. Antes, cuando iba al cine, quería que las película no se acabaran nunca. Y otra cosa, soy defensor del grandísimo Richard Attenborough, tanto como actor como director, y que no me digan que dirigió algunas películas fallidas, porque quién no las tiene. No sé si recuerda a aquella magnífica película Brighton Rock (1947), de John Boutling, basada en la no menos magistral novela de Graham Geene, en donde Attenborough interpreta al psicópata Pinkie. O en esa película que cada vez me gusta más; El Yangtsé en llamas (1966), de Robert Wise. ¿Y qué me dices del X en La gran evasión? Y paro de contar porque esto se alarga. Y me encanta Tierra de penumbra. En fin, que admiro profundamente a Sir Richard Attenborough.
Un fuerte abrazo
Estoy contigo. Los comentarios sobre esta película suelen ser muy tibios (creo que porque la consideran ya desfasada para su época y este hecho contagia al resto de la posible valoración), y yo creo que eso no es del todo justo. Personalmente, en todo caso, prefiero el Attenborough actor (el director, para mí, resulta demasiado irregular, o incluso completamente equivocado en sus planteamientos, como en «Grita Libertad», finalmente opuesta y contraria a la tesis que se supone que mantiene), como por ejemplo, ya que la citas, junto a McQueen. Sin embargo, «Oh, qué guerra tan bonita», me parece estupenda.
Por otro lado, hablando de McQueen y Sinatra: en «Cuando hierve la sangre» comparten bélico con ¡¡¡Gina Lollobrigida!!! Uno de las metidas de pata de John Sturges a los mandos de una película.
Abrazos
No la he visto querido Alfredo pero tu penúltimo párrafo me parece revelador y me anima a rescatar esta película. Al Richard Attenborough director (bueno, al actor tampoco, sobre todo lo recuerdo en La gran evasión y poco más) no le tengo muy controlado. Solo sé que en su momento, cuando era pequeña, me impresionó profundamente Gandhi que la fui a ver en su estreno y me dejó bastante marcada y luego la volví a ver ya mayorcita y me aburrí muchísimo con ella. No así me ha ocurrido con Tierras de penumbra, que me parece una obra intimista y delicada. Tengo ganas de ver CHAPLIN.
Besos
Hildy
Un señor con altibajos (en la propia «Tierras de penumbra», por ejemplo, me parece mucho más atractivo el planteamiento y el desarrollo inicial que el lacrimógeno colofón), pero estimable. Lamentablemente, pasará a la historia, seguramente, como abuelo-saurio.
Besos