Alfred Hitchcock presenta: Topaz (1969)

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A finales de los 60, Alfred Hitchock buscaba desesperadamente un proyecto que le resarciera del fiasco de su cinta anterior, Cortina rasgada (Torn curtain, 1966), que, a pesar de algunas potentes escenas, de contar con un protagonista de primer nivel, Paul Newman, y de meterse de lleno en el pujante clima de la Guerra Fría, había significado el comienzo de su decadencia como cineasta. Sólo así se entiende que aceptara un proyecto ajeno, muy trabajado y avanzado antes de que pudiera ponerle la vista encima y contratar un guionista de su preferencia (Samuel A. Taylor), para intentar extraer de él una película propiamente hitchcockiana. Universal había adquirido, con opción de compra para adaptarla a la pantalla en forma de guión, Topaz, la novela de Leon Uris basada someramente en un hecho real, la existencia de un espía comunista en el gabinete del general De Gaulle. Censurada en Francia por el gobierno, en Estados Unidos se había convertido en un best-seller, aunque las dificultades de llevarla eficazmente al cine, dada la abundancia de escenarios y localizaciones de rodaje, de diálogos y de personajes, eran incontables, inasumibles. Aun así, Hitchcock aceptó la oferta de la Universal y se puso a trabajar junto a Taylor en un material que, siendo explícitamente político, marcadamente anticomunista, tampoco era lo más adecuado para un director que siempre había intentado dejar las razones políticas en un segundo plano. Tal vez la necesidad apremiante de un éxito, en un momento en que las películas de James Bond (que Hitchcock había contribuido a inventar gracias a Con la muerte en los talones, 1959) tenían tanta o más repercusión en taquilla que una de las sensaciones de la época, el cine político hecho en Europa del que Costa-Gavras y su fundamental Z eran justo entonces la avanzadilla, le convencieron de que se trataba del camino más corto y seguro para apuntarse un nuevo triunfo. El resultado, a pesar de los diversos aciertos puntuales, demuestra que se equivocó.

La película posee un buen puñado de instantes meritorios e imágenes poderosas, pero acusa la falta de un reparto demasiado heterogéneo en un argumento disperso y deslavazado que no permite establecer ninguna química, que impide toda chispa interpretativa. Ante la imposibilidad de contar con Sean Connery, que por aquellas fechas trataba de huir precisamente de este tipo de planteamientos, Hitchcock recurrió al inexpresivo austríaco Frederick Stafford, para protagonizar una historia construida con un prólogo y dos partes bien diferenciadas, casi se diría que pertenecientes a películas distintas. El prólogo relata con pormenorizada atención y con todo el despliegue del talento hitchcockiano para narrar sin palabras una absorbente situación de suspense, la deserción en Copenhague de un diplomático soviético y su familia y su paso al bando norteamericano. Ese es el detonante de la acción: el coronel Kusenov (Per-Axel Arosenius) revela dos importantes informaciones, por un lado la instalación de misiles soviéticos en Cuba, y por otro la existencia de un informador soviético entre los miembros de los servicios de espionaje franceses. Ante la imposibilidad de actuar en Cuba, y dadas las implicaciones que el asunto puede tener para Francia, el responsable americano (John Forsythe) recurre al agente francés en Washington, André Devereaux (Stafford), para que, aprovechando la estancia de un grupo de diplomáticos cubanos en Nueva York para intervenir en la ONU, se haga con una copia de los planes soviéticos para la isla, y, después, para que se desplace a La Habana y obtenga pruebas documentales de la certeza de lo declarado por Kusenov. Sin embargo, Devereaux, que vive en Washington con su esposa, tiene otras razones para viajar a Cuba: su relación adúltera con Juanita de Córdoba (Karin Dor), importante ideóloga en los primeros años de la revolución que, tras haber enviudado, se ha convertido en una especie de musa para los comunistas cubanos, y que es cortejada sin tapujos por el dirigente cubano Rico Parra (impresionante John Vernon), el delegado cubano ante la ONU.

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El pasaje cubano es el que atesora los mejores momentos de Topaz, precisamente ante un contenido no precisamente hitchcockiano. De entrada, en Nueva York, tiene lugar la emocionante secuencia del hotel, cuando Devereaux entra en contacto con un agente (impagable Roscoe Lee Brown) con el fin de que se introduzca entre la delegación cubana y sondee y soborne al secretario de Parra, Luis Uribe, con el fin de que le deje fotografiar los planos de las instalaciones soviéticas en Cuba. La secuencia está conducida con la legendaria maestría de Hitchcock, haciendo recaer el suspense en el ritmo y en el montaje, en el que miradas, movimientos y objetos cobran absoluta relevancia. Continuar leyendo «Alfred Hitchcock presenta: Topaz (1969)»

Perlas breves (II): El muelle (La jetée, Chris Marker, 1961)

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Vuelta a rodar décadas después en formato más «convencional» (pónganse un número indeterminado de comillas) como  Doce monos (Twelve monkeys, 1995) por Terry Gilliam, La jetée, película experimental de Chris Marker de apenas 26 minutos de duración, está compuesta casi en su totalidad de una sucesión de fotos fijas en blanco y negro. Ambientada en un futuro próximo justo después de un holocausto nuclear que ha acabado con la vida en la superficie del planeta, la historia es narrada por un hombre que ha sido enviado al pasado en un viaje en el tiempo con el fin de evitar la devastación de la última guerra. Su aptitud para el proyecto, al parecer, proviene de que en su mente se conservan frescos, reales, recuerdos previos al desastre: un rostro de mujer captado en el aeropuerto parisino de Orly, precisamente en la zona de embarque, el muelle aludido en el título, una cara hermosa que acompaña a la misteriosa muerte de un hombre.

Engañosamente simple, pero como catalizadora de reflexiones muy complejas y enriquecedoras que se van desplegando a medida que transcurre el breve metraje, Marker concentra la potencia dramática de la historia en el uso del sonido, obviamente como resultado del empleo de la imagen estática como escenario, el desconcertado, alucinado discurso del protagonista, una aparente limitación que no llega a ser tal gracias al pulso narrativo y al sentido dramático con que Marker monta y combina la sucesión de fotografías. Este juego de tiempo, espacio y memoria cobra su máxima expresión en el momento más bello de la cinta, el instante en que esa hermosa mujer, aparentemente dormida, abre los ojos, el único instante de cine en movimiento que contiene la película, detalle impagable que dota de sentido a todo el relato y lo convierte en una historia conmovedora y emotiva, al comprender el espectador un minuto antes que el protagonista, que lo hará ya cuando sea demasiado tarde, el sentido de la extraña misión que debía cumplir, el secreto último que oculta, y lograr así que quede perturbado por el triste y confuso destino que afronta.

Deliberadamente fría en su forma, la película resulta sin embargo terriblemente cálida y conmovedora, producto del contraste que supone una ambiciosa concepción temática ligada a la ciencia ficción mezclada con una historia sentimental profundamente humana contada con la osadía, la libertad creativa y la ingenuidad que cabía esperar del cine francés de la década de los sesenta del siglo XX, un paso más allá de la nouvelle vague y en paralelo a Godard. Por ello La jetée, a pesar de su brevedad y de constituirse en una película nada convencional, deja un hondo rastro emocional en el espectador así como una influencia inagotable en el género de la ciencia ficción, muy dado a elaboradas puestas en escena y a derroches de fuegos pirotécnicos y artificios de cámara casi nunca llega a alcanzar, no obstante, un grado semejante de asombro y desasosiego.

Diario Aragonés – Nunca me abandones

Título original: Never let me go

Año: 2010

Nacionalidad: Reino Unido

Dirección: Mark Romanek

Guión: Alex Garland, sobre la novela de Kazuo Ishiguro

Música: Rachel Portman

Fotografía: Adam Kimmel

Reparto: Carey Mulligan, Andrew Garfield, Keira Knightley, Charlotte Rampling, Sally Hawking, Charlie Rowe, Nathalie Richard

Duración: 103 minutos

Sinopsis: Kathy, Tommy y Ruth son tres residentes de Hailsham, un clásico internado inglés, durante los años setenta. En él, además de un estricto régimen disciplinario, aprenden a convivir con el amor, los celos, la traición, en suma, con el despertar a la vida adulta. Sin embargo, su existencia no es convencional: un secreto presente en el colegio amenaza su futuro con un destino inexorable que levanta ante ellos un muro de incertidumbre.

Comentario: El escritor japonés Kazuo Ishiguro ya fue magistralmente adaptado por James Ivory en Lo que queda del día (The remains of the day, 1993), en la que se recreaba de forma encantadora y minuciosa la vida y los ambientes de la aristocracia británica de los años treinta, impregnada igualmente de los tiempos de cambio que se avecinaban con la irrupción del fascismo en Europa y la subsiguiente conflagración mundial. Algo de esa mezcla de tonos y estilos y de preocupación por el futuro está presente en Nunca me abandones, dirigida por Mark Romanek (Retratos de una obsesión, One hour photo, 2002), en la que los aires románticos clasicistas estilo Jane Austen se dan la mano con las parábolas futuristas modelo Philip K. Dick o Stanislav Lem.

Se trata de una película de la cual es mejor no avanzar el aspecto principal de su trama, dado que el conocimiento previo limita las posibilidades de disfrute del drama que plantea: por tanto, cualquier comentario debe concentrarse más en su forma que en su fondo. La película se divide en tres segmentos [continuar leyendo]