Cine de verano – Antes que el diablo sepa que has muerto (2007)

Antes que el diablo sepa que has muerto (Before the Devil knows you’re dead, Sidney Lumet, 2007).

La tienda de los horrores – Juego asesino (The watcher)

Una de las cosas más horrendas que puede echarse uno a la cara en lo que a películas de psicópatas se refiere es The watcher (titulada en España Juego asesino, sin duda toda una declaración de intenciones respecto al efecto que la película pretende tener en el público…), dirigida en 2000 por un tal Joe Charbanic, cuyo nombre parece más propio de un técnico que revise calderas y calentadores que de un director de cine (hay que ver, el deterioro del cine se percibe incluso en el nombre de los directores: ¿qué clase de películas pueden dirigir tipos llamados Brett Ratner o Breck Eisner, que parecen nombres de modelos de monopatín?). Este bodrio, sin embargo, consigue ir más allá que el noventa y nueve por ciento del noventa por ciento del cine de psicópatas -el porcentaje malo-: el espectador, tras comprobar lo pésimo y patético que resultan el protagonista y los personajes, digamos, «positivos», ni siquiera puede consolarse deseando el triunfo del asesino en serie de turno, normalmente caracterizado con más gracia y encanto que sus oponentes. Y eso sucede porque si el bueno aquí es James Spader, que ha vivido mejores horas, y que aquí posa delante de cámara con una perpetua cara de alelado (vamos, como si para interpretar, es un decir, a este atormentado policía se hubiera inspirado en Nicolas Cage), el malo maloso es otro acartonado, el cagamandurrias de Keanu Reeves, que demuestra que todavía es peor eligiendo papeles que actuando. Completa el trío protagonista Marisa Tomei, que no se entiende qué puñetas hace aquí encarnando a un personaje que no se entiende qué puñetas hace aquí, excepto quizá salir de vez en cuando para que al final de la película el psicópata asesino tenga un rehén con que chantajear al poli bueno. Lo que se dice una birria.

El caso es que James Spader interpreta a Joel Campbell, un agente del FBI que sufre agotamiento físico y tormento mental tras años dedicado a la persecución de asesinos en serie (y suponemos, después de estar harto de latas de sopa de su mismo nombre) y que se refugia en Chicago para vivir en el anonimato (o, como dirían Gomaespuma, en el economato) de una vida corriente y moliente. El caso es que, después de un año viviendo con cara de panoli, yendo al psiquiatra (aquí entra Marisa Tomei), sentado en el suelo y con la casa hecha unos zorros para evidenciar en cámara su depresión (los depresivos puede que estén deprimidos, pero no son necesariamente unos guarros), como corresponde a un imitador barato de John McClane en La jungla de cristal, una noche se encuentra con su edificio acordonado por la policía y con la noticia de que una vecina suya ha sido cruelmente asesinada. Como Campbell estará deprimido y harto de sopa, pero no está tonto del todo, identifica en el crimen los modos y maneras de David Allen Griffin (Reeves), un asesino al que persiguió sin éxito durante cinco años y con el que llegó a una peligrosa relación de comunicación e intimidades. Campbell sale de su anonimato, se revela ante la policía y asume el caso en plan salvapatrias, en la habitual carrera por descubrir los acertijos que plantea el asesino sobre sus próximas víctimas a fin de ponerlas a salvo antes de que Allen les sacuda con la llave de su mismo nombre. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Juego asesino (The watcher)»

Diario Aragonés – Los Idus de Marzo

Título original: The Ides of March
Año: 2011
Nacionalidad: Estados Unidos
Dirección: George Clooney
Guión: Grant Heslov y George Clooney, sobre la obra teatral Farragut North, de Beau Willimon
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Phedon Papamichael
Reparto: Ryan Gosling, George Clooney, Paul Giamatti, Marisa Tomei, Philip Seymour Hoffman, Evan Rachel Wood, Jeffrey Wright, Max Minghella
Duración: 101 minutos

Sinopsis: El joven director de comunicación de campaña del principal candidato a las elecciones primarias del Partido Demócrata se enfrenta a una serie de acontecimientos que ponen en juego su idealismo y le revelan la naturaleza real de la política y de los hombres que intervienen en ella.

Comentario: Los productos que tienen a George Clooney tras la cámara son desde luego, con alguna excepción (llamada Ella es el partido, una abominación), muchísimo más interesantes que los que cuentan con él solamente delante de ella. En Los idus de marzo, título que directamente remite a la tragedia shakespeariana sobre Julio César (y su adaptación al cine por Joseph L. Mankiewicz en 1953), la traición, y la advertencia que un augur ciego lanza al dictador romano (“¡Guárdate de los Idus de Marzo!”), para acercarse desde una óptica demoledoramente crítica a la poco escrupulosa carrera de quienes viven de la política (los políticos profesionales pero también los asalariados de los partidos o los periodistas) a fin de conseguir el poder o beneficiarse de él.

La película cuenta pocas cosas que no se hayan visto ya antes. Un muchacho idealista, ocurrente, un hombre de recursos con inventiva, imaginación y espontaneidad suficientes como para manejar los distintos resortes de la mercadotecnia política y los bajos instintos, ambiciones y temores de quienes participan o asisten a la competición por la nominación presidencial (Ryan Gosling), se mueve fundamentalmente por la firme creencia en la personalidad, la capacidad y la competencia de su candidato, Mike Morris (George Clooney), sabedor de que, ante la incapacidad por parte del Partido Republicano para ofrecer a un oponente solvente que pueda enfrentarse a él, la victoria en las primarias demócratas equivale prácticamente a obtener el pasaporte a la Casa Blanca. La fe en su candidato corre paralela a su devota amistad por su mentor personal en el mundo de las campañas electorales, Paul (Philip Seymour Hoffman), un veterano de las convocatorias a comicios a lo largo y ancho del país. En su trabajo diario, en el que se apoya en un joven ayudante (Max Mighella), no falta el romance con una joven voluntaria en la campaña (Evan Rachel Wood) ni el juego del ratón y el gato con la prensa (encarnada por Marisa Tomei), utilizándola para sus fines, aliándose con ella cuando es conveniente y temiéndola, sintiendo su amenaza o prefiriendo ocultarle datos si la situación lo exige. Tampoco le es ajena la observación a distancia de las actividades del otro candidato y de su jefe de campaña (Paul Giamatti) en su común pretensión de hacerse con el apoyo de uno de los políticos clave del Partido Demócrata (Jeffrey Wright). En suma, contado así, nada que no aparezca lo suficiente en el cine político norteamericano como para resultar novedoso, revolucionario o distinto.

La virtud de Clooney reside en la más que correcta (técnica y narrativamente) traslación a imágenes de un guión que consigue [continuar leyendo]

Dos píldoras de Charles Bukowski: El borracho y Factótum

barfly

Si la expresión «escritor de culto» es aplicable a alguien es sin duda a Charles Bukowski, paradigma del llamado «realismo sucio» de la literatura norteamericana contemporánea. Autor de decenas de novelas (La máquina de follar, Factótum o Pulp, por citar tres), multitud de relatos cortos e incontables poemas, era cuestión de tiempo que sus libros o la atmósfera que retrata en los mismos fueran llevados al cine, directamente o por imitación. El no menos de culto cineasta francés nacido en Teherán Barbet Schroeder (convertido en cineasta en plena nouvelle vague junto a Jean-Luc Godard y Jacques Rivette, y autor de películas tan variopintas, tanto en Hollywood como fuera de él, como More, La Vallé, Mujer blanca soltera busca, El misterio Von Bülow, La virgen de los sicarios o la impresionante dupla de documentales General Idi Amin Dada, sobre el dictador ugandés, y El abogado del terror, sobre el abogado Jacques Verges) llevó a la pantalla El borracho (Barfly, 1987), con guión del propio Bukowski inspirado en su propia biografía.

Su trasunto, Henry Chinaski (interpretado por Mickey Rourke en lo que bien podría haber sido el mejor papel de toda su carrera hasta su reciente y magistral caracterización de la derrota en El luchador), es un joven escritor, genial y lúcido, cuyas virtudes son favorecidas por el ingente consumo de alcohol y la vida nocturna a borbotones. Su local favorito es El cuerno de oro, lugar frecuentado por un conjunto de múltiples territorios humanos de la noche de lo más exótico: vagabundos, putas, tipos solitarios, desechos sociales y demás individuos marginales (incluido el propio Bukowski sentado en un taburete ante la barra). El aliciente de la noche suelen protagonizarlo Henry y Eddie, el barman del turno de noche, cuyas peleas son objeto de apuesta por el resto de los clientes. Si Henry gana, se gasta los pavos ganados en copas o putas. Si pierde, Jim, el barman del turno de día, le cura las heridas y le da alguna que otra copa gratis. Y así es la vida de Henry hasta que una noche conoce a Wanda (Faye Dunaway), una mujer de de belleza residual que tiene tanta afición a la soledad y al alcohol como él mismo.

La película es un catálogo de excesos interpretativos y narrativos, aunque para apreciarlos en lo que valen y no llevarse la impresión de que asistimos a una pantomima artificiosa, a un desbocado tributo a una vida al límite de alcohol, drogas y agresividad social, es imprescindible verla en versión original (la diferencia es tal, que la gran interpretación de Rourke se convierte en una nulidad en la versión doblada). Por lo demás, la película es más bien un producto para lectores fieles de Bukowski (o de la música: la banda sonora contiene piezas de Mahler, Beethoven, Mozart o Händel, entre otros), acostumbrados a esos personajes derrotados, a la figura del perdedor en escenarios de tugurios nocturnos, moteles, habitaciones cochambrosas, cucarachas, suciedad y barrios marginales de naves vacías, bares poco frecuentados y calles semidesiertas, retratado como un hombre desaliñado, sin afeitar, de ropa arrugada y llena de lamparones, de talento e inteligencia innegables pero de vida anárquica, sostenida por el alcohol, una vida en la que la comida pinta poco y el agua todavía menos, ni para beber ni por higiene. Y desde esa perspectiva, pequeñas dosis de lucidez en forma de reflexiones interesantes, de píldoras de sabiduría concentrada en lo que es un análisis demoledor de la sociedad actual, críticas devastadoras a una hipocresía instalada como valor fundamental y único de un desierto intelectual en el que los individuos ya no saben vivir como tales, sino produciendo por objetivos, vitales o económicos, utilizando para ello ese ser acabado como metáfora del alma del hombre contemporáneo, consumido por enormes debilidades sin que lo sepa o bien acomodándose a ello, resignándose, entregándose, revolcándose en ellas, asumiendo el final pero disfrutando de todo lo que le dan hasta que ese inevitable momento llegue. Un personaje, un esperpento deliberado cuyo rechazo por parte de la «gente bien» es una inteligente forma de retratar el inconsciente autorrechazo por sí mismos. Continuar leyendo «Dos píldoras de Charles Bukowski: El borracho y Factótum»