Neonoir a la española: La voz de su amo (Emilio Martínez-Lázaro, 2001)

La voz de su amo (2001) - Filmaffinity

Ya desde los créditos iniciales a menudo se percibe que lo que viene a continuación no es una película cualquiera. En este caso, el diseño de Juan Gatti, tributario de los realizados por maestro Saul Bass para Alfred Hitchcock, acompañado de la música de Roque Baños, magnífica durante todo el metraje, advierte al espectador, como hace también el cartel, de que se encuentra ante una de las mejores películas de género del cine español del siglo XXI y, desde luego, de las mejores de su director, Emilio Martínez-Lázaro, antaño presencia habitual, y en ocasiones galardonada con premios mayores, en algunos de los principales festivales de prestigio, y hoy más bien devaluado después de acomodarse a las fórmulas de producción de las televisiones privadas. El cóctel que ofrece La voz de su amo no puede ser a priori más atractivo y sugerente: una historia puramente neonoir, ceñida a los códigos del género, situada en el Bilbao de 1980, en los años duros del terrorismo de ETA y de la guerra sucia contra la banda auspiciada desde algunas instancias políticas y policiales del Estado. Pero no se trata de una película política sino de cine negro (en el que la política a veces está muy presente, y a menudo es insoslayable) magníficamente trasladado a un contexto español concreto que sirve de trasfondo y cuyos ingredientes ayudan a hacer más complejo y retorcido el nudo central del drama, cuyo tema es, en última instancia, la lealtad.

Charli (Eduard Fernández) es una antigua promesa del fútbol que se vio apartada de la senda de sus futuros triunfos debido a una grave lesión. Acogido por un controvertido hombre de negocios de origen portugués, Oliveira (Joaquim de Almeida), desempeña para él una labor confusa que oscila entre el puesto de chófer y guardaespaldas, el de secretario no oficial, el de confidente, el de recadero y el de esbirro. En los años convulsos del terrorismo, los negocios turbios del portugués se abren a duras penas camino entre los intereses políticos y las presiones policiales y la extorsión de los terroristas por el llamado «impuesto revolucionario». Sus intenciones poco claras tampoco ayudan, de ahí que la atmósfera se vaya volviendo cada vez más asfixiante hasta desembocar en las amenazas, y de ahí a los avisos y los atentados. Oliveira decide que Charli proteja su flanco más débil, su hija Marta (Silvia Abascal), a la que Charli conoce desde que era una cría pero que ahora es una joven apetitosa y desinhibida. La labor de custodia y protección de Charli aparta a este del núcleo central de los negocios de Oliveira, que empiezan a verse peligrosamente convergentes con los de varios policías poco ortodoxos, encabezados por el corrupto subcomisario Sacristán (Imanol Arias, quizá la interpretación más floja de la cinta; ese cigarro tan mal usado…), que no parecen velar exactamente por sus obligaciones como agentes de la ley. Charli antepone la lealtad hacia Oliveira por encima de cualquier otra consideración (o de casi cualquiera otra), pero poco a poco se va introduciendo en una espiral de crimen y negocios sucios en los que se descubre ocupando el puesto de hombre de paja: Oliveira desaparece y tanto la policía como los terroristas parecen empeñados en querer ajustar con él las cuentas pendientes con el portugués. Nada es lo que parece, no se puede confiar en nadie y todo supone una amenaza, pero el riesgo principal lo constituye el inesperado descubrimiento del amor por esa niña de antaño recién retornada como tentadora «Lolita».

Inicialmente prevista en el marco del narcotráfico gallego, la sustitución de este en el guion por el terrorismo de ETA y su entonces santuario francés viene a complementar y enriquecer una historia de por sí ya bien provista de los lugares comunes propios del género negro. Dotada de una tensión dramática poco habitual en la filmografía de Martínez-Lázaro, más volcado tradicionalmente hacia la comedia, la película se abre con una larga secuencia de seguimiento, próxima a la de Scottie y Madeleine en Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958), que sirve para desencadenar la trama y exponer las dualidades tanto de Charli como de Oliveira. La equívoca relación entre ellos y sus distintas formas de entender la lealtad, extrapolables al dudoso concepto de ella que manejan tanto los policías corruptos como los asesinos de ETA, constituye el cuerpo central del relato, que viene subrayado con el nuevo polo de lealtades que supone Marta, y que es triangular, de Charli hacia ella, de ella hacia su padre y de Charli hacia su jefe. Si bien es cierto que el despliegue visual y el minucioso tratamiento de las imágenes y las situaciones se va diluyendo un tanto conforme la trama avanza, aumentan los personajes y el desarrollo dramático se complica, a medida que el argumento se va encaminando hacia su desenlace el prisma de Charli cambia, va ocupando la posición central de la historia, más como pelele que se limita a averiguar para entender y a devolver como puede los golpes que recibe, que como parte con criterio y aspiraciones propias, más allá de salir indemne y, si es posible, junto a Marta, del cerco que se estrecha sobre él, perseguido por todos debido a hechos y muertes de los que no sabe apenas nada. Ahí es donde, sin poner nunca en cuestión su forma de entender la lealtad, sí Charli se plantea quién es realmente el verdadero merecedor último de ella, y toma cuerpo su perfil de antihéroe, de hombre derrotado que, sabiendo que va a perder la guerra, quiere darse el gusto de, al menos, ganar una batalla.

Película adscrita voluntariamente a las reglas del género, que cumple canónicamente, su máxima aspiración es la de captar y adaptar sus esencias, homenajes a Hitchcock (tan poco noir) aparte, y traducirlas al entorno y a la coyuntura del recién superado franquismo y los inicios de la democracia amenazada por el terrorismo. Sin cargar las tintas en el psicologismo ni en el cine social, el guion se concentra en el necesario entretejido intrincado que el antihéroe debe deshacer para esclacerer el drama y salvarse, o luchar por hacerlo, y en el dibujo de unos personajes estereotipados conforme al canon pero correctamente caracterizados e interpretados. En esta labor destaca Eduard Fernández en su rica y matizada composición del tipo no demasiado inteligente que ante la sospecha de que es manejado y engañado se revuelve por dignidad y lealtad hacia sí mismo. Una película en la que se adivina el peso del pasado y, sobre todo, la fácil y rápida conversión de su presente en un pasado que atormentará a los personajes mientras vivan. La voz de su amo es, ni más ni menos, que un competente y efectivo film noir español en la mejor y más solvente tradición del género.

Música para una banda sonora vital – El otro lado de la cama (Emilio Martínez-Lázaro, 2002)

El otro lado de la cama_39

Emilio Martínez-Lázaro es un director con suerte. Consigue que películas ligeras, presuntas comedias extraídas directamente del imaginario de las teleseries de enredos amorosos entre teintañeros que hacen de veinteañeros, asciendan a lo más alto de la taquilla. Esto, que puede parecer una virtud, en realidad no lo es (exceptuando los bolsillos directamente beneficiados en el empeño), puesto que el mecanismo para la obtención de este éxito, que ha generado el correspondiente fenónemo de emulación, no es otro que el despojo de toda exigencia argumental mínimamente compleja, reduciéndolo todo al humor de trazo grueso, los chistes sexistas, las situaciones burdas y una más que preocupante falta de ingenio humorístico. Televisión pura, vaya.

En este caso, las cuitas amoroso-sexuales de los protagonistas, por si fuera poco, toman la forma de musical, acompañadas de la partitura y las canciones compuestas por Roque Baños, y además, por lamentables versiones de temas muy populares del rock y el pop nacionales perpetradas por los propios intérpretes como sus facultades músico-vocales les han permitido hacerlo. Así, clásicos de Tequila y Los Rodríguez o Coz se ven traducidos a las voces de Ernesto Alterio o Alberto San Juan, entre otros. En fin. La más penosa, por antitética respecto a la original (de rumbita no se sabe a muy bien qué), es quizá Echo de menos, de Kiko Veneno, temazo redondo que en la película descuartizan sin miramiento. Mejor nos quedamos con la buena, que es muy buena. Esperamos que al gran Veneno al menos le compensara económicamente.

Música para una banda sonora vltal – Alatriste

Uno de los elementos más apreciables de Alatriste (Agustín Díaz Yanes, 2006) es la excelente banda sonora compuesta por uno de los más prolíficos y excelsos compositores del cine español reciente, Roque Baños.

Alatriste forma parte del estimable catálogo de películas online que Mediaset España ofrece para su visionado, y que además comprende, en servicio de pago por visión, un buen puñado de apreciables títulos como Todos estamos invitados (Manuel Gutiérrez Aragón, 2008), la dupla de Steven Soderbergh sobre Che Guevara (Che: el argentino y Che: guerrilla, ambas de 2008), la exitosa El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006), Ágora (Alejandro Amenábar, 2009), Celda 211 (Daniel Monzón, 2009) o la osada Verbo (Eduardo Chapero-Jackson, 2011). Una buena oportunidad de disfrutar de algunos de los títulos más importantes y renombrados del cine español reciente sin interferencias publicitarias, en calidad H-D y prácticamente a la carta. Igualmente, ofrece en visionado gratuito interesantes series online como Spartacus, Mujeres desesperadas o Mentes criminales.

Pero, a lo que estamos. Roque Baños es un excelente músico que con Alatriste y muchos otros títulos (Carreteras secundarias, la saga Torrente de Santiago Segura, Goya en Burdeos o El séptimo día de Carlos Saura, o su trabajo para las películas de Álex de la Iglesia) se ha vuelto un nombre imprescindible de la música de películas.

La tienda de los horrores – Alatriste

Ya fastidia tener que incluir aquí al bueno de Agustín Díaz Yanes, pero, tras hondas reflexiones, es éste y no otro el lugar que corresponde en esta escalera a la superproducción hispano-franco-estadounidense Alatriste, de 2006. Y eso a pesar de que, para que no se nos acuse de haber tomado esta decisión a la ligera, posee muchas y muy buenas cualidades que en ningún caso se van a omitir en el juicio.

Empecemos por lo bueno: Alatriste es una película por muchas razones necesaria. En primer lugar, para una cinematografía como la española, aparentemente condenada a eternas restricciones presupuestarias y a ceñirse a los temas de siempre, guerra civil y dramas o comedietas urbanas tirando a barriobajeras. En segundo lugar para el público, para dar un impulso al cine español en las salas y para que el espectador autóctono sea por fin consciente de que en España pueden hacerse películas tan espectaculares y de factura técnica tan impecable como en Hollywood, vamos, que, como se dice en Aragón, «con perricas, chifletes». Y por último, casi como una cuestión de justicia histórica, para enmendar por una vez la plana a todo ese cine de aventuras facturado en Estados Unidos o Gran Bretaña que suele retratar al enemigo francés o español como criminal, estúpido o, en términos de puro racismo, inferior en calidad humana, soltándoles un sopapo donde más les duele: mientras Londres era pura cochambre y en Nueva York los indígenas caminaban con taparrabos, ya había imperios, gloria esplendor… y la misma miseria que los imperios británico o norteamericano han esparcido a su alrededor. Por otra parte, la película apabulla por su diseño de producción, su magnífica ambientación, sustentada en una sobresaliente puesta en escena y un soberbio vestuario, y la excelente partitura de Roque Baños. Si a ello sumamos un comienzo fulgurante, unas escenas de combate, en su mayor parte espectaculares y fenomenalmente coreografiadas y rodadas, parece tratarse de una película destinada a mayor vigencia y perdurabilidad.

Y, sin embargo, no es así; para de contar. Porque la película falla estrepitosamente en todo lo demás. El voluntarioso guión de Díaz Yanes se sostiene en una estructura episódica que bebe de distintas fases de la serie de novelas de Arturo Pérez-Reverte sobre el capitán Alatriste sin quedarse por completo con ninguna. La virtud, el hecho de no pretender americanizarse hasta el punto de dejar la puerta abierta para una continuación en forma de inagotable saga, termina derivando en defecto. La intención de crear un producto cinematográfico propio independiente de su fuente literaria falla al pretender hacerlo sobre la base de una proyección futura de la historia en lo que a buen seguro será su continuación novelada: la muerte del personaje central. La película va más allá de los libros, se adelanta, desvela. Eso, si Pérez-Reverte no cambia de idea, tal como hizo respecto a la programación inicial de la saga (seis entregas que ya tenían título desde el principio) y vuelve a transformarla, multiplicando el número de ejemplares y añadiendo nuevos títulos no previstos para aprovechar el tirón comercial del invento. Quizá, en cualquier caso, la manía de los episodios venga impuesta por el antiguo proyecto de convertir Alatriste en una serie de televisión, idea que finalmente fue abortada, afortunadamente, quizá habría que decir, viendo el tipo de series de acción y aventuras ambientadas en el siglo XVII que han terminado programándose en la televisión pública. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Alatriste»