Alfred Hitchcock presenta: Hitchcock, Selznick y el final de Hollywood (Hitchcock, Selznick and the End of Hollywood, Michael Epstein, 1998)

Excelente documental que repasa la relación entre el director británico y el productor norteamericano y explica alguna de las claves del funcionamiento y de la extinción del Hollywood clásico.

Mis escenas favoritas: Laura (Otto Preminger, 1944)

Una de las más fulgurantes irrupciones en pantalla que ha dado el cine, Gene Tierney retornando de la muerte en esta maravillosa pesadilla del cine negro dirigida por Otto Preminger.

Diálogos de celuloide: La gata sobre el tejado de zinc (Cat on a hot tin roof, Richard Brooks, 1958)

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-¿Sabes cómo me siento? Como una gata sobre un tejado de zinc caliente.

-Los gatos saltan de los tejados y no se hacen daño. Adelante. Salta.

-¿Saltar dónde?

-Búscate un amante.

-No merezco esto. No tengo ojos para ningún otro hombre. Incluso cuando los cierro te veo solo a ti.

(guion de James Poe y Richard Brooks a partir de la obra de Tennessee Williams)

 

Un western noir: Perseguido (Pursued, Raoul Walsh, 1947)

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Para el cine, Raoul Walsh es sinónimo de ritmo. Las películas de Walsh son pequeñas piezas de orfebrería narrativa, densas, jugosas y complejas tramas a menudo comprimidas en metrajes concentrados, económicos, comedidos, historias que fluyen en su propia inercia y que arrastran a personajes y espectadores en un carrusel en que las secuencias se suceden en una marcha frenética sin descuidar el contenido, la importancia de cada diálogo, la relevancia de cada detalle importante para el argumento. En el caso de Perseguido (Pursued, 1947), nos encontramos además con una mixtura de géneros en que el escenario del western tardío (nos hallamos en los albores del siglo XX) se entremezcla con el film noir, el thriller psicológico y el melodrama. A ingredientes puramente propios del cine del Oeste, como son la venganza, la lucha entre rancheros o la rivalidad masculina, cabe añadir la influencia de un destino fatal predeterminado, el tormento personal y el culebrón familiar para conformar un puzle de situaciones, sentimientos y traumas que Walsh y el guión de Niven Busch desgranan con maestría en 97 minutos.

El relato parte de un flashback que emparenta la cinta directamente con la corriente negra entonces en alza. Thor Callum (Teresa Wright, bellísima y nada pavisosa en esta película, en la que es presentada como la estrella principal en los créditos) cabalga hasta una abandonada propiedad en un remoto rincón rocoso de Nuevo México; allí se oculta Jeb Rand (Robert Mitchum), el antiguo hermano adoptivo que con los años se convirtió en su esposo, al que una oscura amenaza le obliga a huir. El lugar encierra un misterio sobre el pasado de Jeb, la muerte de su familia y el vínculo que se estableció con los Callum gracias a su madre (Judith Anderson), que lo llevó a su casa y lo crió junto a sus propios hijos, Thor y Adam (John Rodney), a pesar de los deseos de su cuñado Grant Callum (Dean Jagger) por culminar su venganza en él, exterminar a toda la familia Rand y evitar futuras tentativas de venganza. Con el tiempo, los sentimientos mutuos entre Thor y Jeb, la rivalidad de este con Adam por la primacía en la familia y en el rancho, y la reaparición de Grant, convertido ahora en un importante hombre del gobierno de Nuevo México, van tejiendo una red de resentimientos, odios y rencores alrededor del pasado intuido por Jeb hasta que su retorno de la guerra de 1898 con España actúa como detonante de la violencia.

Se trata, por tanto, de un personaje que, siguiendo la tradición noir, se ve abocado a un destino trágico cuyos condicionantes son previos a él pero actúan de manera autónoma y metódica hacia su inexorable conclusión. Los vanos intentos de Jeb por que quienes conocen su pasado le revelen lo ocurrido chocan con los únicos fragmentos de memoria que pueblan sus recuerdos: la visión y el roce metálico de unas espuelas entrevistas desde su refugio en una noche remota y unos fogonazos que rompen la oscuridad. Continuar leyendo «Un western noir: Perseguido (Pursued, Raoul Walsh, 1947)»

Vidas de película – Judith Anderson

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Aquí tenemos nada menos que a toda una Dama del Imperio Británico, la australiana Judith Anderson, excelente actriz con una filmografía muy breve que, a pesar de ello, ha dejado una huella imborrable entre la prácticamente inagotable galería de estupendos secundarios de la historia del cine, especialmente en su periodo clásico.

Frances Margaret Anderson, nacida en Adelaida en 1897, disfruta de un merecido hueco en la memoria cinéfila gracias a su personaje, que le valió la candidatura al Oscar, en Rebeca (Alfred Hitchcock, 1940), en la que interpretaba a la célebre ama de llaves de Manderley. Pero el resto de su carrera, muy larga y preferentemente dedicada a las tablas, depara otros títulos muy estimables y siempre en personajes de gran peso, como sucede en Laura (Otto Preminger, 1944), El extraño amor de Martha Ivers (The strange love of Martha Ivers, Lewis Milestone, 1946), junto a Barbara Stanwyck, Van Heflin y un debutante Kirk Douglas, Memorias de una doncella (The dairy of a chambermaid, Jean Renoir, 1946), Las furias (The furies, Anthony Mann, 1950), Los diez mandamientos (The ten commandments, Cecil B. DeMille, 1956), La gata sobre el tejado de zinc (Cat on a hot tin roof, Richard Brooks, 1958), en la que interpretaba un magnífico duelo con su «esposo» Burl Ives, o Un hombre llamado caballo (A man called horse, Elliot Silverstein, 1970).

Dedicada sobre todo al teatro y, ya en sus últimos años, a la televisión, apareciendo en varias series como Santa Bárbara, Judith Anderson falleció en enero de 1992 a los 94 años.

Vidas de película – Burl Ives

Grandísimo actor, este señor de presencia contundente y verbo rotundo llamado artísticamente Burl Ives, pero cuyo auténtico nombre era Burle Icle Ivanhoe Ives. Su fama se debe principalmente a dos películas, Horizontes de grandeza (The big country, 1958), excepcional western de William Wyler por el que obtuvo el premio Oscar al mejor actor de reparto, y, el mismo año, La gata sobre el tejado de zinc (Cat on a hot tin roof), adaptación de la obra de Tennessee Williams llevada a cabo por Richard Brooks, en la que la envergadura de Ives cobraba especial importancia como padre de Paul Newman, suegro de Elizabeth Taylor y esposo de Judith Anderson.

Pero no queda ahí la cosa, porque además de otro buen puñado de películas como la dupla de Elia Kazan Al este del Edén (East of Eden, 1955), adaptación de John Steinbeck, y Un rostro entre la multitud (A face in the crowd, 1957), la intriga de espionaje dirigida por Carol Reed y escrita, a partir de su propia novela, por Graham Greene, Nuestro hombre en La Habana (Our man in Havana, 1959), protagonizada por Alec Guinness y Maureen O’Hara, o la obra de Sam Fuller Perro blanco (White dog, 1981), el amigo Ivanhoe Ives era un consumado intérprete e instrumentista de música folk americana, hasta el punto de que esta faceta fue precisamente la que le sirvió para llegar al cine a mediados de los años cuarenta, publicando varios discos y ofreciendo múltiples conciertos en una actividad que corrió paralela a su dedicación al cine.

De filmografía amplia pero poco llamativa al margen de los títulos expuestos, Burl Ives, que nació en Illinois en 1909, falleció en 1995. Su matrimonio con la directora de casting Dorothy Koster Paul no le propició mayor presencia en los repartos de más y mejores películas. Toda una lástima, vistas sus formidables cualidades en la interpretación de personajes de carácter fuerte, indómito, íntegro y un tanto inflexible.

Música para una banda sonora vital – Laura

David Raksin compuso para Laura (Otto Preminger, 1944) una de las más inolvidables partituras del cine negro. Se ajusta como un guante a este melodrama criminal de bajas pasiones magníficamente fotografiado por Joseph LaShelle (Oscar por su trabajo) y protagonizado por una Gene Tierney que enamora a todo el mundo, acompañada del genial Clifton Webb y el pasmado de Dana Andrews como detective MacPherson, trío complementado con secundarios de lujo como Vincent Price o Judith Anderson.

Una pieza evocadora, espectral, pesadillesca, neurótica, que nos introduce adecuadamente en el torbellino emocional de una película imprescindible.

Cine en fotos – Rebeca

Nos viene de perlas esta fotografía del bueno de don Alfred Hitchcock viendo con envidia cómo Laurence Olivier y Joan Fontaine esperan que les sirvan una apetitosa cena para invitar a nuestros queridos y nunca bien ponderados escalones a la primera sesión del II Ciclo Libros Filmados, que tendrá lugar el próximo 21 de febrero, lunes (y no el martes 22, como ha sido anunciado en diversos medios), a las 18:00 horas, en la FNAC Zaragoza-Plaza de España, organizado en colaboración con la Asociación Aragonesa de Escritores. En esta ocasión se proyectará, obviamente, Rebeca, dirigida por Alfred Hitchcock y producida por David O. Selznick en 1940.

Presentado por Miguel Ángel Yusta, que vestirá chaqueta de lentejuelas para la ocasión además de, como de costumbre, sufragar de su bolsillo las ulteriores birras, en el coloquio posterior participarán el escritor y crack en sí mismo Miguel Serrano Larraz, un servidor, y todo aquel que quiera o tenga algo que decir, incluido lo que venga a cuento de la película; incluso el personal podrá relatar aquellos de sus sueños que les llevan de vuelta a Manderley…

II Ciclo Libros Filmados, organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores en colaboracion con FNAC Zaragoza-Plaza de España.

Primera sesión, lunes 21 de febrero de 2011: Rebeca (1940).
18:00 h: proyección
20:15 h: coloquio, con Miguel Ángel Yusta, Miguel Serrano Larraz y un servidor de vuecencias

El riesgo del amor idealizado: Laura, de Otto Preminger

Para lo más parecido a Frank Sinatra que tenemos en ZGZ.

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Pocas veces ocurre en el cine lo que sucede en esta accidentada obra maestra de Otto Preminger dirigida en 1944 y basada en la obra de Vera Caspary: una película con nombre de mujer, cuya trama gira en torno al asesinato de esa mujer, cuyos diáologos destilan amor y pasión por esa mujer, y en la que, sin embargo, no es ella la protagonista absoluta. Esta curiosa mezcla de esfuerzos personales y estilos cinematográficos diversos, surgida en su forma final tras múltiples problemas (se trata de otro de los proyectos truncados de Rouben Mamoulian) y giros inesperados (la sorprendente aparición de un cineasta solvente como Otto Preminger para hacerse con el timón de un filme de encargo ya comenzado) que casi hacen tan interesante la gestación de la película como la propia historia que cuenta, resulta, probablemente junto a Rebecca de Alfred Hitchcock, el mejor retrato cinematográfico jamás filmado acerca del poder que un ser ausente ejerce sobre quienes le han sobrevivido, hasta el punto de dominar sus vidas, sus sueños y sus destinos.

En apenas hora y media escasa, Preminger nos presenta la historia, no sólo de Laura, sino sobre todo de quienes pululan a su alrededor, internándose en géneros tan diversos como el thriller negro, el melodrama y el drama psicológico. Como el personaje hitchcockiano, Laura (bellísima, cautivadora Gene Tierney) es una mujer que hechiza a los hombres y a la que admiran las mujeres, y que con su magnetismo y sus misterios consigue dominar las vidas de los demás hasta incluso después de muerta. Porque Laura ha sido asesinada, su bello rostro ha sido destrozado con un tiro de escopeta, y el detective McPherson (magistral Dana Andrews en su creación de una pasión continuamente reprimida) se pone manos a la obra para descubrir al criminal. Mientras indaga alrededor de la vida de Laura y pasa largos ratos mirando su hermoso retrato pintado por un antiguo enamorado, descubre el extraño rompecabezas humano, psicológico y sentimental de la vida de la joven asesinada y los fascinantes territorios humanos que se movían en torno a ella como planetas girando alrededor de un sol refulgente: Shelby (Vincent Price), pretendiente astuto y cínico que mantiene una relación un tanto sui generis con Ann (Judith Anderson, otro nexo con el personaje hitchcockiano), una amiga de la aristocracia un tanto desencantada y pragmática, y sobre todo Waldo (soberbio Clifton Webb), el descubridor de Laura, el prestigioso, pérfido y sarcástico escritor y periodista radiofónico que sirve de cicerone a McPherson en el complejo tejido de relaciones que se tiende alrededor de la muerte de Laura.
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El extraño amor de Martha Ivers: melodramático cine negro

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Esta película de 1946 dirigida por el eficacísimo Lewis Milestone (Sin novedad en el frente, Arco de triunfo, La cuadrilla de los once, Rebelión a bordo…) es una de las cimas del cine negro americano de los años cuarenta. No es para menos si tenemos en cuenta la nómina de involucrados en el proyecto, desde los intérpretes hasta los productores, pasando por el guionista o el compositor de la música.

La historia, adaptada por Robert Rossen, nos presenta a tres antiguos amigos, Martha (Barbara Stanwyck, en un personaje hecho a medida para ella), Sam (Van Heflin) y Walter (Kirk Douglas, en su debut en la interpretación) que comparten un oscuro y sórdido secreto relacionado con un suceso desgraciado que tuvo lugar en su primera adolescencia y que ha forjado sus respectivos destinos: Sam abandonó la ciudad como polizón en el tren de un circo, Martha y Walter terminaron casándose (es opinable determinar quién salió peor parado…). Muchos años después, Sam vuelve a la ciudad: Martha ha aumentado la cuantiosa fortuna que heredó de su anciana tía fallecida años atrás (Judith Anderson, en otro personaje, breve pero implacable, que ni pintado en la senda del ama de llaves de Rebecca), mientras que Walter, hijo del antiguo tutor legal de Martha, es su flamante esposo y candidato a revalidar su mandato como fiscal del distrito. Como siempre sucede en estos casos, el regreso inesperado de una presencia del pasado remueve los cimientos del presente y amenaza cualquier esperanza de futuro. Las intenciones de Sam se reducen a solamente ir de paso, pero tras conocer a una chica recién salida de la cárcel y cruzarse con sus antiguos amigos, algo paranoicos por culpa de una existencia a la que se han visto anclados por un secreto irrenunciable, hacen que aparezcan en escena palabras como extorsión, adulterio, chantaje, amenazas o asesinato. Continuar leyendo «El extraño amor de Martha Ivers: melodramático cine negro»