Cine de verano: La millonaria (The Millionairess, Anthony Asquith, 1960)

Muy irregular comedia, escrita por Wolf Mankowitz y Riccardo Aragno a partir de la obra teatral de George Bernard Shaw, en la que una joven italiana, rica y de buena posición (Sophia Loren), derrocha maridos y dinero en toda clase de lujos. Su materialista visión del mundo y del amor cambia radicalmente cuando conozca al doctor indio Ahmed el Kabir (Peter Sellers), que atiende a las clases más desfavorecidas de Londres en una clínica de los barrios bajos. Algunos momentos inspirados de comedia se combinan con no poca cursilería romántica y varios gags que ya no funcionaban cuando fueron concebidos y ejecutados, pero que el paso del tiempo ha vuelto por completo obsoletos. Dos notas de interés predominante: el abogado que interpreta Alastair Sim, el mejor personaje de la película y el que más humor negro destila, y, en la versión doblada al castellano, el hallazgo de la voz de Alfredo Landa en boca de un personaje secundario.

Música para una banda sonora vital – El baile de los vampiros (The fearless vampire killers or: pardon me, but your teeth are in my neck, Roman Polanski, 1967)

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Magnífica partitura del compositor polaco Krzysztof Komeda para acompañar esta terrorífica comedia o cómica cinta de terror en que la ironía y el horror, los escalofríos y las risas, se suceden a lo largo del metraje. La música opta por el miedo, y hay que reconocer que en pocas películas clásicas del género se hace tan efectiva.

Música para una banda sonora vital – Golfus de Roma (A funny thing happened on the way to the Forum, Richard Lester, 1966)

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En cierto programa de humor de cierta cadena televisiva española que se emite los viernes por la noche, los cómicos (varios de ellos pseudocómicos, y algunos otros ni siquiera cómicos) anteriormente sometidos a toda clase de pruebas lesivas para su integridad física, se despiden del público canturreando y bailoteando una canción que proviene directamente de esta chispeante comedia musical dirigida por Richard Lester a partir de una obra de Burt Shevelove y Larry Gelbart, y que es interpretada en los créditos iniciales por Zero Mostel, actor en su día perseguido por el maccarthysmo.

Además de la presencia siempre entrañable de un crepuscular Buster Keaton, la película es recordada por varias de sus melodías, algunos gags excelentes, y la presencia en la dirección de fotografía del también director (aunque bastante más rarito) Nicolas Roeg.

Y de propina, la versión doblada al castellano, que carga de razones a los adversarios acérrimos del doblaje de películas…

Mis escenas favoritas – El baile de los vampiros

El baile de los vampiros (The fearless vampire killers or Pardon me, but your teeth are in my neck, Roman Polanski, 1967) es una parodia de los productos que, desde la irrupción del exitoso Drácula de Terence Fisher de 1958 y sus cinco secuelas, todas protagonizadas por Christopher Lee, eran junto a la serie de Frankenstein y Peter Cushing la respuesta de bajo presupuesto con que la célebre productora británica Hammer intentaba competir con las películas y comedias de terror marca Roger Corman que llegaban desde América con Boris Karloff, Vincent Price, Peter Lorre, Lon Chaney Jr. o un jovencísimo Jack Nicholson, muchas de ellas basadas en historias de H.P. Lovecraft y Edgar Allan Poe.

La película de Polanski, de magistrales banda sonora, atmósfera y ambientación, es al mismo tiempo una ácida comedia con personajes y situaciones plenamente irreverentes con la herencia del mito del vampiro, y un genuino y muy conseguido producto del mismo cine de terror que pretende parodiar, incluidos sus coloristas aires pop. La escena del baile mismo, el famoso minueto, ofrece muestras de ambas tendencias presentes y entrelazadas en prácticamente todos los minutos del metraje.

Con recuerdo especial para la malograda Sharon Tate.

Música para una banda sonora vital – The Beatles

A hard day’s night y Help! son, además de dos de las más célebres canciones del cuarteto de Liverpool, los títulos de las dos primeras incursiones de The Beatles en el cine, ambas a las órdenes de Richard Lester. A diferencia de otros productos cinematográficos concebidos en exclusiva para el lucimiento de los cantantes de turno con fines recaudatorios, las dos películas de Lester con The Beatles son más que estimables. A hard day’s night (1964) es un pseudo-documental en clave de humor en el que se nos cuenta una supuesta rebelión del grupo contra su fama (huyen de sus fans, de los periodistas, de los managers, hasta de la música) que proporciona algunas de las imágenes más recordadas de Paul, John, George y Ringo. Help! (1965) se nutre de la libertad que impregna el nacimiento del pop en los sesenta y, apostando ya decididamente por la ficción aunque el grupo se interpreta a sí mismo, cuenta la historia de una estrafalaria secta india que viaja a Inglaterra para robar a Ringo Starr el gordísimo rubí que luce en su anillo (nótese que el vídeo musical es en realidad la escena que abre la película, repárese en el anular de la mano derecha del batería), imprescindible para una ceremonia de sacrificio a su diosa Kaili, lo que da pie a una serie de aventuras a lo largo de todos los tópicos británicos hasta acabar en unas delirantes islas Bahamas. Ambas películas tienen su gracia, pero el leitmotiv sigue siendo la música de The Beatles, cuyos mayores éxitos de este periodo inicial de fama mundial tienen su hueco en cada uno de los films. Documentos importantísimos tanto para acercarse al grupo de Liverpool como para estudiar la génesis de ese otro hijo bastardo del cine que se llama videoclip.

Comedia terrorífica: El baile de los vampiros

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La cuarta película de Roman Polanski, primera con producción norteamericana tras su magnífico debut en Polonia (El cuchillo en el agua) y sus dos primeras cintas británicas (las míticas Repulsión y Cul de sac) es, por diversas razones, una de las películas favoritas de quien escribe. Su combinación de divertimento paródico y cine de género de terror resulta enormemente ligera y entretenida a la par que inquietante y absorbente. Esta comedia de terror bebe directamente de las fuentes de las clásicas narraciones de vampiros pero, en un momento en que las historias de Drácula ya habían evolucionado del romanticismo de su momento histórico hacia una devaluación tópica, repetitiva y un tanto cutre (aun a pesar de no estar desprovista totalmente de encantos) a medio camino entre lo terrorífico, lo erótico y lo freak, se presenta como un film que carga las tintas contra la nueva ola de cine de serie B terrorífica de los años sesenta (la película es de 1967), y lo hace mezclando el código de la comedia y unos gags delirantes contrarios a la utilización de elementos chabacanos y facilones con el estilo del cine de terror del momento y unas gotitas de intriga.

La película relata las peripecias de dos cazavampiros, el estrafalario profesor Abronsius (Jack McGowran, actor clásico ya visto en El hombre tranquilo, Lord Jim o, tiempo después, como damnificado de la presunta maldición de El exorcista, su último trabajo), un científico loco que tiempo atrás tuvo que abandonar su cátedra en Könisberg por la defensa a ultranza de sus estrambóticas teorías sobre el vampirismo, y su asistente, el joven, apocado y pusilánime Alfred (interpretado por el propio Polanski), un estudiante que parece no tener nada mejor que hacer en la vida que acompañar cual Sancho Panza a un Quijote estaca en mano y ristra de ajos al cuello por toda la Europa oriental. En su llegada a Transilvania en busca de un castillo que pueda servir de guarida al príncipe de las tinieblas, topan con una taberna decorada con ajos y crucifijos, e inmediatamente darán con varias pistas que les conduzcan a la guarida del conde Von Brolock (necesario trasunto del conde Drácula por cuestiones de derechos): un jorobado siniestro que vive en un castillo cercano, la muerte y posterior vuelta a la «vida» del juerguista del tabernero (ya en vida deseoso de disfrutar de los encantos de sus camareras, lo cual le ocasiona – pero no sólo a él – más de un salchichonazo en la cabeza a cargo de su oronda mujer) y, sobre todo, el rapto que Brolock hace de la joven y apetitosa hija de éste, Sarah (la malograda Sharon Tate, posteriormente esposa de Polanski asesinada brutalmente tiempo después en Hollywood por la «familia» de Charles Manson; sobrecoge verla aquí en todo el esplendor de su belleza y también pensar en su final una vez vista la película).
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