Mis escenas favoritas: La última película (The Last Picture Show, Peter Bogdanovich, 1971)

 

Anarene, Texas, años 50. Tres jóvenes amigos, Sonny, Duane y Jacy, son adolescentes insatisfechos y aburridos que encaran el final de sus años jóvenes y el nacimiento de las responsabilidades de la edad adulta. A su alrededor, el desolado entorno de un pueblo moribundo, últimos resquicios del lejano Oeste, un tiempo estancado que transcurre entre un salón de billar, un café abierto toda la noche y una vieja sala de cine que proyecta Río Rojo (Red River, Howard Hawks, 1948). Una obra maestra sobre la frustración, la traición y la pérdida, sobre las promesas incumplidas, las certezas destruidas y las seguridades inexistentes. Todo ello, en el espléndido blanco y negro de Robert Surtees.

 

 

Hablamos de Chinatown (Roman Polanski, 1974) en La Torre de Babel de Aragón Radio

Música para una banda sonora vital: Chinatown (Roman Polanski, 1974)

Tema principal de la magnífica obra de Roman Polanski, compuesto por Jerry Goldsmith. Jazz, ritmo cadencioso y vaporosa atmósfera nocturna para un misterio que transcurre en la luminosa California, todo un tratado sobre la oscura historia de Los Ángeles.

Diálogos de celuloide – Chinatown

EVELYN: ¿Cómo estás? Te he estado llamando.

GITTES: … ¿Sí?

EVELYN: Jake, ¿has dormido algo?

GITTES: Sí, claro.

EVELYN: ¿Has almorzado algo? Khan puede prepararte algo.

GITTES: ¿Dónde está la chica?

EVELYN: Arriba, ¿por qué?

GITTES: Quisiera verla.

EVELYN: Es que… es que se está dando un baño en este momento. ¿Por qué quieres verla?

GITTES: ¿Te vas a alguna parte?

EVELYN: Sí, vamos a coger el tren de las 17:30 (…). ¿Jake…?

GITTES: Aquí Gittes. Póngame con el teniente Escobar.

EVELYN: Eh, pero dime qué pasa. ¿Qué ocurre? Te he dicho que tenemos que coger el tren de las 17:30.

GITTES: Tendrás que perder tu tren… Lou, te espero en el 1972 de Canyon Drive… Sí, ven enseguida.

EVELYN: ¿Por qué has hecho eso?

GITTES: ¿Conoces a algún abogado criminalista?

EVELYN: No.

GITTES: No te preocupes. Te recomendaré un par de ellos. Son caros pero tú puedes pagarlos.

EVELYN: ¿Quieres hacer el favor de explicarme a qué viene todo esto?

GITTES: He encontrado estas gafas en el jardín, en el estanque. Eran de tu marido, ¿verdad?… ¿Verdad que sí?

EVELYN: Pues no lo sé. Sí, es posible.

GITTES: Lo son, definitivamente. Allí fue donde lo ahogaron.

EVELYN: ¡¿Qué?!

GITTES: No es el momento de dejarse asustar por la verdad. El informe del forense demuestra que tenía agua salada en los pulmones. Debes creerme y al mismo tiempo decirme cómo ocurrió y por qué.

EVELYN: No sé qué pretendes con eso, sólo sé que es lo más insensato que he oído en mi vida.

GITTES: ¡Basta ya! Quiero facilitarte las cosas. Tuviste celos, os peleasteis, él cayó, se golpeó la cabeza… Fue un accidente… Pero su amiguita fue testigo. Tenías que hacerla callar. No tienes valor para matarla pero sí bastante dinero para taparle la boca. ¿Sí o no?

EVELYN: No.

GITTES: ¿Quién es? Y no me digas esa tontería de que es tu hermana porque tú no tienes hermanas.

EVELYN: Te lo diré… Te diré la verdad.

GITTES: Bien. ¿Cómo se llama?

EVELYN: …Katherine.

GITTES: Katherine, ¿qué?

EVELYN: Es mi hija.

GITTES: He dicho que quiero la verdad.

EVELYN: Es mi hermana… Es mi hija… Mi hermana… Mi hija…

GITTES: Repito que quiero saber la verdad.

EVELYN: Es mi hermana y es mi hija… Khan, por favor, vuelve arriba. Por el amor de Dios, que ella se quede en su habitación… Mi padre y yo… ¿Comprendes? ¿O es demasiado fuerte para ti?

GITTES: ¿Te violó…? ¿Y luego que ocurrió?

EVELYN: Que me marché…

GITTES: ¿… a México?

EVELYN: Hollis fue a buscarme y se hizo cargo de mí. No podía verla… Yo sólo tenía quince años y quería verla pero… No podía. Luego… Ahora quiero estar con ella; quiero cuidarla.

GITTES: ¿Adónde quieres llevarla ahora?

EVELYN: Iremos a México.

GITTES: No puedes irte en el tren. Escobar te buscará por todas partes.

EVELYN: Y si… ¿Y si nos fuéramos en avión?

GITTES: Sería peor. Más vale que os ocultéis en otra casa. Deja el equipaje aquí. ¿Dónde vive Khan? Vete a su casa y dame su dirección.

EVELYN: Muy bien. Ah, estas gafas no eran de Hollis.

GITTES: ¿Cómo lo sabes?

EVELYN: No usaba bifocales…

Chinatown. Roman Polanski (1974).

La tienda de los horrores – Las dos vidas de Audrey Rose

Lo esotérico siempre ha sido muy popular en Hollywood, tanto (y según quién incluso más) que lo erótico o lo pornográfico, por más que en la temática de las películas esas cuestiones siempre hayan sido marginales hasta la ruptura de censuras y códigos represores de la primera mitad del siglo XX. Lo que se pensaba que era un tema arriesgado para el público y quedaba relegado a conocidas sesiones de espiritismo en casa de tal o cual actriz o director y en fiestas más o menos concurridas a las que eran invitados mentalistas, médiums, magos y demás personal a medio camino entre el show-business y la estafa de crédulos, no tardó en saltar a la pantalla cuando la mano de los censores se abrió y dio paso a historias en las que los fantasmas y espíritus dejaban de ser entes amables o incluso cómicos y se convertían en seres malignos y peligrosos en busca de venganza sobre los vivos por sus males pasados. A partir de los cincuenta, durante los sesenta, pero sobre todo a raíz de La semilla del diablo, de Roman Polanski (1968) y, sobre todo, del éxito de taquilla de cintas como El exorcista (1973) de William Friedkin o Carrie (1976) de Brian De Palma, surgió toda una ola de películas, la mayor parte de serie B, que con la emulación como argumento principal intentaron encontrar su hueco entre el público a base de sustos y sangre a puñados relacionados en última instancia con alguna creencia religiosa o capacidad extrasensorial, fenómeno que tenía su propia traslación europea en directores como Jesús Franco o Dario Argento. En Hollywood esta moda poco a poco fue intentando nutrirse de otros elementos que la hicieran novedosa y compleja, y si el propio De Palma ya la pifió al mezclar en La Furia (1978) elementos sobrenaturales con una trama de thriller político, el veterano Robert Wise, clásico entre clásicos (codirector de West Side Story, por ejemplo, y máximo responsable también de cintas como Marcado por el odio, El Yangtsé en llamas, Sonrisas y lágrimas o Star Trek) que contribuyó decisivamente a popularizar rostros como el de Paul Newman o Steve McQueen, la fastidió un año antes inspirándose ya en su época final en la novela del también guionista Frank DeFelitta con Las dos vidas de Audrey Rose, su intento por volver al terror, uno de sus temas favoritos ya tratado en clásicos suyos como El ladrón de cadáveres o La mansión encantada, pero esta vez aderezado con una trama judicial tan innecesaria como ridícula.

Contando con su propia Linda Blair, Susan Swift da vida a Ivy (bueno, y a Audrey), una niña que vive plácidamente con sus papás (John Beck y Marsha Mason) en un cómodo barrio residencial de Nueva York (ambientación similar a la utilizada por Polanski) y que, como niñata bien, es una moza medio cursi medio gilipollas. Tanta placidez montada en el dólar se empieza a torcer cuando la madre detecta que un fulano sospechoso y malencarado (Anthony Hopkins) sigue a su hija por la calle, la espera a la salida del colegio o deambula alrededor de la casa. Lejos de tratarse del conocido perturbado sexual, cuando la pequeña Ivy empieza a sufrir terribles pesadillas en las que parece rememorar acontecimientos dolorosos de una vida ficticia, el desconocido se revela como un profesor inglés residente en Estados Unidos que ha pasado años buscando la reencarnación de su hija Audrey, fallecida en un trágico accidente el mismo día y hora en que nació Ivy. Evidentemente, los padres de Ivy echan de su casa con cajas destempladas al hombre, pero cuando las pesadillas parecen revelar que un ente del averno amenaza la vida de Ivy y que sólo la presencia del extraño parece reconfortarla, no les queda más remedio que escucharle y aceptar lo que tiene que decir. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Las dos vidas de Audrey Rose»