Serie B con carga de profundidad: El increíble hombre menguante

Scott es feliz: tiene un buen trabajo y una esposa bella y complaciente que se dedica a cuidarle y mantener el hogar en orden (cosas de los códigos de Hollywood…). Se aman tanto que, mientras pasan las vacaciones a bordo del barco de un amigo, ya hacen planes para aumentar la familia. Eso, antes de sobresaltarse a causa de la nebulosa que de repente aparece en el horizonte y cubre el barco durante unos instantes antes de disiparse. Ella, oculta en el camarote, se libra de esa extraña película húmeda que ha cubierto al bueno de Scott, pero, cuando la nube blanca se aleja, todo vuelve a ser felicidad y arrumacos. El bienestar, ya de vuelta en casa, empieza a diluirse cuando Scott comprueba que padece un extraño mal: está empequeñeciendo. Su estatura y su peso disminuyen poco a poco, y también sus órganos internos, huesos y músculos. Los médicos no encuentran una explicación, y los tratamientos no funcionan. Scott poco a poco va encogiendo, convirtiéndose en un muñeco de carne y hueso para su esposa, mientras que a su alrededor los objetos hasta hace poco cotidianos van agrandándose y convirtiéndose en fuente de aventuras y peligros, mientras que su cuerpo va disolviéndose poco a poco en la nada…

El cine de serie B no es malo por sí mismo, únicamente es de serie B. En él había directores más y menos capaces, historias más o menos buenas, y actores más o menos competentes, exactamente como en su hermano mayor, el cine-arte o el cine-espectáculo de primera categoría. Jack Arnold, famoso director de cine fantástico y realizador televisivo de series situadas en el mundo del western o de ambiente juvenil, se apuntó aquí una obra magistral que, con carencia evidente de medios, resolvió de manera sobresaliente tanto en la forma como en el fondo una historia propia de los tebeos o de los pasquines de ciencia ficción que consigue dotar en cambio de tintes reflexivos sobre la existencia humana y el futuro de la especie. En un año, 1957, en el que los rusos saltan al espacio con el Sputnik, y en el que la Guerra Fría reposa tras la guerra de Corea mientras calienta motores para la de Vietnam, el filme de Arnold, al contrario de lo que ocurre con su protagonista, crece con el paso del tiempo para convertirse en un documento cinematográfico imprescindible para la época, y a ello contribuye decisivamente el final de la película, la forma de concluir la historia de ese extraño mal que sufre el personaje, prototipo de ser humano insignificante entre las poderosas y letales circunstancias que lo rodean, y que subraya con el último monólogo de Scott, un compendio de preguntas retóricas pero necesarias a las que se agarra en el último hilo, no de su vida, sino de su realidad física.

La película, de apenas ochenta minutos, contiene al menos tres planos de lectura. En primer lugar, la evidente, la historia de un hombre que empequeñece y que ha de enfrentarse a una amenazante nueva realidad que se convierte en lucha despiadada por la existencia cuando, a causa de su tamaño, sus congéneres ya no pueden verlo a simple vista. Continuar leyendo «Serie B con carga de profundidad: El increíble hombre menguante»