Mis escenas favoritas: Los viajes de Sullivan (Sullivan’s Travels, Preston Sturges, 1941)

El gran Preston Sturges, uno de los grandes genios de la comedia americana de los treinta y los cuarenta, escribe y dirige esta gloriosa screwball con trasfondo social y cinematográfico. Obsesionado con la idea de filmar una película sobre la pobreza y el sufrimiento, el director de intrascendentes comedias John L. Sullivan (Joel McCrea) convence a los ejecutivos del estudio para que le permitan recorrer el país disfrazado de vagabundo antes de empezar a rodar, de manera que pueda acumular experiencias realistas con las que alimentar una narrativa veraz sobre los auténticos problemas de la gente damnificada por las miserias de la Gran Depresión. Después de trabajar como peón para una viuda que parece querer de él algo más que cortar leña, huye de su casa, pero el camión que lo recoge lo lleva de vuelta a Hollywood. Sintiéndose frustrado, entra en una cafetería, donde conoce a una rubia aspirante a actriz (Veronica Lake), que, desencantada por su fracaso pero entusiasmada con el proyecto de viajar libre de punta a punta del país, decide acompañarlo en su aventura. Los reiterados intentos de vagabundear a sus anchas se ven continuamente impedidos por la casualidad o las circunstancias, hasta que, por fin, Sullivan se ve inmerso en la última peripecia que hubiera deseado protagonizar. La primera secuencia de la cinta define perfectamente el tono atropellado e hilarante que marca toda la primera mitad de la película.

De llaves y matariles: La llave de cristal (The glass key, Stuart Heisler, 1942)

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Alan Ladd y Veronica Lake son algo así como la marca blanca de Bogart y Bacall. O de Bogart y Mary Astor. O de Bogart y cualquier otra. Pero en las cuatro películas que hicieron juntos construyeron una química de lo más eficaz que se desarrolló ampliamente en los títulos negros que compartieron, entre los que destaca esta La llave de cristal (The glass key, 1942). Su director, Stuart Heisler, consigue aunar dinamismo, intensidad y la chispeante relación de sus protagonistas para elaborar una enrevesada intriga que tiene de todo en sus 85 minutos: asesinatos, corrupción política, matones, mafiosos, periodistas de dudosa ética profesional, chicas indefensas, refinadas mentes criminales y una rubia aparentemente delicada pero profundamente volcánica.

Basada en una obra del gran Dashiell Hammett, se trata en realidad de la segunda versión de esta historia tras la dirigida en 1935 por Frank Tuttle y protagonizada por George Raft. A pesar de que su pareja protagonista ha recibido las bendiciones de la posteridad, quien se lleva de calle todas las secuencias en las que aparece es Brian Donlevy como Paul Madvig, un político que, en un clima de corrupción y extorsiones, apuesta por apoyar al nuevo partido reformista de Ralph Henry (Moroni Olsen) en contra de los deseos de algunos de sus colaboradores, mafiosos que han pagado sus cuotas de protección para no verse perturbados en sus ilícitas actividades y que ahora se ven amenazados por las promesas de regeneración del nuevo partido. Ed Beaumont (Alan Ladd), su secretario y asistente para todo, no tiene muy claro si el ataque de integridad de Paul se debe al cálculo político y electoral o más bien al hecho de que se siente muy atraído por la hija de Henry, Janet (Veronica Lake), a la que pretende seducir acercándose a su padre. Pero la funesta casualidad quiere que, mientras Paul y Janet se prometen en matrimonio, la hermana de Paul (Bonita Granville) y el hermano de Janet, Taylor (Richard Denning), mantengan una relación constantemente sometida a presiones por la afición de este al juego. Una noche, el cadáver de Taylor aparece en los alrededores de la casa de Paul, y sus enemigos, en especial el vengativo Nick Varna (Joseph Calleia), ven la oportunidad de que cargue con las culpas y eliminar así de un plumazo a un peligroso adversario político que puede obstaculizar sus negocios. Janet pretende que Ed investigue el caso, pero este no está seguro de que Paul sea ajeno a lo ocurrido y renuncia a comprometerse para protegerle. Sin embargo, cuando el cerco se estrecha sobre su amigo, las complicaciones le obligarán a tomar partido y esclarecer la verdad.

Los ingredientes habituales, los personajes cínicos, los tipos duros de mirada torva, los diálogos afilados, los asesinatos, las persecuciones, los puñetazos, los disparos y las implicaciones sentimentales entre personajes (triángulo amoroso incluido), son acertadamente combinados en una narración compensada, de ritmo endiablado y enormemente entretenida, que se recrea a fondo además en el empleo de la violencia: Continuar leyendo «De llaves y matariles: La llave de cristal (The glass key, Stuart Heisler, 1942)»

Diálogos de celuloide – Los viajes de Sullivan

¿Cómo puedes hablar así, en un momento como este, cuando el mundo se está suicidando, cuando en las calles se amontonan los cadáveres, cuando la muerte te acecha en todos los rincones y la gente es sacrificada como un rebaño de ovejas?

A lo mejor quieren olvidar todo eso.

¿Entonces por qué esta [obra] estuvo cinco semanas en el music-hall? ¿Para los acomodadores?

En Pittsburg fue un fracaso.

Un fracaso total.

¿Y qué entienden en Pittsburg?

Saben lo que les gusta.

Si supieran lo que quieren nadie viviría en Pittsburg.

Sullivan’s travels. Preston Sturges (1941).