Risas, lágrimas y buen provecho: Un toque de canela

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Cuando en la categoría Cine en serie abordamos un listado de películas que tenían que ver en buena parte con la manduca, todavía no le habíamos echado el ojo a esta hermosísima cinta dirigida en 2003 por el griego Tassos Boulmetis, una de esas pequeñas joyas que resultan damnificadas de la americanitis de las carteleras y cuyo destino son los pases televisivos a horas intempestivas en los que espectadores desocupados se llevan de repente un verdadero sorpresón al caer por casualidad ante una pequeña maravilla. Con un buen surtido de lo mejor de la escena griega, actores prácticamente desconocidos para nosotros exceptuando al protagonista George Corraface, la película es una apreciable conjunción entre comedia costumbrista, drama sentimental y mosaico histórico y emotivo de las relaciones greco-turcas durante el siglo XX.

La película se abre con una serie de sugerentes, confusas e hipnóticas imágenes (ay, esos efectos digitales metidos con calzador sin que hagan falta para nada y que le dan un horroroso aspecto de videojuego a una película que por su temática es lo más diametralmente opuesto; especialmente las «tomas aéreas» de las ciudades resultan realmente vomitivas) que inmediatamente nos llevan al interior de un observatorio en Grecia, donde Fanis (Corraface), un célebre profesor de astrofísica, está impartiendo una clase. Fanis se halla en un punto de inflexión vital: cuarenta años, una exitosa vida profesional y una embrionaria vida personal. Su mentor en la distancia, su abuelo Vassilis, propietario de una tienda de ultramarinos en el barrio griego de Estambul y un auténtico pensador forjado a sí mismo que utiliza la comida y las especias como verdaderos axiomas, proposiciones y construcciones filosóficas, vive solo en Turquía desde que se opuso a marcharse con el resto de la familia, reacio a abandonar su ciudad a pesar de la sistemática opresión de la que los ciudadanos griegos eran objeto cada día por las continuas tensiones entre los dos países. No se ven desde que Fanis tenía siete años, a pesar de las continuas promesas del anciano durante todo aquel tiempo de viajar a Grecia para reencontrarse. Por eso, la próxima llegada del anciano coincidiendo con su crisis personal, se convierte para Fanis en todo un acontecimiento vital que se ve, como siempre, truncado por una nueva cancelación del viaje, esta vez no por la anticipada nostalgia de Vassilis por la marcha temporal de un hogar al que cree que no volverá si se le ocurre abandonarlo durante unos días, sino por una repentina enfermedad. Sin embargo, Fanis volverá a Estambul después de más de treinta años para ocuparse de su abuelo, lo que le abrirá una puerta a sus recuerdos de familia, a la vida entre griegos en un Estambul cada vez más hostil y a su propio y vacilante interior, todo a través del recuerdo de las ricas salsas y condimentos que empleaba su abuelo y que le llevaron a aficionarse a la cocina desde niño, dejando a todos boquiabiertos con sus dotes culinarias. Continuar leyendo «Risas, lágrimas y buen provecho: Un toque de canela»

Cine en serie – Como agua para chocolate

CINE PARA CHUPARSE LOS DEDOS (VII)

Alfonso Arau, actor mexicano que fue uno de los más habituales rostros del tópico sobre los hispanos en el cine ‘gringo’ (véase, por ejemplo, en Grupo Salvaje de Sam Peckinpah, Los tres amigos, de John Landis, o Tras el corazón verde de Robert Zemeckis) revitalizó en 1992 el cine de aquel país gracias a su versión cinematográfica de la exitosa novela de su esposa por entonces, Laura Esquivel, que se hizo cargo además del guión de esta historia que oscila entre lo cómico, lo dramático y lo surrealista, que combina amor y gastronomía y que fue favorablemente acogida por festivales, crítica y público de todo el mundo.

La trama, centrada en una historia de amor improbable en la zona fronteriza entre México y Estados Unidos en pleno efluvio revolucionario de las primeras décadas de siglo XX, cuenta la historia de Tita (Lumi Cavazos), la joven hija de una viuda terrateniente de la zona, que según tradición familiar, se ve condenada a permanecer soltera para cuidar de su madre cuando ésta no pueda valerse por sí misma. Eso impide el amor de Tita con Pedro (Marco Leonardi, aquel adolescente amante del cine que retrató Giuseppe Tornatore en Cinema Paradiso), el cual, como única solución para estar cerca de su amada, no tiene mejor idea que casarse con su hermana mayor, un matrimonio desgraciado para ambos y que todos reconocen como artificioso.
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Mis escenas favoritas – Cinema paradiso

Por si alguien no ha visto la película de Giuseppe Tornatore (caso que tiene delito), Salvatore, el hombre maduro que se apresta a ver una película, es un director de cine cuya pasión por el séptimo arte nació en su pueblo de Sicilia gracias al proyeccionista (de nombre Alfredo) del Cinema Paradiso, la sala de cine del pueblo, el cual además era el encargado de eliminar bajo las instrucciones del párroco, censor oficioso de la localidad, los pasajes «pecaminosos» que los plácidos habitantes del pueblo no debían ver por su alto contenido licencioso, cortes que son la herencia que Alfredo deja a su añorado pupilo cuando deja esta vida para irse para siempre al Olimpo de celuloide. Un diez para la música del maestro Morricone.

Esta escena nos sirve también como forma de agradecimiento sincero a todos aquellos que han hecho superar a esta humilde escalera las 50.000 visitas, especialmente a quienes nos obsequian con sus comentarios, y a quienes, aunque no comentan, sabemos que diariamente, o casi, se dejan caer por aquí y comparten con nosotros este mundo de hermosas mentiras que es el cine. Millones de besos para todos.