Mis escenas favoritas: Ziegfield Follies (1945)

En este musical surgido de la unidad de Arthur Freed en la Metro-Goldwyn-Mayer y construido a base de fragmentos dirigidos por Vincente Minnelli, Lemuel Ayers, Roy Del Ruth, Robert Lewis, George Sidney, Merrill Pye y Charles Walters, con la participación de estrellas del estudio como William Powell, Judy Garland, Lucille Ball, Esther Williams, Hume Cronyn o Keenan Wynn, tiene lugar el memorable momento de ver a Fred Astaire y Gene Kelly compartiendo por primera y única vez coreografía en la pantalla. Impagable instante protagonizado por los dos grandes colosos del musical americano.

 

Doble prisión: Fuerza bruta (Brute Force, Jules Dassin, 1947)

Julius Dassin, más conocido como Jules Dassin tras su forzosa emigración a Francia, es otro de los célebres damnificados por la persecución emprendida contra los cineastas de Hollywood a raíz de las «investigaciones» del Comité de Actividades Antiestadounidenses. Formado como actor y director, y también en la radio, empezó como ayudante de Alfred Hitchcock antes de iniciar una próspera carrera como director de películas de cine negro y criminal, muchas de ellas auténticos clásicos, con algunas incursiones en el drama, filmadas en obligada itinerancia entre Estados Unidos (en dos etapas), Reino Unido, Francia, Italia o, tras su matrimonio con Melina Mercouri, Grecia. Fuerza bruta abre el prolífico y excelente periodo central de su obra, una cinta que, más allá del argumento literal, no puede obviar su conexión con el tiempo en que fue filmada y estrenada y que, por tanto, es un drama carcelario pero también, y sobre todo, un retrato político-social.

El pilar de la narración viene constituido por el régimen de terror que el capitán Munsey (Hume Cronyn), jefe de los guardias, impone tras los muros de la atestada penitenciaría de Westgate. La superpoblación del penal, que obliga a hacinar en las celdas al doble de presos de su capacidad, pone contra las cuerdas al alcaide, que puede verse obligado a abandonar su puesto. Una situación propicia para Munsey, que además de maniobrar conforme a sus propios intereses personales utilizando los cada vez más frecuentes hechos violentos e intentos de fuga de la cárcel para minar la posición de su superior y aumentar sus opciones de ocupar su puesto, aprovecha este mismo enrarecimiento progresivo para dar salida a su vena sádica, elevando el nivel del régimen disciplinario, disfrutando con las cada vez más arbitrarias decisiones y normas destinadas a hacer insoportable la vida entre rejas, y, como resultado de todo ello, saboreando cada ocasión de que dispone para torturar, apalear y vejar a quienes cumplen condena, sin eludir el cinismo que implica demostrar públicamente cada vez que puede su supuesta preocupación y consideración por el bienestar de sus «clientes». No obstante, cuando uno de los presos más respetados, un hombre mayor que ha sido obligado a trabajar hasta morir exhausto en el llamado «foso», el lugar más penoso al que los presos pueden ser destinados al trabajo, los reclusos de la celda R17, encabezados por Joe Collins (Burt Lancaster), organizan un temerario plan de fuga que amenaza con desencadenar una auténtica ola de violencia.

La estructura narrativa que plantea el guión de Richard Brooks trata en paralelo el implacable régimen penitenciario que impone Munsey y la preparación de este laborioso y peligroso plan de fuga con incursiones en forma de flashback que cuentan la forma en que varios de los presos de esa celda R17 han llegado a encontrarse en prisión. Continuar leyendo «Doble prisión: Fuerza bruta (Brute Force, Jules Dassin, 1947)»

Música para una banda sonora vital: El día de los tramposos (There Was a Crooked Man, Joseph L. Mankiewicz, 1970)

Un western dirigido por Joseph L. Mankiewicz nunca hubiera podido ser una película del Oeste más. Escrita por Robert Benton y David Newman, dos de los precursores del llamado Nuevo Hollywood, se trata de una tragicomedia carcelaria que aborda las relaciones entre los presidiarios de una aislada cárcel de Arizona (Kirk Douglas, Warren Oates, John Randolph, Hume Cronyn, Michael Blodgett o Burgess Meredith, entre otros) y su nuevo alcaide (Henry Fonda) y el paradero de un botín escondido de medio millón de dólares.

Se trata de una película de los setenta, que busca, por tanto, redefinir las fronteras de los géneros, y que reformula ciertos tópicos para aproximarlos a su tiempo. La vertiente humorística se subraya con el sardónico tema que abre la película, de su mismo título, interpretado por el cantante, y también actor, de gran éxito en la segunda mitad de los años sesenta, Trini Lopez.

Rumore rumore: Murmullos en la ciudad (People will talk, Joseph L. Mankiewicz, 1951)

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Una película de Joe Mankiewicz (1909-1993) es sinónimo de buen texto, de guion literario construido con la precisión de un mecanismo de relojería, y también de estupendas interpretaciones, brillantes e intensas. Murmullos en la ciudad (People will talk, 1951) no es una excepción. Sin embargo, oscila ostensiblemente entre el drama y la comedia en un alarde de indefinición que, al mismo tiempo que hace que el conjunto termine por resentirse del inadecuado ensamblaje de sus distintos elementos y tonos, ofrece puntuales secuencias de particular interés dramático, humorístico o estético que la hacen plenamente disfrutable. Cierto es, no obstante, que el inicio del film invita a unas expectativas que no llegan a cumplirse con exactitud, apuntando hacia una screwball que no puede andar más lejos de la realidad.

El doctor Praetorius (Cary Grant), médico de éxito pero cuya práctica se pone en cuestión por algunos colegas y estudiosos, en especial por su celoso compañero de departamento, el profesor Rodney Elwell (Hume Cronyn), alterna la docencia universitaria con la dirección de un hospital. El mencionado Elwell, tan envidioso de su reconocimiento como escandalizado por los curiosos métodos clínicos que emplea Praetorius, se decide a investigar su pasado, del que hay varios datos que no encajan: en primer lugar, sus oscuros años como médico rural, del que ha logrado testimonios de lo más extravagantes sobre presuntos remedios milagrosos en la curación de enfermedades; por otro lado, la misteriosa figura que acompaña a Praetorius a todas partes y a toda hora, el enigmático señor Shunderson (Finlay Currie), no se sabe si guardaespaldas, mayordomo, asistente o sombra todo en uno, pero que es presentado siempre por Praetorious como «un buen amigo». Paralelamente, Praetorius se encuentra en su clínica con un caso especialmente interesante: Deborah Higgins, una joven bastante atractiva (Jeanne Crain), presenta un interesante repertorio de problemas de inestabilidad emocional, cansancio, abatimiento… Su problema no es otro que un embarazo no deseado cuyo autor acaba de fallecer en acto de servicio (militar), un estado que pone en riesgo la peculiarmente estrecha relación que mantiene con su padre (Sidney Blackmer), para el cual el médico idea un remedio infalible: casarse con ella. Por otra parte, Praetorius dirige la orquesta de aficionados que en los actos oficiales interpreta el Gaudeamus igitur, himno de la universidad, entre cuyos miembros se halla su amigo, el profesor Barker (Walter Slezak).

Los 109 minutos de metraje saltan del humor (en principio muy prometedor, luego relegado a un papel subdiario, excepto en la secuencia del infantil «cabreo a tres bandas» con el tren eléctrico) al romance o directamente al drama, a menudo utilizando los mismos pretextos y elementos narrativos. En esta ocasión, la confusión de identidades (o de estados, cabría matizar), no sirve a la comedia sino al drama en su vertiente romántica. Es, al mismo tiempo, una película sobre la amistad, presentada desde la perspectiva de un raro carácter incondicional (la extraña relación de Praetorius y Shunderson, tan firme como inexplicable), un pacto absoluto a pesar de ser tácito, incomprendido por una sociedad que no cree que esas relaciones puedan sustentarse en algo más que el interés o la conveniencia, y que ofrece un tipo de fidelidad a los principios que estaba cuestionándose en la América de los cincuenta. También se trata de un film que observa la profesión médica desde cierto escepticismo (más importante que el tratamiento de las enfermedades parece ser el tratamiento debido a las personas enfermas), aunque no mayor que el dedicado a la docencia universitaria, que en cierto punto, personalizado en Elwell, Mankiewicz, autor del guion, utiliza como trasunto del maccarthismo que estaba vapuleando a América con su actitud inquisitorial. Por último, se trata de una historia de amor algo sui generis, bastante moderna y atrevida para la moralidad pública de aquellos años, en la que la mentira no constituye un peligro, sino la base fundamental de una unión que solo adquiere plena solidez cuando el secreto sale a la luz. Continuar leyendo «Rumore rumore: Murmullos en la ciudad (People will talk, Joseph L. Mankiewicz, 1951)»

Alfred Hitchcock presenta: Náufragos (1944)

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Como parte de la sociedad norteamericana y occidental, Hollywood contribuyó directamente al esfuerzo de guerra, bien enrolándose en las mismas filas de los distintos ejércitos aliados participantes, bien con producciones destinadas al mantenimiento de la moral de los combatientes o de la sociedad civil, así como en la difusión propagandística del papel de los Estados Unidos y sus aliados en la Segunda Guerra Mundial a través de gran cantidad de documentales y de producciones de ficción enmarcados en pleno conflicto. Si directores como Frank Capra o John Ford, entre otros (William Wyler, John Sturges…), filmaron directamente episodios bélicos desde el mismo teatro de operaciones o desde el interior de las filas norteamericanas para mostrar su trabajo y su dedicación al público, otros como Alfred Hitchcock, británico afincado en América que deseaba hacer algo para destacar el papel de los británicos de Hollywood entre quienes dedicaban dinero, tiempo y medios a apoyar la causa aliada, dirigieron un incontable número de trabajos de ficción destinados a difundir o a ejemplificar entre el público el heroico comportamiento de los soldados aliados, los mensajes propagandísticos deliberadamente diseñados por el gobierno o, en menor proporción, discursos antibelicistas y apaciguadores. Hitchcock dirigió los cortometrajes Bon voyage (1944), la historia de un piloto británico derribado en Francia y apresado por los alemanes que consigue fugarse y llegar a su país gracias a la Resistencia, y Aventura malgache (1944), que estudia la duplicidad del caso francés a través de la historia de un patriota francés de Madagascar que revela secretos a su amante, que es colaboradora del gobierno proalemán de Vichy. La gran obra de Hitchcock dentro de esta corriente es su magistral Náufragos (Lifeboat, 1944), todo un prodigio.

La película comienza por un punto de lo más álgido: la chimenea de un barco de gran tonelaje que queda sumergida bajo las aguas acompañada de la atronadora música de Hugo Friedhofer. Inmediatamente después, entre las brumas provocadas por la humareda de las explosiones y la neblina propia de las primeras horas, asistimos al espectáculo de la superviviencia, de cómo quienes han tenido la suerte de escapar del hundimiento van reencontrándose a bordo de un maltrecho bote en el que se disponen a aguardar un incierto rescate mientras revelan al espectador las razones de su mala fortuna: un submarino alemán ha torpedeado el barco en el que viajaban desde Estados Unidos al Reino Unido, pero el naufragio se ha llevado a las dos naves por delante. En el grupo, un poquito de todo: Connie Porter (la gran Tallulah Bankhead, toda una leyenda sexual del Hollywood dorado, inagotable en sus actividades de tocador, tanto con hombre como, según dicen, como con mujeres, incluso mezclados), la frívola, lenguaraz y sarcástica cronista que espera sacar todo el provecho posible de la guerra para escribir sus historias; Kovac (John Hodiak), el maquinista profesional, un americano de origen checo que se ha forjado a sí mismo desde la miseria de la inmigración; el multimillonario Charles Rittenhouse (Henry Hull), entre cuyos negocios está la construcción de material bélico; la dulce Alice (Mary Anderson), enfermera militar; el campechano Gus (William Bendix), profesional de los concursos de baile junto a su novia que trabajaba como empleado del barco y que cambió su apellido original -Schmidt- por Smith; Stanley Garett (el actor, director y guionista Hume Cronyn), un poco hombre para todo, ingenuo y bonachón, navegante más o menos aficionado; el camarero George ‘Joe’ Spencer (Canada Lee); Mrs. Higgins (Heather Angel), que llega al bote rescatada junto con su bebé cogido en brazos… y un invitado inesperado: Willy (Walter Slezak), uno de los marineros del submarino alemán hundido junto con el barco…

En Hitchcock nunca es nada de lo que parece a simple vista, y con un grupo de personas encerradas, paradójicamente, en mar abierto, esta verdad es más visible que nunca. La película combina el absorbente drama de su situación (la supervivencia directa: víveres, agua, navegación hacia las Bermudas, el lugar que suponen más cercano de entre los territorios aliados -pertenecía por entonces al Imperio Británico) con un apasionante estudio de personajes (las grandezas, miedos y miserias de cada uno de ellos: así descubriremos el verdadero origen social de Connie, la verdadera personalidad de Willy, la fragilidad emocional de Alice, la frustración de Gus, el pasado como ratero de George, la pasión callada de Stanley, el trágico desenlace de Mrs. Higgins, el rencor contra todos y todo de Kovac, la conciencia de clase de Rittenhouse…) que pone de manifiesto sus contradicciones, debilidades y grandezas, y, por supuesto, con una intriga típicamente hitchcockiana magníficamente presentada desde sus detalles más nimios (la extraordinariamente ingeniosa forma en la que el director resuelve la difícil cuestión de su habitual cameo, con una sorda y sangrante broma hacia sí mismo además) hasta la fenomenal forma de tratar la cuestión principal de la trama: ¿debe consentir la tripulación del bote que el alemán, el único que sabe algo de navegación, rumbos, corrientes, orientación en el mar, etc., etc., dirija la singladura con el peligro de poder llevarles hacia la dirección contraria del territorio aliado? ¿Es tan buena gente como parece u oculta algo? ¿Qué le hace mirar de vez en cuando algo que lleva en el bolsillo? Continuar leyendo «Alfred Hitchcock presenta: Náufragos (1944)»

Diálogos de celuloide – El cartero siempre llama dos veces

CORA: Me hicieron una prueba. La cara les gustó, pero ahora las películas son habladas. Y en cuanto empecé a hablar desde la pantalla, descubrieron lo que era, y yo lo comprendí también: una tonta de Des Moines que tenía tantas probabilidades de triunfar en el cine como un mono. O menos. Porque el mono siquiera hace reír. Y yo lo único que conseguía era dar asco.

The postman always rings twice. Tay Garnett (1946).