Mis escenas favoritas: The Ladykillers (Joel y Ethan Coen, 2004)

El remake que de la gran comedia negra de Alexander MacKendrick El quinteto de la muerte (The Ladykillers, 1955) dirigieron los hermanos Coen en 2004 queda, como casi siempre, a años luz del original. No obstante, algún momento genuinamente gracioso logran en su traslación de esta historia del atraco a un banco en el Londres de los cincuenta al asalto a un casino flotante  en el Mississippi de comienzos del siglo XXI. Y es que, como dicen en América, «crime never pays».

Vuelve el ciclo Libros Filmados con No es país para viejos (No country for old men, Joel & Ethan Coen, 2007)

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Este es el careto que se le ha quedado a Javier Bardem cuando se ha enterado de que por fin vuelve el ciclo Libros Filmados, organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores con la colaboración de Fnac Zaragoza-Plaza de España. Como siempre, se os espera (o no).

IV CICLO LIBROS FILMADOS

Asociación Aragonesa de Escritores – Fnac Zaragoza

5ª sesión del año 2013: No es país para viejos (No country for old men, Joel & Ethan Coen, 2007)

Martes, 5 de noviembre:

18 horas: proyección

20 horas: coloquio

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Diario Aragonés – La conspiración

Título original: The conspirator
Año: 2011
Nacionalidad: Estados Unidos
Dirección: Robert Redford
Guión: Gregory Bernstein y James D. Solomon
Música: Mark Isham
Fotografía: Newton Thomas Sigel
Reparto: James McAvoy, Robin Wright, Kevin Kline, Evan Rachel Wood, Danny Huston, Justin Long, Tom Wilkinson, Alexis Bledel, Johnny Simmons, Norman Reedus, Jonathan Groff, James Badge Dale, Toby Kebbell, Stephen Root, Colm Meaney
Duración: 122 minutos

Sinopsis: Tras el atentado contra el presidente Abraham Lincoln, su asesino, John Wilkes Booth, muere en un intento de ser capturado. Otras ocho personas son detenidas y acusadas de conspirar para asesinar al presidente, al vicepresidente y al secretario de estado de la Unión. Una de ellas, Mary Surratt, es la madre del único sospechoso que no ha sido capturado, y dueña de la casa de huéspedes donde se urdieron los planes. Frederick Aiken es un capitán del ejército de la Unión, héroe de guerra, que debe asumir la defensa de la mujer ante un tribunal militar, una fiscalía, un entorno político y una opinión pública, hostiles a los acusados y a todo lo que representa el Sur.

Comentario: La mitificación y santificación de Abraham Lincoln es una de las maniobras histórico-político-ideológicas más presentes en el cine americano, siempre recurrente en épocas convulsas o de crisis, y siempre utilizada de manera superficial, propagandística, casi casi publicitaria. Así es desde que Walter Huston se pusiera en la piel de Lincoln a las órdenes de David W. Griffith o desde que Henry Fonda ayudara a John Ford a construir una elegía a medida del presidente asesinado, al estilo de las de su hermano Frank Ford, retratando sus años de juventud como idealista abogado en Illinois. Lincoln siempre es utilizado como sinónimo de estadista puro, de hombre juicioso, escrupuloso demócrata, sometido al imperio de la ley. El hecho de que la guerra de Secesión se haya reducido históricamente, y con los mismos fines publicitarios, a la cuestión de la esclavitud de los negros, hace que la estatura de Lincoln no se haya cuestionado en el siglo y medio que ha transcurrido desde su muerte. Sin embargo, un examen más realista en el plano histórico de los hechos y condicionantes de la guerra, más ligados a lo económico o al deseo de Washington de que algunos estados del país no pudieran ejercitar su derecho, contemplado en la Constitución, de separarse de la Unión, dan una imagen bien distinta, más contradictoria, repleta de claroscuros, de Lincoln y de los Estados Unidos, que el cine ha omitido por sistema. El discurso de presidente tolerante, de filósofo humanista, poco encaja con el sometimiento y la ocupación por las armas de unos estados que, aun siendo esclavistas y con todos sus demás defectos, se acogían a un derecho contemplado en la Constitución norteamericana, y menos aún con la doctrina del Destino Manifiesto, fundamento de la mentalidad colonialista estadounidense, de la que Lincoln fue uno de los principales exponentes y que dura hasta hoy. Robert Redford se zambulle de plano en esta visión complaciente e idealista del personaje y de toda la simbología impostada, propagandística y santurrona que se ha construido históricamente en torno a Lincoln a fin de caracterizar en torno a la evocación y el recuerdo de su figura, de manera un tanto hipócrita, la contradictoria raíz democrática, y su dudosa realidad en la práctica, de los Estados Unidos, de su sistema político y legal, económico y social. Esta vez, en cambio, este ingenuo tributo no se hace directamente sobre su biografía, sino sobre su asesinato y el juicio de los conspiradores que lo llevaron a cabo, utilizando para ello la figura del abogado defensor de una de las acusadas, Frederick Aiken (James McAvoy), y unos hechos utilizados en cada minuto del metraje de manera simbólica para referirse a la situación política norteamericana del momento de la concepción de la película, con el retroceso de derechos y libertades impulsado desde la Casa Blanca por la administración Bush Jr. y sus secuaces que elevaron la concepción de la política como negocio particular a las cotas más altas de todos los tiempos.

La película se inicia con la recreación del asesinato y transcurre por las demarcaciones de la detención, proceso y ejecución de los culpables. Construida con suficiente perfección técnica (excepto, quizá, la fotografía escogida, sombría, grisácea, tristona, demasiado mortecina, atenuada, oscura), el principal problema de la cinta se encuentra en el guión de Solomon y Bernstein [continuar leyendo]