Música para una banda sonora vital – Bailando con lobos (Dancing with wolves, Kevin Costner, 1990)

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Se cumplen veinticinco años del estreno de esta superproducción dirigida por el hasta entonces guaperas oficial Kevin Costner. Un proyecto, la pretensión de recuperar a lo grande el western clásico de temática india y con tintes reivindicativos, que chocó con el escepticismo o el abierto rechazo de los principales estudios, máxime cuando el propio actor, con poca o ninguna experiencia anterior en la producción, pretendía dirigirla, protagonizarla y adaptar el guión junto al autor de la novela en la que se inspira, Michael Blake.

Sufragada por la ya desaparecida Orion Pictures, los continuos conflictos en cuanto al plan de rodaje, el elevadísimo presupuesto final y el montaje definitivo, que terminó siendo de alrededor de tres horas con la oposición de Costner, que apostaba por el metraje de más de cuatro horas que algunos canales de televisión programan últimamente, se olvidaron cuando la cinta triunfó en los Óscar y comenzó una carrera comercial más que beneficiosa, aunque no lo suficiente para detener la caída en picado de su productora ni tampoco la de su director y protagonista, hoy prácticamente desaparecido del panorama, que vivió en ella el punto más álgido de una popularidad que a partir de entonces se vio perjudicada por el impulso a proyectos megalómanos y un tanto absurdos que terminaron condenando como cineasta a un Costner que nunca había sido un gran actor.

En el haber de la película, uno de los mejores motivos para su recordatorio, la partitura compuesta por el gran John Barry.

Cine negro de reivindicación racial: El demonio vestido de azul

Tradicionalmente, y a pesar de ser conocido como cine negro (valga el pésimo chiste), la raza negra no ha contado con excesivo protagonismo dentro del género. Sus personajes casi siempre, y más todavía en la época clásica, de aparecer, lo hacen en papeles subalternos, meros asistentes ocasionales de la trama principal y presencia lejana alrededor de los protagonistas. Esta chocante circunstancia (al menos para el volumen de población de una y otra raza tanto en el conjunto de los habitantes del país como respecto al relacionado con los bajos fondos) intentó ser paliado por Carl Franklin en 1995 con El demonio vestido de azul, una cinta en la que los personajes de raza negra soportan el peso de la película y cuya intriga de fondo se relaciona con las tensiones raciales siempre existentes en la sociedad americana.

Nos encontramos en Los Ángeles de 1948. Ezequiel Rawlins (Denzel Washington, casi siempre correcto) es despedido de su trabajo como mecánico, lo que pone en peligro el pago de su hipoteca. «Easy», que es como le llaman, es uno de los pocos obreros de su barrio que ha conseguido erigirse en propietario de una bonita casa con jardín en la que espera que su vida discurra plácida y sin sobresaltos, tomando café en el porche y saliendo con amigos a tomar unos tragos. Sus expectativas son tan tranquilas como oscuro es el pasado que le trajo a la ciudad, con algunas brumas alrededor de un asesinato que, o bien ayudó a cometer, o en el que estaba mezclado. Quizá alguna experiencia acumulada, además de la necesidad económica, le lleva a aceptar el encargo de un tipo de dudosa calaña (Tom Sizemore, histriónico como casi siempre), para que busque a una mujer blanca y muy hermosa que se ha esfumado unos días atrás y por cuya localización un hombre adinerado está dispuesto a soltar una buena suma. «Easy» sólo tiene una pista de la que partir: le gusta frecuentar clubes de jazz y, por tanto, alternar con la gente de raza negra. Él domina ese ambiente y cree que no le resultará difícil ganarse unos buenos dólares, pero, cómo no, de repente la cosa se complica y se ve envuelto en un par de asesinatos, uno de ellos de una persona muy cercana, y la autoría de ambos apunta a que esa mujer desaparecida oculta enormes secretos por los que algunos pagan y otros matan, mientras que él se antoja el hombre de paja que puede cargar con el mochuelo.

La película está impregnada del sabor clásico del cine negro de los cuarenta y cuenta con una puesta en escena sobresaliente que va acompañada de una magnífica banda sonora especialmente brillante en cuanto a aires jazzísticos. El continuo homenaje plano a plano a un cine ya desaparecido se complementa con una trama que cumple a pies juntillas los mandamientos del género: un hombre que narra como voz en off el asunto turbio en el que ha andado envuelto, una mujer fatal por la que los hombres enloquecen, tramas que acontecen en los bajos fondos, matones, esbirros y dobles juegos, ciertos toques de violencia, algunos de ellos incluso de cierta crudeza, y las inevitables conexiones políticas que se encuentran como un ovillo al final del hilo y que en esta ocasión tienen que ver con el amor, las reputaciones públicas y la carrera electoral por la alcaldía de la ciudad entre un adúltero y un pedófilo. Continuar leyendo «Cine negro de reivindicación racial: El demonio vestido de azul»

Música para una banda sonora vital – Bailando con lobos

Cuanto más arriba se llega más grande es el batacazo al caer. Esta verdad universal fue comprobada in situ por Kevin Costner en 1990, año en que tocó la cima del éxito arrasando en los premios de la Academia con esta controvertida película (no en general, sino para mí, ya que suele contar con entusiastas seguidores entre la crítica), a la vez que comenzaba su despeñamiento en la nada más absoluta, de la que tan solo le rescató Clint Eastwood para Un mundo perfecto y el propio Costner con el estupendo western Open Range. En fin, el caso es que para la música de la película, buscando quien pudiera acompañar con melodías monumentales la grandeza de las praderas del oeste de Norteamérica, Costner contrató al gran John Barry, célebre compositor de música de cine, autor de la música de las películas de James Bond hasta el final de los 80 y también de melodías para grandes clásicos (La jauría humana, El león en invierno, Cowboy de medianoche, El último valle, Walkabout, Robin y Marian, Fuego en el cuerpo, Cotton Club, Peggy Sue se casó, Memorias de África…).