Mis escenas favoritas – El baile de los vampiros

El baile de los vampiros (The fearless vampire killers or Pardon me, but your teeth are in my neck, Roman Polanski, 1967) es una parodia de los productos que, desde la irrupción del exitoso Drácula de Terence Fisher de 1958 y sus cinco secuelas, todas protagonizadas por Christopher Lee, eran junto a la serie de Frankenstein y Peter Cushing la respuesta de bajo presupuesto con que la célebre productora británica Hammer intentaba competir con las películas y comedias de terror marca Roger Corman que llegaban desde América con Boris Karloff, Vincent Price, Peter Lorre, Lon Chaney Jr. o un jovencísimo Jack Nicholson, muchas de ellas basadas en historias de H.P. Lovecraft y Edgar Allan Poe.

La película de Polanski, de magistrales banda sonora, atmósfera y ambientación, es al mismo tiempo una ácida comedia con personajes y situaciones plenamente irreverentes con la herencia del mito del vampiro, y un genuino y muy conseguido producto del mismo cine de terror que pretende parodiar, incluidos sus coloristas aires pop. La escena del baile mismo, el famoso minueto, ofrece muestras de ambas tendencias presentes y entrelazadas en prácticamente todos los minutos del metraje.

Con recuerdo especial para la malograda Sharon Tate.

Scorsese se hace mayor: Boxcar Bertha

Los años sesenta son, para el cine americano, un híbrido. Por un lado, son los estertores del antiguo sistema de estudios, con un cine estancado en unos modos y maneras clásicos que ya no responden a la realidad y a las ambiciones de su público. Por otro lado, es un permanente laboratorio de experimentación, transformación y cambio muy influenciado por las corrientes foráneas, preferentemente europeas. Los primeros pasos de John Cassavetes y el resto del New American Cinema eclosionan con el éxito popular de películas que como Bonnie & Clyde o Easy rider, nacidas de la oportunidad que nuevos productores dan a los talentos emergentes surgidos de los suburbios de Hollywood y de las televisiones y teatros de Nueva York, inician una senda en el cine norteamericano que, de manera intermitente, se mantendrá como hegemónica durante unos diez años, hasta que los nuevos sistemas de producción, distribución y publicidad implantados como resultado de los multimillonarios éxitos de El Padrino, El exorcista, Tiburón y La guerra de las galaxias transformen para siempre el cine estadounidense hasta convertirlo en su mayor parte en el catálogo de vaciedades que se exhibe impúdicamente en las carteleras de todo el mundo para su vergüenza y nuestra consternación. Uno de los supervivientes de aquella generación que intentó cambiar el cine de Hollywood para bien de entre los que mejor se adaptaron a los nuevos tiempos (no hay más que ver cómo ha disminuido exponencialmente la calidad de sus trabajos a medida que se han ido volviendo más acomodaticios y complacientes) es Martin Scorsese, que tuvo algo más de cuerda que el resto. Su película de 1972, Boxcar Bertha, la segunda de su filmografía, no sólo es ejemplar en cuanto a la presencia de ese nuevo aire fresco del cine americano de los sesenta y setenta, sino que permite comprobar cómo ha evolucionado la carrera de Scorsese, sus temas y sus ambiciones, en cuarenta años de trayectoria.

La película no podría entenderse sin dos influencias notables: la primera, la de la película de Arthur Penn, de la que Boxcar Bertha parece una versión empequeñecida en lo presupuestario, afeada en lo estético y aligerada en cuanto a estrellas en su reparto, por más que temáticamente contenga un buen puñado de puntos de conexión; la segunda, la de su productor, Roger Corman, alejado durante estos años de su prolongada querencia a las películas de terror de serie B, a las adaptaciones de relatos de Lovecraft o Edgar Allan Poe y a la presencia de Vincent Price, y atraído enormemente por las películas situadas en las décadas veinte y treinta del siglo XX (como sus propios filmes La matanza del día de San Valentín, de 1967, o Mamá sangrienta, de 1970, en la que un jovencísimo Robert De Niro y un desgarbado Bruce Dern, entre otros, forman un grupo de hijos devotos de su madre, Shelley Winters, además de una banda de violentos y crueles atracadores). A esta doble influencia hay que sumar la subrepticia presencia de la estructura del western, el enfrentamiento entre la ley y los bandidos, los episodios de violencia a él asociados y el entorno rural y de campo abierto donde tiene lugar buena parte de la historia, en localizaciones del viejo sur de Estados Unidos.

Así, Scorsese construye, con guión de Joyce y J. William Corrington inspirado en hechos reales, la historia de Bertha (una jovencísima Barbara Hershey), una Continuar leyendo «Scorsese se hace mayor: Boxcar Bertha»