Amor se escribe con plomo: La matanza del día de San Valentín (1967)

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Roger Corman ha pasado a la historia del cine por su prolífica carrera dentro de los cánones del cine fantástico y de terror, con preferencia por las adaptaciones literarias de Edgar Allan Poe y la presencia de actores inolvidables como Vincent Price, Peter Lorre, Boris Karloff o Lon Chaney Jr., entre muchos otros, además de una joven promesa llamada Jack Nicholson. Dentro de su abundantísima relación de títulos, casi siempre enmarcada en los estrechos márgenes de los bajos presupuestos y de la mediocridad del acabado final de buena parte de las cintas debido precisamente a esta limitación, se esconden no obstante pequeñas joyas fuera de las líneas habituales del cine de Corman, pertenecientes, cosa rara en él, a géneros como el bélico –Secreta invasión (The secret invasion, 1964), antecedente directo de Doce del patíbulo (The dirty dozen, Robert Aldrich, 1967) o el clásico El barón rojo (Von Richthoffen and Brown, 1971), sobre el famoso aviador alemán- o el western (La cabalgada de los malditos, A time for killing, 1967), siendo esta faceta del director probablemente superior, técnicamente hablando, que no quizá en cuanto a empleo de la imaginación, a sus empeños cinematográficos más comunes. A esta corriente minoritaria pero mucho más que estimable pertenece La matanza del día de San Valentín (The St. Valentine’s day massacre, 1967), crónica casi periodística de los sucesos acaecidos en Chicago el 14 de febrero de 1929.

Al Capone (Jason Robards) ha pasado en apenas seis años de ser un simple guardaespaldas a convertirse en la cabeza del crimen organizado de Chicago. Es el más osado, el más implacable, el más vengativo y el más violento. En los últimos años ha eliminado a otros hampones importantes de la ciudad que podían intentar hacerle sombra ante los grandes jefes del sindicato del crimen. Pese a su enorme poder, el líder de los gangsters de la zona norte, ‘Bugs’ Moran (Ralph Meeker), jefe de una banda de alemanes, polacos e irlandeses, desea arrebatar a los italianos el primer lugar en el escalafón de la delincuencia en la ciudad e idea un meticuloso plan para ir ocupando poco a poco el área de acción de los hombres de Capone, con la ayuda, entre otros, de su matón Pete Gusenberg (George Segal). La guerra de bandas está servida, porque los intentos de negociación que sugieren algunos de los hombres de Capone ya han fracasado en ocasiones anteriores con otros jefazos revoltosos a los que finalmente hubo que borrar del mapa. Por tanto, el deseo de Capone triunfa y sus hombres comienzan a preparar la respuesta, que culmina con la famosa matanza, llevada a cabo por esbirros disfrazados de policías, el exilio y posterior encarcelamiento de Moran y la investidura de Al Capone como jefe supremo de la mafia de Chicago.

La película, de apenas 95 minutos de duración, está construida en un formato casi periodístico. Una voz en off ayuda al espectador a situarse identificando a los personajes más importantes del drama, con sus lugares de procedencia, sus más relevantes antecedentes penales y los aspectos más cruciales de su futuro, o su marcha de este mundo antes de tiempo, una vez superado -o no- el episodio de la matanza. De este modo quizá no demasiado efectivo desde el punto de vista de la narración cinematográfica, Corman logra que su película cobre dinamismo y ritmo, además de ahorrar en economía narrativa. Los personajes y las situaciones son así situados desde el inicio, y asistimos sin más a conversaciones y tiroteos que hacen avanzar la acción paulatinamente hacia su esperado final, el cual es ya anunciado al comienzo del film. Dos aspectos destacan en el desarrollo: en primer lugar, que nos encontramos de nuevo ante una película de Corman con un presupuesto muy limitado, si bien en esta ocasión el talento del director y los esfuerzos del equipo de decoración y ambientación logran dar bastante el pego. En segundo término, el manejo de la tensión en una situación violenta de confrontación cuyo clímax es conocido y esperado y que, aún así, resulta dramático, violento, excesivo.

Corman elabora sofisticadas secuencias de tiroteos que sin duda inspiraron a uno de sus más jóvenes colaboradores de aquellos tiempos, un tal Francis Coppola, algunas de ellas en consonancia con el avance de la acción y otras en cambio como flashbacks de anteriores episodios de violencia, como cuando Capone rememora el más importante atentado sufrido por él apenas unos años atrás: una fila larga de vehículos con ametralladoras Thompson disparando sin cesar contra el restaurante donde se encontraba comiendo, obra de la banda de O’Bannion, el primer rival que intentó liquidarle antes que Moran. Igual de inspiradora debió resultar para Brian De Palma y Robert de Niro la escena, ya al final, habiéndose erigido como rey absoluto del crimen de Chicago, en la que Capone-Robards blande un bate de béisbol con el que castiga a dos de sus colaboradores más negligentes o, directamente, traicioneros. Un tanto estática en las secuencias que no son de acción -o incluso éstas-, en algunos momentos concretos incluso surrealista, anticlimática (la discusión de Gusenberg-Segal con su mujer porque ésta se ha comprado un abrigo de pieles de 3.000 dólares que él pretende que devuelva, y su posterior bronca y pelea con mordiscos, bofetones e incluso rodillazos en las partes bajas y mujer abandonada en el descansillo en ropa interior…), la película apuesta por la presentación más o menos objetiva de los hechos, despreocupándose quizá demasiado de la psicología de los personajes, de sus relaciones y de la mínima atención debida para entenderlos como tales: la abundancia de éstos y la necesidad de contar la crónica exacta de lo ocurrido hacen primar la narración de los hechos históricos -o de hechos que aspiran a tales- por encima de la presentación dramática de un guión.

En lo interpretativo, además del terceto principal, en el que Robards destaca por su histriónica, probablemente exagerada, composición del estereotipo de mafioso italiano, cabe señalar la presencia en el reparto en papeles muy breves, casi meramente testimoniales,  de secundarios importantes como Bruce Dern, el propio Jack Nicholson, Frank Silvera o John Agar, al que dan pasaporte en cuanto asoma, cosa que siempre es de agradecer.

En suma, una buena oportunidad para acercarse a otro perfil de la carrera de Roger Corman, así como para conocer de forma exhaustiva los detalles de uno de los episodios violentos más relevantes de la historia criminal del siglo XX, cuyo legado, en el cine y fuera de él, roza con el territorio del mito.

6 comentarios sobre “Amor se escribe con plomo: La matanza del día de San Valentín (1967)

  1. Siempre me pregunto por qué a Corman, viendo que sus pelis gustaban al gran público (bueno, esto lo deduzco porque a mí me molan) las productoras no le daban m´s pasta. Supongo que sería por su propia culpa, por ser poco cuidadoso en el acabado e impaciente.
    Jo! la Mafia… no me cabe en la cabeza que el Crimen actué de manera tan evidente y obstentosa en E.E.U.U Aquí en España, ´las relaciones del Poder con el Crimen siempre han sido más hipócritas, más veladas ¿no?
    Por cierto, hace poco pusieron en la 2 una serie de reportajes sobre los diferentes mafiosos que me pareció muy interesante.

    1. En realidad, sus películas no es que gustaran, exactamente, al público. Había algunas que compensaban la inversión, otras que generaban pérdidas y otras que iban un poquito mejor. Su reivindicación ha sido posterior, con el paso del tiempo. Además, salvo excepciones, sus películas no eran producidas por los grandes estudios, por lo que se desentendían de él.
      En cuanto a la Mafia, a mí me cabe en la cabeza demasiado bien. Piensa en Italia, no ya desde los Borgia hasta aquí, sino en los Césares y el Papado, y verás que su forma de comportamiento histórica se asemeja bastante. Y, a través de ellos, esa forma de actuar se ha introducido hasta los tuétanos de nuestra vida política y económica colectiva. La cuestión es que a veces se da cobertura legal, pero los hechos son los mismos. Es como la piratería y el filibusterismo: si lo acomete el Estado, es legítimo; a título particular, o sin patente de corso del propio Estado, hay que perseguirlo.
      En fin, que ejemplos hay millones, pero no vamos a extendernos aquí sobre eso. Los Estados aprenden y toman aquello que les sirve sin mirar el pedigrí de aquel al que copian: lo mismo emulan a la Mafia cuando les interesa que toman prestados postulados y formas de proceder de los mismísimos nazis. Digo, ejemplos sobran.

  2. Probablemente la haya visto hace mucho, mucho tiempo como vi muchas de Corman pero ahora mismo no la recuerdo al 100 por cien. Como siempre disfrutando de tu texto y empapándome de información siempre valiosa. Y me traes a la cabeza a Bruce Dern. Un actor que me gusta mucho. Recuerdo que me quedé con su imagen porque sale en dos películas que me marcaron cuando las vi por primera vez (y además en parte me marcaron por el personaje que realizaban). Una de ellas es Danzad, danzad malditos de Pollack, donde él es el marido de la mujer embarazada y la otra es El Regreso de Hal Ashby donde era el marido de Jane Fonda que va a Vietnam. Y también está magnífico en El gran Gatsby, en la versión donde el protagonista era Robert Redford.

    Besos
    Hildy

  3. Es todo un género,amigo,pero no tan fecundo como el western,por suerte.Toda película de gangster,por muy mala que sea siempre tiene algún atractivo,pero no ocurre lo mismo con el western.Por ejemplo.Con faldas y a lo loco,las escenas con George Raft y sus botines son execelentes.Luego vino la decadencia.Fíjate en Camino a la perdición,allí nadie fuma,ni los malos. La matanza del día de SAn Valentín viene a ser lo de el O.K. Corral.Excelente texto.

    Abrazos mil

    1. El problema de «Camino a la perdición» es mayor incluso, creo. Porque ahí tenemos a James Bond queriendo cargarse al testigo de su crimen, esto es, al hijo mayor de Hanks. Entra en casa y se carga a la mujer y al hijo pequeño, pero no se le ocurre comprobar esto, es decir, que sabiendo que Hanks tiene dos hijos no se preocupa de averiguar a cuál ha matado. Manda narices.
      Pero sí, hay muchas conexiones entre el western y Chicago. Fíjate: temporalmente, entre Ok Corral y los locos años 20, sólo habían transcurrido cuarenta años. Eso en términos sociológicos puede ser a la vez mucho y nada.
      Abrazos

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