Música para una banda sonora vital: Dinero para quemar (Dead Presidents, Albert y Allen Hughes, 1995)

Danny Elfman compone la vibrante partitura de esta película, la segunda de los hermanos Hughes, acerca de los problemas de la comunidad negra estadounidense en el salto de década de los sesenta a los setenta, durante la guerra de Vietnam y en plena eclosión del consumo y tráfico de drogas y la violencia callejera asociada a las convulsiones políticas y sociales.

La tienda de los horrores – La joven del agua

agua

Oh la la! Oh, mon dieu! Dice M. Night Shyamalan que esta historia surgió a raíz de un cuento infantil que cada noche iba improvisando para sus nenas: pobres criaturas inocentes; me pregunto si ya han ingresado en un frenopático… La joven del agua es el mayor fiasco rodado hasta la fecha por este director norteamericano de origen indio (indio de India), un señor con innegable talento visual y narrativo que aquí, no obstante, la cagó bien cagada. Improvisando para sus niñas le salió una película que parece construida a base de improvisaciones y golpes de capricho del momento. Valga un pequeño resumen de su argumento como aviso para navegantes:

Cleveland (Paul Giamatti, aprovechando su estrellato a raíz de Entre copas, del cual ya anda bajándose a pasos agigantados), es el encargado de una urbanización de modestos apartamentos (pero con piscina, que conste, que hay clases incluso entre los pobres o humildes) de Filadelfia, ciudad famosa por su queso de untar, que un buen día se encuentra con una ninfa en la piscina; más bien se trata de una narf, una criatura de una antigua leyenda china (más bien cuento chino, a pesar de lo cual la narf en cuestión no tiene ojos rasgados y es pelirroja y con pecas, como sabemos, la apariencia habitual del personal por allá). Esta narf resulta que es la Madre de todas las Narfs, que diría el difunto Sadam Hussein, la elegida que debe volver a su mundo para esto y aquello y no sé qué más. El caso, y aquí empieza lo realmente delirante, es que su regreso al mundo, que tiene que realizarse a través de la susodicha piscina, está amenazado por unos lobos recubiertos de césped (cuyo nombre no me atrevo a intentar reproducir), malos, malísimos, que campan a sus anchas por la urbanización, mientras que la esperanza de la china no-china descansa en unos monos (cuyo nombre ídem de ídem) o algo parecido tan perversos que se comieron a sus padres el día que nacieron, que van a llegar un día de éstos, y que son enemigos mortales de los lobos de césped, en los que ansían probar sus colmillos. Asimismo, los únicos que pueden ayudarla a volver al mundo del agua, son a su vez otras extraordinarias criaturas que, y poco a poco es Cleveland quien irá encajando las piezas, resultan ser en realidad algunos de los vecinos del edificio en carne mortal, atención a los nombres: el intérprete, que en principio es un apasionado de los crucigramas hasta que en realidad se dan cuenta de que no es él sino su hijo pequeño, capaz de interpretar la leyenda en las cajas de cereales, el guardián, papel que se atribuye Cleveland hasta que se da cuenta de que no es él sino un jovenzano musculitos y rapero del vecindario, y el gremio, por el cual son tomados los drogatas del bloque hasta que alguien cae en que son las cinco hijas, a cual más oronda, de unos vecinos, más una hispana y una china para completar las siete que preceptúa la leyenda.
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