Diálogos de celuloide: El prestamista (The Pawnbroker, Sidney Lumet, 1964)

 

-Usted estuvo en un campo de concentración, ¿no es cierto?

-Eso no es asunto suyo.

-¿Le gustaría saber algo de mí?

-Realmente no me importa.

-No, no le creo cuando dice eso. Cuando yo era una niña, era gordita y cariñosa, y todo el mundo me quería. Los chicos me veían como una buena amiga. Recuerdo que algunos de ellos incluso me decían solemnemente que les recordaba a sus hermanas. Bien, en aquella rara categoría iba a muchas fiestas y tenía montones de amigos y no había ningún problema. Hasta que un día descubrí que había cogido la peor de las enfermedades: la soledad. Un día conocí a un joven. Nos enamoramos. Nos casamos. Él se murió. Así. Su corazón se paró. Y descubrí que la soledad es el estado normal para la mayoría de la gente.

-Mi querida señorita Birchfield, qué conmovedoramente ingenua es usted. ¡Ha descubierto usted la soledad! Ha descubierto que el mundo es injusto y cruel. Déjeme decirle algo, mi querida socióloga. Hay un mundo diferente del suyo, muy diferente, y con gente de otra especie. Ahora, le voy a hacer una pregunta. ¿Usted qué sabe?

-Supongo que no sé mucho al respecto.

-Oh, yo diría que no.

-Pero lo que me pasó a mi.

-No es nada.

-¡No! Eso no es así. ¿Qué le hace estar tan amargado?

-¿Amargado? Oh, no, señorita Birchfield, yo no estoy amargado. No, eso me pasó hace un millón de años. Soy un hombre sin ira. No tengo ningún deseo de venganza por lo que me hicieron. He escapado de las emociones. Estoy a salvo dentro de mí mismo. Lo único que pido y quiero es paz y tranquilidad.

-¿Y por qué no las ha encontrado?

-¡Porque la gente como usted no me deja! Señorita Birchfield, ha hecho usted que la tarde sea muy aburrida con su constante búsqueda de una respuesta. Y una cosa más, por favor, no se meta en mi vida.

(guion de David Friedkin y Morton Fine a partir de la novela Edward Lewis Wallant)

Mis escenas favoritas – Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, Richard Fleischer, 1973)

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Charlton Heston (de nombre real Charles Carter; su nombre artístico proviene del segundo nombre de un bisabuelo y del apellido de su padrastro) lo flipa cuando ve la secuencia de eutanasia de esta magnífica película. Secuencia, además, casualmente, que fue la última que rodó en su vida el gran actor Edward G. Robinson. No todo el mundo puede decir adiós al cine con una escena tan magnífica, acompañado, por ejemplo, por Beethoven, Grieg y Smetana.