Mis escenas favoritas: El gran dictador (The Great Dictator, Charles Chaplin, 1940)

A veces, un dulce sí puede amargar… Magistral momento de esta inmortal cinta de Charles Chaplin, perpetuo aviso a navegantes de lo que siempre está en riesgo de volver.

El hombre que vino a cenar: hay visitas que matan

Abrimos temporada y lo hacemos por todo lo alto, con esta excelente comedia filmada por William Keighley en 1942. Keighley es hoy un director prácticamente olvidado, pero en su día, y a pesar de una corta filmografía de apenas una docena de títulos, llegó a ser un importante cineasta dentro de Hollywood, especialmente en lo tocante al cine negro, con títulos como Contra el imperio del crimen (1935), Muero cada amanecer (1939), ambas con James Cagney, o La calle sin nombre (1948), con Richard Widmark, pero también en relación con el cine de aventuras: suyas son películas como El príncipe y el mendigo (1937), El señor de Ballantrae (1953) y el trabajo por el que, a la vez, más se le recuerda y más se le olvida, la codirección de Robin de los bosques (1938) junto a Michael Curtiz, todas ellas con Errol Flynn como protagonista.

El hombre que vino a cenar está basada en una exitosa obra de teatro de George S. Kaufman y cuenta la loca historia protagonizada por Sheridan Whiteside (Monty Woolley), célebre escritor, dramaturgo y crítico teatral y literario neoyorquino, que viaja junto a su secretaria, Maggie (Bette Davis) hasta Ohio para pronunciar una conferencia para una asociación cultural local promovida por algunas damas y caballeros de la alta burguesía y la buena sociedad. Whiteside es un tipo hosco, huraño y un puntito soberbio, preocupado únicamente por leer su texto, cobrar y largarse de allí lo antes posible, sobre todo, tan cerca de la Navidad y con el frío que sacude el medio-oeste. Considera que su genio está muy por encima de la necesidad de hacer «bolos» por provincias, y desde luego no tiene en mucha estima al auditorio que va a encontrarse. Sus predicciones parecen confirmarse cuando es recibido en la estación por los Stanley, la pareja patrocinadora del evento. Sin embargo, todo cambia cuando, al llegar a casa de los Stanley para la cena, Whiteside resbala en el hielo de las escaleras del portal y se rompe la pierna (en una caída quizá más apta para que se rompiera otra cosa).

Obviamente, la conferencia se suspende, pero además Whiteside queda confinado en casa de los Stanley durante el tiempo que dura su recuperación y rehabilitación. Lejos de tratarse de un invitado tranquilo y agradecido, y más lejos todavía del obligado reposo que debe guardar para su dolencia, Whiteside se convierte en un tirano que desde el primer momento mediatiza, dirige y controla todo lo que ocurre dentro de la casa, incluso imponiéndose a sus propietarios ante los empleados del servicio. La vida de los Stanley da un giro, hasta el punto de sentirse extraños en su propia casa, cuando, bajo las directrices de Whiteside, que toma la casa como base de operaciones para el desempeño de sus abundantes tareas burocráticas y personales, todo va sumiéndose en el caos, crecen los malos ententidos y los equívocos, y ya nada parece ser lo que es. No faltan los personajes que, aprovechando la cercanía de una celebridad, insisten en que lea borradores de obras de teatro y novelas para intentar así ser «descubiertos» por el gran crítico, aunque él hace bien poco aprecio de ellas. Whiteside está más preocupado por conseguir que la vida a su alrededor se concentre únicamente en lo que a él le interesa: él mismo y su trabajo. Continuar leyendo «El hombre que vino a cenar: hay visitas que matan»