Temprana radiografía de América: Winchester 73 (Anthony Mann, 1950)

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Este extraordinario western es el primero de la serie de cinco que, además de otros títulos, Anthony Mann y James Stewart rodaron juntos entre 1950 y 1955. Marcando distancias respecto a la línea seguida por John Ford pero sin desviarse de su tema fundamental, la formación de una comunidad, los westerns de Mann abundan en el retrato psicológico del protagonista, víctima de traumas del pasado y de cuentas pendientes que debe resolver a lo largo de retorcidas tramas de violencia y venganza. Para Stewart estos westerns significaron el abandono de su tradicional papel de héroe ordinario, de ciudadano americano común a la manera de Frank Capra, y su asunción de un perfil más oscuro y ambiguo explotado después en los thrillers de Alfred Hitchcock; para Mann, que estrenó nada menos que otras tres películas el mismo año, implicó su consolidación en el género después de haberse iniciado en la serie B y en pequeñas producciones de cine negro y criminal que con el tiempo se han convertido en pequeños clásicos. Winchester 73 abre una tercera vertiente en el western que sumar a las obras de Ford y Hawks y, como ellas, supone una crónica de la construcción de América, en este caso a través de la violencia.

La película constituye, de entrada, un prodigio de concisión narrativa: su larga y compleja historia se narra en 89 minutos. A pesar de su duración, traza un brillante fresco de los territorios humanos y de los conflictos sociales y bélicos ligados al proceso de expansión hacia el Oeste, de la conformación de América, recurriendo a personajes arquetípicos y a convenciones del género, pero dotándolos de autonomía y vida propia al tiempo que son utilizados como espejo y mito fundacional. El hilo conductor no puede ser otro que la posesión del más cotizado rifle de repetición del mercado, el Winchester modelo 73, arma surgida tras la Guerra de Secesión y muy apreciada por todos los habitantes del Oeste, fueran cuatreros, forajidos, indios, aventureros o soldados. La narración se abre en 1876, poco después de la derrota y muerte de Custer y su Séptimo de Caballería en Little Big Horn (hecho aludido recurrentemente), en la ciudad de Dodge City, en un tiempo en que su sheriff era nada menos que Wyatt Earp (Will Geer) y se hacía acompañar por su hermano Virgil y el famoso pistolero Bat Masterson. Allí, bajo los auspicios del famoso sheriff y matón tiene lugar un concurso de tiro cuyo premio es nada menos que un flamante Winchester 73 recién salido de la fábrica. Desde ese momento, la rivalidad por la posesión de tan preciada máquina de muerte será el leitmotiv que guíe la historia hacia la eclosión violenta final, si bien con un secreto de índole familiar que nutre los deseos de venganza de Lin McAdam, el personaje de Stewart, y cuyo objeto es el arrogante y chulesco matahombres Dutch Henry Brown (Stephen McNally). Lin llega a Dodge City junto a su amigo Spade (Millard Mitchell) y tiene su primer encuentro con Lola (Shelley Winters), cabaretera que busca sentar la cabeza, y a la que conoce en una breve secuencia memorable, con Wyatt Earp de por medio, dentro del pequeño milagro narrativo que supone la dosificada presentación de los distintos personajes principales (el primer choque de Lin y Dutch, por ejemplo, es grandioso).

La película sigue dos líneas narrativas paralelas: primero, más diluida en el centro y presente en primer término tanto al principio como al final de la película, es la historia de venganza que mueve a Lin respecto a Dutch; la segunda, engranaje argumental básico que conecta los distintos escenarios de esta persecución, es la posesión del rifle en cuestión. De las manos de Wyatt Earp pasa a las de Lin, de estas a las de Dutch, que lo pierde apostando a las cartas con un jugador y tratante de armas (John McIntire) que vende material obsoleto a una partida de indios encabezados por Toro Joven (Rock Hudson), deseosos de emular a los sioux y cheyennes en su victoria contra Custer. En una refriega en la que Lin, Spade y Lola se ven envueltos junto a un destacamento de la caballería conducido por un sargento (Jay C. Flippen) y en el que despunta la presencia del soldado Doan (un joven Tony Curtis, acreditado como Anthony Curtis), el arma termina en las manos del pusilánime prometido de Lola, que lo pierde ante el forajido Waco Johnny Dean (Dan Duryea), antes de retornar a manos de Dutch para su enfrentamiento final con Lin. Toda la secuencia de este duelo, desarrollado en un promontorio rocoso por el que se mueven los personajes (con Dutch arriba, controlando desde lo alto cualquier movimiento de Lin, y las maniobras de este para evitar resultar herido hasta colocarse al mismo nivel), supone la brillante ejecución de una secuencia de acción dotada por añadidura de un elocuente valor simbólico ligado a la posición de cada uno, al duro ascenso y al esperado desenlace.

Dotado de una milimétrica estructura narrativa, el guion de Borden Chase y Robert L. Richards destaca asimismo por unos diálogos tan secos y duros, a menudo no desprovistos de humor y sarcasmo (las divertidas réplicas de Lolas a Dutch y Dean, por ejemplo), como ágil, directa y contundente es la acción, al tiempo que dibuja a través de ellos el ecosistema social sobre cuya base iba a levantarse la realidad norteamericana. El personaje de Stewart, en particular, dota al héroe del Oeste de una nueva dimensión, más poliédrica, adulta e inteligente, casi depresiva y atormentada, que abre la puerta a un lado oscuro que tendrá mayor presencia en pantalla con la llegada del Nuevo Hollywood, a finales de los sesenta y principios de los setenta. Una mirada más crítica y escéptica a las presuntas glorias de la epopeya conquistadora de las praderas, y más próxima a la aventura real de unos individuos desesperados que, pretendiendo procurarse una vida mejor estaban construyendo, sin saberlo, el país que en 1950 se había erigido en la mayor potencia mundial por la fuerza de las armas.

8 comentarios sobre “Temprana radiografía de América: Winchester 73 (Anthony Mann, 1950)

  1. Es de esos western que no importa volver a ver una y otra vez. Y que presentan al género rico en matices, miradas y puntos de vista. Un género que evoluciona, que se transforma. Me gusta esa reflexión final que aportas de su diálogo con los héroes posteriores que podrían verse en el Nuevo Hollywood.

    Beso
    Hildy

    1. Mi querida Hildy, aunque solo sea por ver a Rock Hudson haciendo el indio… 😀

      Este western demuestra que se trata de un género que, cuando está bien tratado, es atemporal, y que puede hablarnos de todo, lo que se llama un género contenedor.

      Personalmente, estoy convencido de que los westerns revisionistas de los setenta no hubieran sido posibles sin la psicología de Anthony Mann y sin la epopeya trágica de los últimos westerns de John Ford.

      Besos

  2. Que tal Alfredo!
    Luego de leer tu magnifica reseña no hay duda, esta noche volvere a disfrutar con ella. Comparto lo que comenta Hildy, es de las que ves una y otra vez.
    No hay duda de que si hablamos del western se debe citar al maestro del genero como es John Ford, realizador prolifico y de la vieja escuela (sobre todo teniendo en cuenta sus inicios en la epoca del cine mudo), ¿no crees que su figura ha eclipsado a otros grandes como Anthony Mann?
    A modo de anecdota sin importancia, cuando me deshice de mi colección de cintas VHS solo me quede con una que guardo en una vitrina a modo de recuerdo, se trata de The Naked Spur (Colorado Jim 1953).
    Un saludo y feliz semana!

    1. Nunca hay que deshacerse de las cintas VHS… :O

      Ford, en efecto, ha sentado las bases de lo mejor del género al tiempo que ha eclipsado (aunque no mucho, su estilo es inimitable y abundan los directores con toque propio en el género: Hawks, Peckinpah, Boetticher, Wellman, Sturges, el propio Mann…) gran parte de su obra, sobre todo anterior a los años 40, que no pertenece al western.

      En cualquier caso, es un género tan rico y diverso, tan actual y tan inagotable, tan encadenado a la tradición clásica, a la tragedia y a la épica, que es un puro gozo.

      De Colorado Jim creo que hablamos también por aquí en su día, hace mil años…

      Saludos

  3. ¡Vade retro! Leo tu reseña y veo el dvd en la estantería que parece dar saltitos: tengo una cajita que contiene todas esas películas de Mann y Stewart, pero no puedo acercarme porque me entran ganas de ver cualquiera de ellas y entonces, cuando voy al cine, siempre salgo dando pestes, porque no comprendo cómo en dos horas y pico son incapaces de contar lo que Mann en menos de hora y media.
    Muy cierto que algunos cineastas engrandecen con su acerada visión los interminables horizontes del oeste americano y convierten el género del western en algo que trasciende su propia tipología.
    Un abrazo.

    1. Pues no sé qué vas a hacer mejor que vértelas todas de tirón, otra vez… Ay, eso de la economía narrativa, de la concisión, el contar más con menos… Qué poco se practica ahora. Todo ese cine tan consciente de sí mismo, tan pretenciosamente rimbombante… Hay sitios a los que siempre hay que volver.

      Abrazos

  4. Gran reseña para un tipo irrepetible. Me interesa, personalmente, el año 50, donde marca la transición de Anthony Mann desde el cine negro al western. Con Las furias (1950) y La puerta del diablo, a la que siguió Winchester 73, el primer título del ciclo con James Stewart, formado por Horizontes lejanos (1952), Colorado Jim (1953), Tierras lejanas (1954) y El hombre de Laramie. Todas ellas, junto con El hombre del Oeste, interpretada por Gary Cooper, son obras maestras del género. Tras un prolongado periodo de atonía durante la década de los 40, el western estaba volviendo a recuperar su anterior categoría y los primeros westerns de Mann, con sus conflictos internos y violentos, su vigoroso sentido del Oeste, resultan plenamente representativas de esa nueva oleada de westerns producida en los años 50. En Border Incident (1949), Mann había demostrado ya que era capaz de manejar tan dramáticamente el paisaje como los escenarios urbanos, habilidad que trasladó a sus películas del Oeste, en las que ofreció un retrato de los aspectos más trágicos y sombríos, precisamente los que esquivaba John Ford. ¡Qué gran tipo este Mann! ¡El rey de los horizontes lejanos en Cinemascope!
    También, como ocurre con todas las leyendas, los westerns de Mann giran en torno a la familia; en Winchester 73, Lin McAdam persigue implacablemente a su hermano, que ha asesinado a su padre. En El hombre de Laramie, el drama edípico se desarrolla en el seno de la familia Waggoman, mientras que en El hombre del Oeste un forajido reformado mata a su padre adoptivo y a su grotesca familia con el fin de poder iniciar una nueva vida. En todas estas obras aparece el tema de la suplantación, de la muerte del padre. Bajo esos conflictos dinásticos, con sus implicaciones de tragedia clásica, bajo los ciclos de muerte y resurrección del héroe, se encuentran las fuerzas del subconsciente sobre las que trata la obra de Sigmund Freud. Las películas de Anthony Mann son un verdadero placer para la vista, espectaculares. Tuve la suerte de verlas todas ellas en el cine y en cinemascope. Mann fue uno de los directores que mejor supo abordar este difícil formato. Es una lástima que las nuevas generaciones ya no tengan la posibilidad de ver estas películas en su estado original. Jean-Luc Godard dijo una vez de Anthony Mann: «una admirable lección de cine, de cine moderno». Y no esa mierda de Spielberg titulada «Ready Player One».

    Bueno, me voy ya que tengo hora con el dentista.

    Abrazos mil.

    1. Jajajaja… Caramba, suerte con el matasanos…

      No se puede entender esa relación entre el paisaje monumental y los interiores personales convulsos y atormentados que, por ejemplo, luego desarrollará magníficamente David Lean, sin el cine de Anthony Mann. Sin estos westerns en los que durante mucho rato parece que no pasa nada y en realidad están pasando montones de cosas. Dos películas, la visible y la invisible que, como el famoso fotograma de Bergman en Persona que fusiona las dos caras, termina por hacerse una sola, un poliedro con múltiples aristas pero, al mismo tiempo, extrañamente redondo. Pero, además, con una sencillez desarmante. El cine es hacer fácil lo difícil, contar más con menos, exactamente lo contario que esas borracheras visuales que le dan a Spielberg de vez en cuando, o a esta nueva hornada de muchachos sobrevalorados que gustan tanto de los giros sorpresa, las alharacas visuales y los circos de efectos.

      Más abrazos

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