Mis escenas favoritas: La última película (The Last Picture Show, Peter Bogdanovich, 1971)

 

Anarene, Texas, años 50. Tres jóvenes amigos, Sonny, Duane y Jacy, son adolescentes insatisfechos y aburridos que encaran el final de sus años jóvenes y el nacimiento de las responsabilidades de la edad adulta. A su alrededor, el desolado entorno de un pueblo moribundo, últimos resquicios del lejano Oeste, un tiempo estancado que transcurre entre un salón de billar, un café abierto toda la noche y una vieja sala de cine que proyecta Río Rojo (Red River, Howard Hawks, 1948). Una obra maestra sobre la frustración, la traición y la pérdida, sobre las promesas incumplidas, las certezas destruidas y las seguridades inexistentes. Todo ello, en el espléndido blanco y negro de Robert Surtees.

 

 

Mis escenas favoritas: Un Botín de 500.000 dólares (Thunderbolt and Lightfoot, Michael Cimino, 1974)

Producida por Malpaso, la compañía de Clint Eastwood, esta película constituye el debut de Michael Cimino en la dirección (voto de confianza de Eastwood, que se postulaba como sustituto tras la cámara en caso de que Cimino no le convenciera). John «Thunderboolt» Doherty (Eastwood), atracador retirado, vuelve a la actividad criminal con un nuevo socio, «Lightfoot» (Jeff Bridges), un joven desorientado y enérgico ansioso de vivir aventuras electrizantes. Por el camino, unos antiguos socios que quieren ajustarle las cuentas a Doherty y un buen puñado de personajes y de situaciones surrealistas propios de la América profunda, como en este caso de autoestop.

Mis escenas favoritas: El gran Lebowski (The Big Lebowski, Joel Coen, 1998)

Dos momentos impagables de los muchos con que cuenta esta comedia de culto de los hermanos Coen que gira en torno a las tribulaciones de El Nota. Todo un personaje.

Mis escenas favoritas: Fat City, ciudad dorada (Fat City, John Huston, 1972)

«Paraíso en la Tierra». Eso implica, en el argot pugilístico norteamericano, la expresión Fat City, aludida en el título de esta película basada en la novela de Leonard Gardner. John Huston es el cineasta que más y mejor ha sabido hablar de los perdedores, aquellos seres anónimos derrotados y abandonados en los márgenes de la vida. Aquí delimita las coordenadas de esa derrota en una magistral apertura que es todo un retrato del desarraigo y la soledad, cantado por Kris Kristofferson, al tiempo que una subversión sobre el mito de la dorada y soleada California.

Dedicada a Francisco Machuca. Nos vemos en Stockton, amigo.

Mis escenas favoritas: El gran Lebowski (The Big Lebowski, Joel & Ethan Coen, 1998)

Uno de los grandes momentos de esta negrísima comedia de culto dirigida por los hermanos Coen. El Nota (Jeff Bridges), uno de los grandes personajes del cine de fin de siglo, impregnado, literalmente, de amistad.

Música para una banda sonora vital: Comanchería (Hell or high water, David Mackenzie, 2016)

El western es eterno. Cuando nadie recuerde nada de los Óscar de 2016, Comanchería (Hell or high water, David Mackenzie, 2016) perdurará como uno de los mejores títulos venidos de Hollywood en los últimos decenios, muy por encima del cine de moda «oficial» de los sobrevalorados Chazelle, Fincher, Aronofsky, Nolan y otros.

La música de la cinta, compuesta por Nick Cave y Warren Ellis, está sobradamente a la altura del conjunto. Una sinergia perfecta.

Música para una banda sonora vital: Comanchería (Hell or high water, David Mackenzie, 2016)

De las nueve candidatas al Óscar a la mejor película en la inminente ceremonia de estos premios, sin duda es Comanchería (Hell or high water, David Mackenzie, 2016) la propuesta más sólida y solvente, la que debería lograr al menos los galardones principales a poco que de cine tratara el asunto.

De entre todas sus muchas virtudes, más que cualquier otra de las elegidas (prácticamente ninguna de las restantes entraría de finalista de nada en ninguna competición seria; se trata de una de las ediciones de más bajo nivel que se recuerdan, y de estas ha habido muchas desde los noventa hacia aquí…), destaca la música incluida en su banda sonora, obra de Nick Cave y Warren Ellis. Magnífica, como casi todo lo demás en esta estupenda película.

Mis escenas favoritas – La puerta del cielo (Heaven’s gate, Michael Cimino, 1980)

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De acuerdo. El pretencioso, melodramático y extralarguísimo western de Michael Cimino La puerta del cielo (Heaven’s gate, 1980) estuvo a punto de sepultar la carrera del director lo mismo que arruinó a los veteranísimos estudios United Artists, creados por David W. Griffith, Mary Pickford, Douglas Fairbanks y Charles Chaplin en los albores del cine. Todavía hoy se discute sobre el colosalismo de este film, de sus virtudes y defectos. Todavía se ovaciona como recuperada joya de culto a la vista de las nuevas copias restauradas o se la zarandea de manera inmisericorde como muestra de la desmedida ambición perfeccionista de ciertos obsesos del cine de autor.

Con todo, contiene momentos hermosísimos, como este Ella’s waltz, en el que la joven y delicada (por entonces) Isabelle Huppert se marca un romántico baile con el tosco y grandote (entonces y ahora) Kris Kristofferson, justo antes de cogerse de la mano y caminar hacia la puesta de sol… Snif, snif… Maravillosa fotografía, por cierto, del húngaro Vilmos Zsigmond, con esa pátina triste y melancólica de tonos grises y de ocres tonos pastel que impregnan la cinta de nostalgia y sensibilidad.

La tienda de los horrores – Iron Man (2008)

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El Hombre Sardina vs. El profesor Bacterio. Este título sería sin duda menos glamuroso pero más exacto con el contenido de este megabodrio titulado Iron Man y dirigido por un tal Jon Favreau, insignificante autor de películas de cacharrería insulsa en cuyo contenido el volumen de las explosiones es inversamente proporcional a la cantidad y calidad de la inteligencia y de buen gusto vertidos en ella. El prácticamente unánime (y, por eso mismo, sospechoso) aplauso de la crítica no esconde que se trata de una de tantas películas de superhéroes, adaptación de un tebeo de Stan Lee (que tiene un papelito en la película) con el sello Marvel, en las que sus supuestas notas positivas no son más que antojos publicitarios, amplificados por los corifeos de turno, que no se corresponden más que con un vacío pretenciosamente llenado de humor banal, falsos traumas, tensión hueca, parafernalias y petardeces visuales, y dramatismo de chichinabo. Es decir, lo habitual en una película de superhéroes basada en tebeos.

Como siempre, partimos de una arquetípica y pobrísima explicación de la realidad de las cosas (incluso de las ficticias), ese gran absurdo que supone el combate entre el Bien y el Mal, y de un multimillonario -porque, claro, ser superhéroe cuesta una pasta porque cotiza el máximo en la Seguridad Social- que abomina de lo que representa el capitalismo especulativo y se dedica a hacer el bien sin mirar a quién (eso sí, sin dejar de ser multimillonario y vivir como tal, faltaba más). Exactamente lo contario de los promotores de los tebeos y de la película, que renuncian, claro está, a ganar dinero y hacerse millonarios con ellos… En este caso, el pecado va incluso más allá. Porque el amigo Tony Stark (Robert Downey Jr.) es un bon vivant, frívolo, bebedor, pendenciero y burlón, al que se la trae floja enriquecerse ideando armas y comerciando con ellas, siendo un adalid de la autodestrucción del ser humano. No hay ética ni principios. En esas está cuando, durante una patrulla americana por Afganistán, es capturado, no sin antes hacerse con un «corazón» nuevo. Para huir, crea la Sardina Humana, una armadura de hierro a la que acopla armas como gadgets y con la que le da estopa a los talibanes, que son malísimos. Por supuesto, la película no dice nada que quiénes son los talibanes, quién les llevó al poder en el país y quién los estuvo armando durante años para que lucharan contra los rusos, ni, por supuesto menciona a un cachorro llamado Bin-Laden como agente americano al servicio de la guerra santa anticomunista… Pero claro, es una película de superhéroes: se ponen los calzoncillos por fuera, po tanto, no se les puede exigir que tengan cerebro y mucho menos que lo usen…

Así las cosas, pues el multimillonario decide salvar el mundo, qué narices, y para eso crea una Sardina Humana perfeccionada que dispara mejor que cualquier tanque, vuela más alto y más rápido que cualquier avión, y ametralla que no veas. Todo eso sin que el peso le impida moverse como un gimnasta olímpico en una piscina de bolas. Y es que la experiencia afgana lo ha hecho un hombre bueno y sensato, que cambia de vida radicalmente. Pero, claro está, tiene que haber un malo maloso, que es su socio empresarial (Jeff Bridges), que también vende armas y es malo, no como Stark, que vende armas pero es bueno. Y más buena todavía es su asistente-chica para todo (Gwyneth Paltrow), con la que se abre la puerta a la habitual tensión sexual no resuelta, aunque los dos son ya talluditos para andarse con los tontunos remilgos santurrones con los que el guión los retrata. La bella se verá amenazada, y el bueno se carga al malo. El multimillonario sigue siendo multimillonario, los malos siguen siendo malos, y que viva América. Fin de la historia. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Iron Man (2008)»

Vidas de película – Ben Johnson

Esta fotografía corresponde a un momento muy especial de La última película (The last picture show, Peter Bogdanovich, 1971): un veterano vaquero, superviviente de un tiempo de praderas vírgenes y naturaleza en bruto, de rocas recortadas en el perfil de las montañas y mares de nubes en cielos de azul cobalto, canta nostálgico a los tiempos pasados en presencia de los dos muchachos con los que ha ido a pescar (Jeff Bridges y Timothy Bottoms), rememora un mundo que ya no existe, un tiempo que se perdió. Resulta llamativamente significativo este pasaje tanto en la carrera del director, Peter Bogdanovich, un apasionado de John Ford que diseñó este momento como elegíaco homenaje a la muerte del western, como de quien lo protagoniza, Ben Johnson, antiguo campeón de rodeo convertido en actor gracias a Ford y toda una institución en el western, ya sea a las órdenes del tuerto irlandés (con el que, no obstante, tuvo un desencuentro que ocasionó su desaparición del cine durante algunos años y la continuación de su carrera como jinete profesional en el circuito de los festivales de rodeo del Medio Oeste), ya a las de otros directores de películas del Oeste como George Stevens, Andrew V. McLaglen o Sam Peckinpah. Su interpretación para Bogdanovich, sobria, sentida, amarga, le proporcionó, además, el Oscar al mejor intérprete masculino de reparto.

Experto jinete, campeón de diversas modalidades de rodeo antes y durante su carrera como actor, llegó al cine como especialista y figurante en secuencias de combate, carreras y caídas desde el caballo. Obviamente, el western fue el género en el que su trabajo resultó más estimado y prolífico; solo con John Ford participó en nada menos que cinco títulos: Tres padrinos (The three godfathers, 1948), La legión invencible (She wore a yellow ribbon, 1949), Río Grande (Rio Grande, 1950), Caravana de paz (Wagon master, 1950) y El gran combate-Otoño cheyenne (Cheyenne autumn, 1964). Gracias a Ford y a Merian C. Cooper, su socio en la productora Argosy, Johnson participó también en la estupenda El gran gorila (Mighty Joe Young, Ernest B. Shoedsack), especie de simpática secuela de King Kong (Cooper-Shoedsack, 1933).

Otro director que contó habitualmente con Johnson fue Andrew V. McLaglen (hijo de Victor McLaglen, camarada de John Ford), en títulos como Una dama entre vaqueros (The rare breed, 1966), Los indestructibles (The undefeated, 1969), Chisum (1970) o La primera ametralladora del Oeste (Something big, 1971). Su primera película con Sam Peckinpah fue Mayor Dundee (Major Dundee, 1964), seguida de la película televisiva Noon wine (1966) y de Grupo salvaje (The wild bunch, 1969), La huida (The getaway, 1972) y El rey del rodeo (Junior Bonner, 1972). Otros westerns importantes de su carrera son Raíces profundas (Shane, George Stevens, 1953), El rostro impenetrable (One-eyed Jacks, Marlon Brando, 1961), Cometieron dos errores (Hang’em high, Ted Post, 1968), junto a Clint Eastwood, El más valiente entre mil (Will Penny, Tom Gries, 1968), con Charlton Heston, Ladrones de trenes (The train robbers, Burt Kennedy, 1973), Muerde la bala (Bite the bullett, Richard Brooks, 1975) o Nevada Express (Tom Gries, 1975).

Aunque siguió trabajando hasta prácticamente el final de su vida, en un momento en que el western había pasado ya de moda casi definitivamente, sus títulos más destacados fuera del género son Dillinger (John Milius, 1973), sobre el famoso atracador de bancos, y Loca evasión (The sugarland express, Steven Spielberg, 1974).

Ben Johnson había nacido en una localidad de Oklahoma en 1918. Falleció en abril de 1996, a los 77 años.